n Teresa del Conde n
Incruce
El Museo Universitario del Chopo presenta hasta el 15 de marzo una exposición de Alberto Castro Leñero obedeciendo al título de esta nota. No se trata de un "cruce de caminos", sino literalmente de "estar en la cruz" (con todo lo que eso puede significar). Son 17 pinturas, la mayoría de ellas realizadas con encáustica, medio que él ha logrado dominar extrayéndole notables efectos, diversos en cada caso. Todos los formatos son en forma de cruz, 14 de ellos en Tau, una es cruz griega y las otras son cruces asimétricas de brazos desiguales. El esquema de la cruz, decía Francisco Bacon, "es muy propio para meter en él todo lo imaginable", por eso realizó tantas crucifixiones, aunque jamás utilizando ese formato. Todas las piezas del Chopo son grandes, miden 280 cm. de alto. En conjunto forman ųno una instalaciónų sino un ambiente cuyos alcances se perciben con claridad, gracias a la buena museografía y al espacio had-hoc del Museo del Chopo.
Si quisiéramos, en este época cuaresmeña, realizar un viacrucis pictórico, tendríamos que las estaciones van como sigue: la primera es dramática, barroca y oscura, la segunda sugiere una caía y el travesaño que remata el tronco es más angosto, se entiende que el pintor va poniendo los elementos de acuerdo al espacio exacto que van a ocupar, la tercera, asimétrica, es un paisaje tenso, cargado de relámpagos, quizá esté entre las mejores del conjunto, la cuarta me recuerda a Jackson Pollock, casi se diría que se trata de un epitafio a este pintor que murió violentamente, aunque no crucificado, la quinta se refiere a la selva, puede incluso evocar Chiapas gracias a las varillas en forma de tensores que se encuentran en el centro del travesaño, en la sexta hay una nota de humor: justo donde podría estar la cabeza de un cristo hay una mascarita adherida que semi-sonríe al espectador, ostentando rasgos cruzados entre lo prehispánico y lo oriental, posee unas pequeñas protuberancias en forma de cuernos y de ella irradia una materia incandecente, roja y naranja. Aquí la textura está aplicada casi en relieve; en la séptima se encuentra la única figura humana completa de todo el conjunto, es un desnudo femenino de espaldas, con la piel tratada de igual manera que el fondo. Puede decirse que todas estas cruces ostentan la piel del desollado, ya sea Xipe, San Bartolomé o Marsias y eso se debe a los modos de aplicar la encáustica; en la octava hay una contundente forma gris, a modo de embudo, también es centrífuga en cuanto a que de allí dimana el ritmo gestual que se expande por el resto del espacio. La novena, asimétrica, es un paisaje pero hay en ella una forma fantástica que parece descender; en la décima hay un efecto espinoso, como si la corona de espinas hubiese sido, voluntaria o involuntariamente desmembrada, se complementa con un chorreado verde que integra un diseño, o un trayecto, mientras que una forma ovoide, alargada, como las de Ilse Gradwhol, sirve para hacer nacer 5 chorreados que pueden funcionar como cienpies de color amarillo, se trata de una cruz muy mexicana, que pudiera aludir a la muerte de Huizilopóchtli; La undécima, en Tau, es de las mejores: la sustancia color cadmio que la recubre es cósmica y de ella se desprende una pierna con su respectivo pie, se trata por tanto de una cruz milagrosa, el batido de los colores me pareció aquí magistral; la duodécimo está armada en carmines, tiene en medio el trazo de una constelación nítidamente delineada, como las de Tamayo, así que podemos pensar que ésta es la cruz del maestro cuyo centenario de nacimiento se conmemora este año, la siguiente (13) es la única que está realizada en acorde monócromo, grises, negros y blancos, es muy fina y austera, la 14 ostenta lo que a mi parecer es una "escala de Jacob", de modo que los ángeles puedan subir y bajar por ella, pero lo curioso es que la escala está amenazada por una serpiente; en la quinceava hay formas bien delineadas que parecen haber emigrado de configuraciones frecuentes en cuadros de Miguel Castro Leñero y Boris Viskin; la que sigue ofrece perforaciones y un plano adherido en forma de luna menguante que se "refleja" en una oquedad (media luna) que connota ausencia, hay en ella diferentes profundidades logradas mediante travesaños adheridos en sentido vertical. Esta cruz, según mi criterio, es más laboriosa que lograda, no así la última que ostenta un enrejado pintado y una cinta de moebius de donde se origina un estallamiento. Este efecto: algo que se enciende y se expande del centro a afuera, es común a varias de las piezas. Yo encuentro una mística en todo el conjunto, pero debo decir que es la primera vez que eso me sucede. Tuve en periodos anteriores la oportunidad de ver aisladamente, una, dos, tres cruces. No podía imaginar el impacto que producen al integrar un ambiente. No obstante es justo decir que todas ejemplifican modos de mantener por encima de todo la idea de "pintura", aunque sea pintura cruciforme. Por lo que es posible resumir diciendo: A.C.L. no niega la cruz de su parroquia.