Reunida en sesión extraordinaria, la Asamblea Nacional cubana adoptó, el 16 de febrero, dos proyectos de ley estableciendo la pena de muerte para los narcotraficantes y muchos años de cárcel para los que ``detienen o proporcionan informaciones susceptibles de favorecer la agresión de los Estados Unidos''. El amalgamamiento entre crimen y política ha sido siempre practicado por los regímenes autoritarios y nadie que haya seguido la trayectoria del fidelismo desde 1959 se habrá sorprendido.
Lo asombroso es que unos días después, Vicente Fox, gobernador por el PAN del estado de Guanajuato y candidato a la presidencia de México para el año 2000, haya mantenido su viaje a Cuba, programado ``para promover comercialmente a Guanajuato''. La gira culminó con una cena y una larga sobremesa con el comandante-presidente Fidel Castro. Fox demostró o su ignorancia, o su falta de sensibilidad, o un oportunismo inquietante.
En efecto, Castro no deja de endurecer su línea y acaba con todas las esperanzas que habían podido despertar el ligero deshielo provocado por el viaje del Papa, en enero de 1998. La ``ley para la protección de la independencia nacional y de la economía cubana'' califica de delictiva ``la colaboración directa, o por el intermedio de terceros, con estaciones de radio o televisión, periódicos y otros medios participando a los planes de agresión del gobierno de los Estados Unidos''. De leer los periódicos, Fox se hubiera enterado que los corresponsales de medios extranjeros acreditados en Cuba pueden recibir hasta 20 años de cárcel, si el juez estima que sus informaciones sirven los intereses estadunidenses contra Cuba. Así lo declaró el miércoles 17 de febrero el presidente de la Asamblea, Ricardo Alarcón. Pero obviamente Fox no se sintió concernido, iba a hablar con Fidel de los posibles (e ¡importantísimos!) intercambios Cuba-Guanajuato en educación, salud, cultura, deporte y actividades agropecuarias. Para su defensa puede decir que hace poco un alto jerarca panista visitó la isla; pero ¿cómo justificará su gusto, en ese duro febrero de 1999, por ``conocer al hombre que ha andado por la mitad del siglo, al hombre que dio toda una batalla''? ¿cómo justificará todas las ``coincidencias'' que encontró entre él y Castro? ¿Cómo puede decir: ``Hablamos de diferencias en la tradición política, pero fue una charla tan franca, tranquila, reposada y profunda que me da la sensación de que la tolerancia es más importante que cualquier cosa''? Si Fox toma a Castro como modelo de tolerancia política, no podremos votar sino botarlo.
Cuando el gobernador guanajuatense declara a la prensa mexicana (Reforma, 24 de febrero) que ``Cuba está en un proceso total de apertura a las inversiones extranjeras'' y pregunta ``¿por qué si Cuba lo está haciendo, nosotros no lo podemos hacer?, a uno no le queda más que tallarse los ojos. Castro gozó siempre de la simpatía indulgente de los dirigentes franquistas, empezando por el generalísimo Franco y terminando por Fraga''. ¿Coincidencia con la letra F? Por lo pronto los mexicanos tienen un motivo serio para desconfiar del aspirante a la presidencia Vicente Fox. ¿Quiso apantallar con un golpe publicitario y buscar votos a la izquierda? Poco importan sus motivaciones. La hora cubana no es para tanta irresponsabilidad.
Parece que empieza una nueva glaciación y que ésa es la respuesta al tímido intento de Bill Clinton de aflojar el bloqueo. Como si la desaparición del bloqueo fuese una pesadilla para Fidel. Ahora sí, las derechas republicana y demócrata van a poder unirse y reclamarle a Clinton. El embargo sigue de pie, así como la legislación Helms-Burton, por más que el Papa haya reiterado muchas veces su condena de tal política. Por su lado, Fidel tampoco hace caso a las recomendaciones a las demandas, formuladas por Juan Pablo II durante su histórico viaje. A Fidel le gustó la idea de ``internacionalizar la solidaridad''; para nada la de cultivar la libertad.
Ni modo. Los mexicanos haremos bien en olvidar a un Fox quien se pasa de zorro; en cuanto a los estadunidenses, deberían entender que la única manera de acabar con el despotismo es apostarle a la libertad, empezando por la libertad comercial, financiera, económica. Mantener el embargo es la mejor manera de ayudar a Fidel