La propuesta de establecer una vasta alianza opositora para ``sacar al PRI de Los Pinos'' es una vieja ilusión que muy difícilmente se concretará en la práctica. Para que la unidad se produzca no basta afirmar que ésta es deseable, hay que probar al mismo tiempo que es necesaria y posible, desde el punto de vista legal y político.
Que tal alianza es deseable para amplios sectores de la oposición no cabe la menor duda, ya que implica una idea de la transición que parte de la siguiente premisa: la democracia comienza justo con la derrota del PRI y a lograr ese fin prioritario deben concurrir todos los esfuerzos. La comparación de Muñoz Ledo con su carga abusiva, lo dice todo: lo central no son los principios sino ``derrotar a los nazis''. Sin embargo, a pesar de todos los esfuerzos para concretarla, algo falla en esta hipótesis cada vez que se pretende concretarla. Obviamente, la unidad opositora es frágil porque, más allá de toda la retórica, no hay coincidencias suficientes entre los partidos ni elaboraciones compartidas capaces de sustentarla. Si bien todos piden la cabeza del PRI nadie quiere sacrificar su identidad.
Pero hay algo más. No se asume en serio que la transición mexicana, a diferencia de otras, se da real y jurídicamente dentro de los moldes constitucio- nales del Estado, a partir de un largo, penoso y gradual cambio en la correlación de fuerzas que hace emerger el pluralismo y sucesivamente a las reformas legales que garantizan el juego democrático sin mediar una ``ruptura'' del orden anterior.
Esa incomprensión lleva a toda clase de inconsistencias y desvaríos. ¿Qué ha cambiado, por ejemplo, para que el PRD olvide que no hace mucho llamaba ``traidor'' al PAN? ¿Por qué la urgencia? ¿De veras el 2000 representa la última oportunidad para la democracia? Y, sobre todo, ¿con qué programa se piensa alentar la coalición?, ¿qué ha cambiado?
Se ha dicho que la propuesta es resultado de un análisis frío de los datos electorales que demuestran que el esperado derrumbe del PRI no se ha producido; que la oposición dividida no podrá vencer al PRI en el 2000. Es un mentís a quienes a cada paso anuncian el derrumbe del ``sistema''. Pero este análisis descuida subrayar la otra cara de la moneda: el ascenso electoral continuo del PRD, pero también del PAN. En Guerrero, el Partido de la Revolución Democrática obtuvo la más alta votación de su historia; ganó Baja California y antes Tlaxcala y Zacatecas y el Distrito Federal, sin contar decenas de municipios y ciudades importantes. No es poca cosa.
En suma, el desmoronamiento del PRI no ocurre como preveían los estrategas de la oposición pero, en cambio, los avances opositores en las urnas son una tendencia creciente, irreversible y gradual a pesar de los discursos.
El argumento más fuerte para conformar una alianza es el que se refiere a la necesidad de asegurar la gobernabilidad del país en un escenario de fragmentación política. Eso supone acuerdos de fondo entre las fuerzas que aspiran a aliarse. Se dice con seguridad que hace falta un programa de centroizquierda para gobernar el país, lo cual es más que razonable pero ¿quién representa hoy ese ``centro'', dónde está esa fuerza social equidistante capaz de inclinar la balanza de los votos a favor de la oposición?
Si vemos las cosas en detalle, las únicas coincidencias estratégicas referidas al rumbo nacional son las que se dan entre el grupo gobernante y el PAN por cuanto responden a una visión compartida de la realidad (no idéntica) y se apoyan en los mismos referentes sociales. Gracias a estas convergencias, el gobierno ha conseguido cruzar de una crisis a otra, impulsando todas las reformas y dándole piso a la gobernabilidad.
Así pues, una alianza de centroizquierda no pasa por el acuerdo entre el PAN y el PRD sino, justamente, la que, a querer o no, se establece en los hechos aunque sea de manera accidentada, difusa y tormentosa entre un vasto sector del priísmo inconforme y el perredismo. Allí es donde el PRD halla sus potenciales aliados frente al PAN pero también frente al grupo gobernante que pugna por mantener su hegemonía dentro del partido oficial. Para decirlo de una buena vez: el PRD está más cerca de las corrientes renovadoras del Partido Revolucionario Institucional que del populis- mo foxista. Muy pronto veremos qué pasa con estas corrientes.