Estamos en fechas de celebración de aniversarios y de relevos en las dirigencias partidistas. La actividad política está en efervescencia, es época pues de nuevas definiciones y ofertas de cara plenamente a las elecciones presidenciales de legislativas del año 2000. Muchos políticos tendrán que tomar decisiones relevantes para ellos mismos, para las organizaciones políticas en las que militan o a las que se adhieran y, finalmente, para todos los que vivimos aquí. Las cosas no están claras para nadie ni para los actores políticos ni para los ciudadanos, y parte de la importancia de este proceso radica en la capacidad de interesar y, mejor aún, de comprometer al público. Sea cual fuere el resultado de este lapso en el que hay interesantes coincidencias definirá, tal vez más que en muchas décadas, el carácter y el desarrollo del país. Y eso más allá de fechas que marcan cambio de siglo y de milenio, porque eso no es más que un condimento.
En el PRI, su cumpleaños 70 mostró el agotamiento de una fuerza política que tiene coarteaduras y en la que los faules y los fueras de lugar son muy evidentes. En la reciente reunión de festejo quedó claro que las definiciones (o indefiniciones) del presidente Zedillo no despejan el terreno para crear un modelo político interno de competencia abierta y más convincente para los electores. Se darán cuenta que es ya vergonzoso someter a la población al juego del dedo, del injerto y del fatídico dedazo. Pero el PRI no es un partido derrotado, ni debería serlo si no insiste en debilitarse él solo; es más, desde una visión positiva del fenómeno político, su debilitamiento no debería ser una condición para el camino a la democracia en el país. La fuerza real que tiene el PRI lo mantiene como el enemigo a vencer para la oposición que debería reconocer en ello sus propias fallas.
Pero veamos también que la lucha interna del PRI sigue arrastrando vicios que son ya no sólo un lastre al cambio político sino a la misma modernidad, que es uno de sus propios objetivos, cuando menos de dientes para afuera. La campaña contra el gobernador de Quintana Roo que tiene flujos y reflujos y al fin nadie sabe en qué va la investigación, si el hombre es culpable o un caso más de la ofensiva impunidad existente. La querella fiscal contra el gobernador Madrazo de Tabasco se ve como una zancadilla al peroné, un arreglo interno que provoca el morbo y la desconfianza inicial de la opinión pública. Y si en verdad se puede que se pueda con la ley en la mano y de modo ejemplar, en éste y los demás casos abiertos y pendientes y en aquéllos de los que ni se sabe todavía. La demanda pública es realmente simple: la ley.
En el PAN el senador Bravo Mena toma las riendas en un periodo difícil en el que el partido debe hacer distintos balances de su posición política en cuanto a su capacidad de ganar los votos, de gobernar y de hacer cuentas de los costos políticos en que ha incurrido. El país se beneficiaría intelectual y políticamente de un replanteamiento del PAN que muestre su propia modernización doctrinaria y se convierta otra vez en una fuerza con un proyecto independiente que tienda a construir una derecha ilustrada conforme a las realidades de este país. El PRD cambiará pronto su dirigencia y tiene frente a sí la responsabilidad de que su nuevo o nueva presidente produzca una fuerte candidatura para el 2000 sin que ello acarree grandes costos, como puede ocurrir en la ciudad de México. Este partido deberá, como el PAN, demostrar que las opciones políticas que ha tomado en el Congreso pueden capitalizarse no sólo como más votos, sino para generar cambios profundos en la manera en que se conducen los asuntos del gobierno y del Estado. Tal vez el caso Fobaproa sea el que más resalta, pero está también el tema del presupuesto y lo que debería ser una seria discusión sobre la reforma fiscal, y esto en una lista que para nada pretende ser exhaustiva.
Para ambos, PAN y PRD, está abierto el tema de la alianza para una candidatura única en el 2000. Llama la atención que después de la negativa total expresada por Calderón, Bravo Mena no la descarta. Nada garantiza que una coalición tan amplia en cuanto al espectro político e ideológico gane la elección al PRI, pero sería realmente interesante ver cómo puede construirse una opción política que pudiera convocar a un gobierno de distinto cuño en el país.
El intenso proceso político que ya está en marcha, coincide en esta fase de arranque con una situación económica que podría definirse como de estabilidad inestable. Ya hemos pasado por fases así desde la más reciente crisis de 1995, y ha habido recuperación macroeconómica y también inflación, depreciación cambiaria, elevación de las tasas de interés y acumulación de desequilibrios externos. Ahora habrá que mantener la precaria estabilidad con grandes olas provocadas por el quehacer político y el inevitable reacomodo de las fuerzas de poder en el país. Es así como se provocan también las crisis de final de sexenio.