Innecesaria, la
privatización
Claudia
Sheinbaum Pardo
El financiamiento del
sector eléctrico no es un tema nuevo en el país. Desde
la nacionalización de la industria eléctrica y hasta
fines de la década de los 80, el financiamiento de la
expansión del servicio eléctrico se realizó con
recursos del gobierno federal, créditos bilaterales,
préstamos de la banca internacional de desarrollo y
créditos de proveedores. Las restricciones presupuestales, el
alto costo de la deuda y nuevas condiciones planteadas por organismos
financieros internacionales obligaron a la Comisión Federal de
Electricidad (CFE) a recurrir a nuevas formas de
financiamiento.
Esa nueva
situación no fue excepcional para México. Diversos
países latinoamericanos optaron por nuevos esquemas de
financiamiento para la infraestructura eléctrica. En Argentina
y Chile, por ejemplo, la alternativa fue la privatización de
los activos y la nueva generación, con resultados poco
alentadores.
México, en
cambio, optó en 1992 por cambiar la Ley de Servicio
Público de Energía Eléctrica, abriendo la
inversión privada a la nueva generación, pero
manteniendo la estructura del monopolio dominante. Esos cambios a la
ley permitieron por primera vez el autoabastecimiento de empresas
privadas, la cogeneración, la pequeña producción,
la producción independiente, generación para
exportación y abastecimiento a particulares.
Sin embargo, esos
cambios no dieron el resultado esperado, principalmente en lo que se
refiere a producción independiente. En los hechos, el
financiamiento principal con el que ha venido creciendo el sector
eléctrico mexicano, que por cierto no requería
ningún cambio en la citada ley, es el del mecanismo de
contratación-arrendamiento-transferencia. Así se
financiaron desarrollos recientes como las centrales de Petacalco,
Tuxpan, Topolobambo, Temascal y Samalyuca.
Bajo ese mecanismo, los
agentes privados financian y construyen las plantas de
generación o las líneas de transmisión y
distribución. Al recibir la planta, la CFE debe encargarse de
su operación mientras paga al constructor un arrendamiento
equivalente al capital invertido más una tasa de
actualización.
Pero para que
éste o cualquier otro tipo de financiamiento resulten viablen
para las compañías eléctricas públicas,
éstas deberían recuperar, mediante las tarifas, el monto
equivalente a la operación del sistema y al financiamiento de
la inversión. En la actualidad, algunas de las tarifas
están subsidiadas y el peso lo cargan CFE y Luz y Fuerza del
Centro. Es claro que si los subsidios estuviesen clara y
responsablemente otorgados por el gobierno federal o los estatales,
las compañías eléctricas públicas
podrían operar manteniendo sus finanzas sanas.
No obstante, no basta
con la claridad en el otorgamiento de los subsidios, es indispensable
su revisión. Las tarifas más subsidiadas son las de
riego agrícola y las del sector residencial. En el primer caso,
el aumento en el precio de la electricidad podría implicar un
golpe adicional al tan castigado sector agrícola; sin embargo,
sería necesario un estudio que evaluara a qué tipo de
agricultores se otorga el subsidio.
En el caso del sector
residencial, es revelador un análisis reciente del Grupo de
Energía y Ambiente del Instituto de Ingeniería de la
UNAM sobre el porcentaje que representa el gasto en electricidad del
total del gasto trimestral de las familias mexicanas. En dicho estudio
se encontró que las familias de menos recursos
económicos destinan en promedio 4 por ciento de su gasto total
a pagar la electricidad, mientras que las de mayores recursos gastan
sólo 1.7 por ciento. Esa situación refleja un sistema de
subsidios a la tarifa eléctrica residencial que no responde a
las características socioeconómicas de la
población del país.
La política
tarifaria para el sector residencial podría ser revisada
considerando tres premisas básicas: garantía del
servicio eléctrico a la población de escasos recursos,
eliminación de los subsidios a los sectores de mayor consumo y
promoción de tecnología de uso eficiente de la
energía que permita mantener el nivel de servicio deseado,
disminuyendo el consumo.
La CFE ha realizado
en los últimos años una labor en ese sentido. La casi
eliminación de los subsidios en las tarifas del sector
industrial, la novedosa ampliación de las tarifas horarias a
las medianas empresas, la eliminación del cargo fijo en el
sector residencial o el horario de verano así lo muestran. Por
si fuera poco, la CFE ya ha desarrollado programas de reconocido
prestigio mundial en el terreno del uso eficiente de la energía
eléctrica. Por otro lado, el ahorro de electricidad genera
beneficios adicionales: al usuario le permite reducir el gasto por el
servicio, y al país diferir a más largo plazo la
construcción de nueva capacidad instalada.
En otro estudio del
Instituto de Ingeniería de la UNAM, se calculó un
potencial técnico de conservación de cerca de 40 twh, lo
que equivale a 25 por ciento de la nueva oferta eléctrica para
el 2003. Seguramente, la consideración de criterios de
factibilidad económica haría que ese potencial fuera
menor; empero, es indudable que el uso eficiente de la energía
eléctrica es un instrumento para disminuir las presiones
financieras del sector, que da margen tanto a una
restructuración de tarifas residenciales y de riego
agrícola, como a la aplicación de un programa de
gestión financiera del sector.
Ese tipo de programas de
ahorro de energía, denominados "de gestión de la
demanda", son casi impensables en las compañías
eléctricas privadas. Para éstas, el fin último es
la ganancia mediante la venta de cada vez más kwh.
La solución al
problema de financiamiento del sector existe. Así lo han
demostrado las propias compañías eléctricas
públicas. La privatización del sector eléctrico
mexicano no sólo no es necesaria, sino que además es un
experimento que no ha resuelto los problemas de suministro en las
naciones que han optado por esa opción.
El país no puede
darse el lujo de un nuevo rescate financiero del sector privado. No
cometamos otro error.