Ni ignorantes ni dogmáticos: conscientes de la naturaleza

Víctor Rodríguez Padilla

La energía eléctrica es un recurso natural pero también un bien, una mercancía que el hombre ha aprendido a producir, transportar y utilizar para satisfacer mediante diversos dispositivos tecnológicos múltiples y variadas necesidades, entre otras iluminación, fuerza motriz, calor, frío, comunicación y entretenimiento. Esas actividades han dado origen a una industria organizada alrededor de una costosa infraestructura pesada, compuesta de tres niveles:

ni ignortamente La producción, a partir de fuentes naturales de energía como caídas de agua, petróleo, gas natural, carbón, uranio, calor endógeno de la Tierra, viento, sol y muchas más.

La transmisión a través de una red de alta tensión que todos conocemos por las grandes torres que la sostienen y forman parte del paisaje rural.

La distribución mediante de una compleja red de media y baja tensión que permite llegar el fluido eléctrico a casas, fábricas, comercios, oficinas, sistemas de alumbrado público y de bombeo de agua, transporte.

El flujo eléctrico no se desplaza al azar en dichas redes, obedece a leyes físicas precisas. Así, la naturaleza hace de la electricidad un bien raro, que no se parece a los que se consumen de manera individualizada, como las manzanas, los zapatos o los automóviles. La electricidad es por naturaleza un bien divisible.

Pretender transacciones comerciales con la energía eléctrica, de manera parecida a como se hace con las manzanas ųen el fondo lo que proponen las autoridadesų, es muy seductor desde un punto de vista económico, pero contrario a la física.

La venta de electricidad por parte de un productor privado a un gran consumidor, utilizando la red pública de transporte y distribución, tendrá un costo para el sistema en su conjunto, porque la energía que producirá el primero nunca será la misma que recibirá el segundo; en el camino, el producto será dividido, transformado, alterado e incluso consumido antes por otro usuario. La red en su conjunto, y no el productor individual, dará satisfacción a las necesidades del consumidor en cantidad, continuidad, voltaje y frecuencia.

La reducción del precio de la electricidad que se espera poniendo en contacto comercial a productores y consumidores individuales, deberá compensar lo que le cuesta al sistema esa operación (costos de transacción); de otro modo, se tendrá una pérdida neta, una pérdida social. Las autoridades no han estimado ni lo uno ni lo otro.

Las redes eléctricas fijan limitaciones técnicas, pero también ofrecen posibilidades a la sociedad y ésta procura aprovecharlas para su propio beneficio. Sin embargo, la sociedad moderna no ha podido todavía ųni con los más avanzados modelos de organización del sector eléctrico, como el inglés, ni con los adelantos en turbinas de gas y sistemas de comunicación e informáticaų modificar esas limitaciones para que dejen de ser técnicas. Los sueños de los economistas neoliberales se estrellarán una y otra vez contra las leyes de Kirchhoff, las que rigen el funcionamiento físico de las redes eléctricas.

Tal vez cuando el hombre aprenda a producir y controlar la superconductividad a temperatura ambiente o suministrar electricidad a millones de usuarios sin necesidad de cables y sin daños para la salud, la situación sea diferente, pero para eso faltan décadas de progreso técnico.

Seguramente, las celdas de combustibles se desarrollarán más rápido y acabarán por ocupar prácticamente todos los nichos del mercado de la energía eléctrica, haciendo innecesarias las redes de transmisión y distribución, que irán a parar directamente a los museos de la tecnología.