n Sol de plata, el Veracruz de Joaquín Santamaría / y II* n

n Elena Poniatowska n

El jarocho Joaquín Santamaría sacó su cámara y afocó su lente en las playas y en los portales, en el Café Colón y los cafés con sus grandes cafeteras traídas de Italia, frente al hotel Diligencias. En 1935 un viajero norteamericano, Max Miller, se quejó de los vendedores ambulantes en los cafés al aire libre y dijo que no lo dejaban beber y descansar frente a su mesa redonda. "Las conversaciones en la mesa no son privadas" ųescribe. "Esto, si llamarles conversaciones tiene algún sentido. Más bien esto es lo que se escucha.

ųNo, gracias. No quiero un billete de lotería.

ųMis zapatos ya están boleados, no quiero una boleada.

ųNo, gracias. No queremos que nos toque la flauta, al menos hasta que esté sobrio.

ųNo, gracias. No necesito agujetas.

ųNo, gracias. No quiero chicle. No mastico chicle.

ųNo, gracias. No quiero billetes de lotería, tengo los bolsillos llenos de billetes.

ųNo, no necesito tarjetas postales."

Veinte años más tarde, Fernando Benítez nos hace una crónica infinitamente más tolerante que la del gringo Max Miller y habla del blando sopor que lo invade después de una comida sensual a base de mariscos, pámpanos de carne tierna, huachinangos pequeños de escamas sonrosadas y una cerveza helada. "Al poco rato de permanecer en el portal, me doy cuenta de que soy propietario de una camelia roja, de un portamonedas de piel de serpiente, de cuatro ejemplares de la misma edición de un periódico local, de dos paquetes de puros y de un sombrero de jipi, tan útil para mí como los puros y los ejemplares del abominable diario abobado con artículos de algún plumífero superviviente de los tiempos de don Profirio."

La poderosa simpatía del veracruzano es irresistible, su ingenio es único. Joaquín Santamaría nos da este ir y venir de mendigos, dulceros, músicos y boleros bajo las grandes aspas de los ventiladores, y gracias a sus imágenes recuperamos la fragancia del café de Córdoba, el olor a gardenias de Fortín de las Flores, los alacranes que no pican porque son de vainilla y la jovialidad de las guacamayas. Todos nos seduce, la plaza, el ayuntamiento iluminado en la noche de Veracruz, el edificio de Correos, la Catedral, la música, los parroquianos, el tintineo de las cucharas en los vasos porque los jarochos no llaman a los meseros "joven", sino a cucharazos o si se prefiere a través de una sinfonía de cristal que rivaliza con el trino animoso de los pichos que sólo callan cuando cae la noche, las niñas de blanco bajo el vuelo de los pichos negros, sus trenzas lustrosas y recién lavadas, el arpa de los tlacotalpeños. Tan cronista como Artemio de Valle Arizpe, Salvador Novo, José Joaquín Blanco y Carlos Monsiváis juntos (pero no revueltos), Joaquín Santamaría nos da mil palabras en cada fotografía y con una sola toma precisa el tiempo, abarca el espacio y detiene el movimiento.

Ojalá que a nosotros nos vean con la ternura con la que nosotros miramos a los personajes de Santamaría. Lenta, morosamente, derritiéndose ante el cajón de las paletas y el encuentro deportivo de mujeres ensombreradas y aplastadas en sus sillas, como flanes de sémola en total contradicción con el letrero que anuncia: "Juventud, divino tesoro". Llaman la atención los hombres trajeados, de sombrero de fieltro, con botines negro y corbata de moñito parados sobre la arena y bajo el sol playero. ƑAsí, con ese atuendo funerario, entrarían al agua? Cada hombre o mujer en traje de baño de los treinta, tirándose encima la negrura de un chorrito de arena de Villa del Mar, es un enigma y una suculenta promesa. Los trajes de baño varoniles que cubren el pecho y bajan hasta media pierna, de seriesísimo hilo negro, resultan más sexy que las tangas que hoy destapan a los físicoculturistas o las taleguillas de los toreros, que enseñan el seratuyito cubierto de seda.

El erotismo no radica en lo que enseña sino en lo que esconde, y en eso Veracruz es un maestro consumado. En los veinte, en los treinta, a diferencias del de Río, el Carnaval de Veracruz ni se deschonga ni pierde la compostura. Los calabozos salinos y sellados de San Juan de Ulúa son eróticos, tienen la blancura del semen, mineralizan la luz en sus piedras y sensibilizan la retina. Los recovecos, la comba de los techos son pequeños montes de Venus, las grutas son jardines cerrados. Al propio Joaquín Santamaría le gusta presentarse despechugado como gladiador de pelo en pecho, pero no el techo, ya que la frente le llega hasta el colodrillo y para evitarles dudas malvadas, aclaro que el colodrillo es vecino del occipucio. Joaquín Santamaría Díaz abomba su tórax marino y sume su vientre de remero. El mar todo lo desnuda y todo lo sexualiza. Debió haber sido medio castigador el cronista de cincuenta años de vida de Veracruz. Además le gustaba tener en sus brazos a las celebridades, al flaco de oro, Agustín Lara; Fernando Soler, Lázaro Cárdenas, Adela Formoso de Obregón Santacilia, Miguel Alemán Valdés y los dos Adolfos, Ruiz Cortines y López Mateos.

Max Miller no quería nada de lo que le ofrecían en los portales veracruzanos. A sus nos, no, no y no, opongo mi infinita lista de sís, sí, sí y sí, provocados por el entusiasmo que me suscitan las fotografías de don Joaquín Santamaría.

ųSí, quiero a Salvador Díaz Mirón con sus dos panzas y sus dos papadas de tanto permanecer sentado en su mecedora y posar para la eternidad.

ųSí, quiero al joven Diego Rivera a quien el gobernador Teodoro Dehesa le dio una beca y mandó de Veracruz a Europa.

ųSí me hubiera gustado participar en las luchas laborales, sobre todo en el movimiento inquilinario de Herón Proal, del que me habló durante horas y horas Rafael Carrillo.

ųSí, todas las mujeres de México, que somos un poco telefonistas, viajamos al puerto con la esperanza de encontrarnos ya no a un marinero, sino a un Carmelo de guayabera blanca y sombrero canaima que nos lleve por la pista de baile en un danzón interminable.

ųSí, quiero, admiró el ingenio de los jaraneros decimeros.

ųSí, al sabor del café con leche en vaso, es único. Sí a las pellizcadas de Catemaco, que son un manjar y una nueva forma de feminizar a las tortillas.

ųSí, a los paseos dominicales en el muelle.

ųSí, a la noche de Veracruz cantada por Toña La Negra.

-Sí, a El Dictamen que propició que Joaquín Santamaría Díaz, su reportero gráfico, pudiera retratar la vida veracruzana.

ųSí, a David Maawad, amigo entrañable, que descubrió el archivo de Joaquín Santamaría hace siete años y junto con Alberto Tovalin se lanzó a la edición de este volumen que va viento en popa.

ųSí, a Horacio Guadarrama, apasionado conocedor de la historia gráfica del estado.

ųSí, a la protección de la obra fotográfica de Varelam Bureau, Santamaría y otros a quienes habría que concentrar y atesorar en instalaciones adecuadas para su conservación.

ųSí, sí, sí a este Sol de plata que nos dice de dónde venimos en una serie de tomas de un mérito excepcional, para que sepamos hacia dónde ir y nos reafirma en nuestra identidad. A la manera de John Berger, nos enseña algo a lo que todos aspiramos, una nueva manera de ver, una nueva manera de ser.

 

* Texto leído en la presentación del libro Joaquín Santamaría. Sol de plata, el 4 de marzo en la Fototeca de Veracruz