Hoy celebramos el Día de la Mujer por penúltima vez en este siglo, por lo que vale la pena hacer un recuento de lo que en realidad hemos avanzado en un asunto tan relevante.
Hace un año, la Cámara de Diputados celebró esta fecha teniendo como referente una frase que ilustra claramente la importancia de la mujer: es la mitad de nosotros y la madre de la otra mitad. Sin embargo, la importancia que todos le reconocemos está muy lejos de traducirse en hechos. A pesar de ser la mitad de la población mundial, por cada diez niños varones en la escuela primaria sólo hay nueve niñas, y por cada diez niños hay siete niñas en secundaria; por cada diez hombres que saben leer y escribir, únicamente hay siete mujeres alfabetas.
Según la ONU, por cada diez hombres con empleo remunerado, menos de la mitad hay de mujeres, a pesar de lo cual hacen dos tercios del trabajo, perciben la décima parte de los ingresos mundiales y poseen la centésima parte de los bienes. La participación parlamentaria de las mujeres es de apenas 10 por ciento a nivel mundial.
De los mil 300 millones de seres que viven por debajo del nivel de la pobreza, 70 por ciento son mujeres, a pesar de que un tercio de las familias del mundo tienen a una mujer como jefa.
En la actualidad, el nivel de los salarios de las mujeres es entre 30 y 40 por ciento más bajo que el de los hombres. Cada año, más de 500 mil mujeres mueren por complicaciones en el parto y otras 100 mil por abortos mal practicados.
La lucha femenil en México es ya muy vieja; en 1916 se llevó a cabo el primer Congreso Feminista en Yucatán, en el cual quedaron claramente establecidos los objetivos fundamentales del movimiento: la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, la equidad en los derechos políticos y el derecho a una educación sin prejuicios.
Nueve años después, en 1928, el Código Civil les reconoció el no quedar sometidas a ninguna restricción en el ejercicio de sus derechos, y fue hasta 1953, hace apenas 46 años, que la Constitución les reconoció el derecho de votar.
El rezago femenil en México es más que notorio: sólo 20 por ciento de la población femenina es económicamente activa y sólo 30 por ciento alcanza el nivel superior de la educación.
Desde el punto de vista social, los datos son preocupantes: uno de cada cinco niños nacen de madres que están entre los 12 y los 19 años, situación que da como consecuencia que casi 3 millones de niños nazcan de madres solteras. La mujer sin instrucción tiene una tasa de fecundidad de 5.6 hijos, cifra superior en dos hijos a las que concluyen la primaria y tres hijos mayor que las que tienen acceso a educación media y superior.
Las megatendencias impulsadas por la globalización previenen un aumento en el número de mujeres empleadas, como resultado del impulso de la industria maquiladora, y apuntan también a una cada vez más necesaria participación femenina en el mercado laboral informal, para completar el raquítico ingreso familiar.
Si a esos nuevos retos les sumamos los innegables rezagos que hay en las políticas públicas orientadas a la mujer, más que celebrar su día mundial debemos refrendar la necesidad de un nuevo diseño estratégico con respecto a ella. Quizá debamos empezar por responder a la tercera conclusión del Congreso Feminista de 1916: brindar a la mujer una educación pública sin prejuicios.