Marzo 4 de 1999
Las secreciones íntimas de la mujer, sus fluidos vaginales, su flujo menstrual, han despertado en la cultura occidental los más oscuros fantasmas de recelo y rechazo. El ocultamiento del cuerpo sexual femenino, a menudo asociado a una zona corporal vergonzosa, ha hecho que muchas mujeres desconozcan sus propios órganos genitales, la morfología de su clítoris y sus posibilidades de goce, así como cuestiones muy elementales de higiene íntima; de igual manera, el sexo femenino ha aparecido culturalmente como una fuente de perdición y peligro para sus propias poseedoras y para quienes se aventuran a explorarlo más de cerca. Los olores provocados por una infección, las incomodidades del menstruado, la paulatina resequedad vaginal que se registra a partir de cierta edad, todo ello ha fomentado una imagen desvalorizadora del sexo femenino y de sus fluidos naturales, incluso una ignorancia elemental respecto a su función lubricadora y al efecto que sobre ellos tienen los cambios hormonales.
La vulnerabilidad sexual
Este desconocimiento ha incrementado no sólo el caudal de prejuicios masculinos en torno a los órganos sexuales femeninos, sino también el descuido de muchas mujeres y su vulnerabilidad en materia de salud sexual. En el libro La mujer y el VIH/sida1 se habla de casos de abuso en la aplicación en la vagina de sustancias químicas o de preparaciones herbarias con fines medicinales, afrodisiacos, anticonceptivos, o de limpieza. También se habla del empleo de sustancias que resecan y estrechan la vagina. En Zaire, por ejemplo, un número de servidoras sexuales que recurrían a esta práctica llegaron a presentar lesiones inflamatorias en las paredes vaginales. En el caso de las enfermedades de transmisión sexual (ETS), y en particular del sida, se llega a considerar a la mujer como fuente transmisora de la infección en las relaciones heterosexuales, a pesar de ser la mujer la que corre un riesgo varias veces mayor de ser infectada en relación con el riesgo al que se expone con ella un hombre. ¿Por qué?
A la vulnerabilidad social que se manifiesta en las dificultades de la mujer para negociar el acto sexual protegido, es decir, para exigirle a su pareja el uso del condón, se añade la vulnerabilidad biológica, que no es otra cosa que la mayor facilidad con la que las mucosas vaginales dejan pasar al virus de la inmunodeficiencia humana (VIH). En efecto, las paredes vaginales son más frágiles que la mucosa del glande masculino, de la misma manera que las paredes del recto (masculino y femenino) se exponen más a desgarres y lesiones que también facilitan la infección.
Existen por lo demás otros factores de vulnerabilidad femenina:
- El VIH está presente en el esperma en una concentración mucho mayor que en las secreciones vaginales.
- Después de una relación sexual, dicho esperma permanece largo tiempo en las vías genitales femeninas (de tres a cuatro días), por lo que el tiempo de exposición al virus es mayor.
- Las ETS (gonorrea, sífilis, papilomas, clamidia, chancro, herpes) son más "silenciosas" en la mujer y pasan más fácilmente desapercibidas por manifestarse a menudo en los órganos sexuales internos.
- Estas enfermedades aumentan hasta en cinco veces el riesgo de contraer el VIH debido a las lesiones que llegan a provocar en la vagina y la vulva.
- Los periodos de regla incrementan los riesgos de exposición a una infección sexual.
- Los dispositivos uterinos y espermicidas como el Nonoxinol-9 pueden irritar y lacerar la vagina.
- Los contactos sexuales violentos o no deseados; en ellos la lubricación suele ser insuficiente y esto provoca microlesiones, cuando no importantes desgarres vaginales.
La imprecisión de los riesgos
Desde el inicio de la epidemia del sida, se consideró como un hecho incontestable que el contacto con las secreciones vaginales representaba un alto riesgo de infección. Sin embargo, uno de los objetivos de un estudio2 realizado por el Centro para el Control de las Enfermedades de Estados Unidos, para detectar y cuantificar la presencia del VIH en las secreciones cérvico-vaginales, señala que, a excepción del flujo menstrual, la presencia viral en dichas secreciones no es mayor que la existente en la saliva o en las lágrimas, por lo que éstas no podrían transmitir el VIH. Sin embargo, no existe hasta el momento una información científica definitiva que cancele totalmente dicha posibilidad. Sucede con estas secreciones algo similar que con el líquido pre-eyaculatorio masculino: la ausencia de datos epidemiológicos concluyentes impide cualquier aseveración tajante sobre su potencial infeccioso. Por ello se aconseja comúnmente no abandonar la protección del sexo protegido en el caso de un contacto oral.
Uno de los argumentos más recurrentes para señalar el bajo poder infeccioso de las secreciones femeninas es el registro ínfimo de casos de VIH por contacto sexual entre lesbianas.
Las protecciones requeridas
En el caso del VIH/sida, las medidas preventivas para la mujer incluyen:
- Una higiene íntima constante a base de jabón y agua, evitando las duchas vaginales que reducen la mucosidad protectora natural que produce la vagina.
- La exigencia a la pareja sexual del uso del condón para relaciones vaginales, anales y orales.
- La protección con un parche de látex o con plástico de uso doméstico para sexo oral entre mujeres.
- El uso de un condón femenino, a base de poliuretano, todavía de acceso difícil y oneroso en México.
- Exigir el uso de lubricantes hidrosolubles en cada penetración con condón.
- La exploración del propio cuerpo, y del de la pareja, a fin de detectar verrugas o ulceraciones que pudieran señalar la presencia de una enfermedad sexualmente transmisible.
1 Marge Berer, 1993. La Mujer y el VIH/sida. Women and HIV/AIDS Project.
2 HIV Epidemiological Research Study.
Fuentes: VIH: Histories des femmes, folleto informativo de AIDES.
The Body (http://www.thebody.com)