Marzo 4 de 1999
"¿Mi nombre? Janet Nitch Cortázar, tengo 27 años y soy madre de una niña y de un niño. Vivo en Villahermosa, Tabasco, a la orilla del río, entre montañas, en un ambiente muy natural y tranquilo que disfruto mucho.
"Hace siete años, en marzo de 1992, mi esposo ingresó al hospital por una neumonía, una semana después falleció, el diagnóstico fue: sida. Yo era casada, monógama, ama de casa; vivía en una atmósfera donde una no puede percibir que algo malo suceda, me sentía protegida por mi entorno; por eso el diagnóstico positivo fue un cambio terrible para mí. Hasta ese momento me entero que él era bisexual y que tenía una pareja gay. Su pareja ya sabía que él estaba infectado, pero a mí nunca me lo dijo por temor a hacerme daño.
"Cuando te dan un diagnóstico como ése te invaden sentimientos de culpa y te sientes mal contigo misma; sientes rabia, dolor, frustración. Después de mi diagnóstico positivo, pasé tres meses de encierro, de pegarme de golpes, de preguntarme por qué había pasado, de cuestionarme en qué había fallado como mujer y como ser humano. A mí no me dolía tanto el diagnóstico de VIH sino el engaño, eso me dolió más. He aprendido a vivir con el VIH, con el engaño yo no sé vivir. Ahora comprendo, luego de siete años de estar involucrada en esto, que no hay culpa alguna, que no se puede prohibir a nadie que ame. La falla aquí fue la ignorancia, el desconocer la existencia de un problema tan grave. El era un hombre muy cariñoso y apuesto, lograba todo lo que se proponía. Yo estaba locamente enamorada, totalmente enajenada, es el primer amor en el que tú lo depositas todo. Si hubiera sospechado la existencia del sida, quizás las cosas no hubieran terminado como terminaron, hubiéramos trabajado y luchado juntos."
Al momento de la entrevista, Janet acababa de salir de una fuerte recaída, estuvo hospitalizada y le tuvieron que cambiar la terapia. Su fragilidad aparente contrasta con su firmeza de ánimo. Al día debe ingerir 20 pastillas entre medicamentos antirretrovirales, antibióticos y profilácticos, "y si tuviera que tomar 50 para mantenerme viva, créeme que voy a tomar las 50 pastillas, porque mi principal terapia son mis hijos". Janet viene cada tres meses al D.F. a atenderse en la clínica de sida del hospital Gabriel Mancera del IMSS; su fortaleza le ha permitido superar ya varias crisis de salud. Ella partió de cero: "Sida igual a muerte, era lo único que sabía. Ni siquiera sabía que se trataba de un virus. Tenía miedo hasta de tocar, abrazar y besar a mis hijos por el temor a contagiarlos." Pero su determinación de salir adelante la llevó a informarse y a buscar ayuda: "Te grabas en la mente que el virus no te va a acabar. Te acaba si te aíslas y te deprimes, si no hablas y buscas ayuda." En su búsqueda, Janet encontró a más gente en su misma situación o peor: "La mayoría de la gente que en ese momento estaba siendo diagnosticada positiva era gente gay, y yo traía aversión hacia los gay por el problema que había pasado. Pero a pesar de ello comencé a trabajar con el psicólogo Gabriel Uribe visitando pacientes, a darles apoyo, a decirles 'oye, se puede hacer esto, no eres el único'. Me involucré tanto que de pronto me doy cuenta que estoy conviviendo en un ambiente totalmente gay, viviendo y amando a toda esa gente."
Janet ha llegado a fundar una asociación en Tabasco: Asistencia Tiempo Nuevo ("tiempo nuevo porque en esta nueva etapa de la pandemia, con tantas terapias y noticias tan alentadoras, estoy convencida de que de veras ya nadie debe morir de sida"), dedicada a la educación del paciente ("porque muchísimos no saben qué es el VIH y desconocen todo lo del manejo de los medicamentos"), a la capacitación del personal de salud y a canalizar a los pacientes a las instituciones de salud. Además Janet es la representante en Tabasco del Frente Nacional de Personas Afectadas por el VIH (FrenpaVIH) y funge como directora de la Red Global de Personas que Viven con VIH (GNP+, por sus siglas en inglés) región Latinoamérica.
El hecho de ser mujer y madre de dos niños no ha sido un obstáculo en su trabajo y tampoco ha limitado su participación en múltiples eventos y reuniones. A la pregunta de por qué decidió dar la cara, su respuesta es contundente:
"Había
que darle un rostro al sida. No te puedes comprometer en esto, tratar de
ayudar a los demás pacientes,
a sus familiares y amigos sino te asumes tú misma como portadora
del virus. Ellos te tienen más confianza y el impacto de tu trabajo
es mayor. Me dije: 'tengo que hablar de esto, tengo que contar lo que sucedió'.
El dar la cara es invitar a la gente a que adquiera conciencia de que puede
sucederle a
ella. Yo asumo
mi responsabilidad, porque al final de cuentas la gente que va a estar
contigo es la gente que realmente vale la pena, la gente que te va a apoyar.
La que se fue al enterarse de que yo vivía con el VIH es gente que
no tenía nada que hacer en mi entorno. Luchar contra este virus
te enseña lo que eres capaz de dar como ser humano y yo aprendí
que podía dar mucho.
"Al principio es muy difícil involucrarte en el trabajo porque todo lo que se ha hecho sobre sida está enfocado hacia los hombres. Es muy poco lo que hay de trabajo con mujeres. Me he propuesto retomar a Janet como mujer, involucrarme más en el trabajo con mujeres desde la perspectiva de género; ayudarlas a enfrentar su diagnóstico de VIH, a hablarles de sexualidad y de autoestima. Ese es ahora mi interés y mi empeño.
"El VIH me cambió la vida, me ha quitado mucho, pero puedo afirmar que lo ganado ha sido mucho más."