Uno de los funcionarios públicos cuyas actividades más aparecen reseñadas en los medios de comunicación es el secretario de Salud. Casi a diario, el doctor Juan Ramón de la Fuente es noticia, lo mismo porque inaugura hospitales y centros de salud, o echa a andar campañas dirigidas a mitigar las carencias de los más necesitados, es decir, la mayoría del pueblo; porque va a Chiapas a refrendar los compromisos de apoyo a los indígenas, zapatistas o no, o señala, sin lugar a duda, que la contaminación que padecemos en las grandes ciudades sí causa daño al ser humano.
También se le menciona cuando denuncia carencias que pronto desaparecerán, gracias a los programas establecidos en este sexenio. Además, no hay rubro que el prestigiado galeno no domine. Hasta la economía. Y a quien lo dude, le recuerdo su profunda reflexión (si mal no recuerdo, expresada en Tepic) sobre la necesidad de que los diputados aprobaran el año pasado el presupuesto federal y el Fobaproa.
Pero el ex director de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional es igualmente noticia en el campo de la política. Aunque no milita en ninguna organización partidista, es señalado como uno de los posibles candidatos del PRI a la presidencia en el año 2000. Su jefe hasta lo utiliza para, por medio de chistes que son muy celebrados, ``tirar línea'', abrir la discusión y la especulación sobre la forma en que el partido más antiguo y desprestigiado elegirá su gallo para contender por la grande el año próximo.
El doctor De la Fuente, estoy seguro, sabe que no será el bueno, aún afiliándose hoy a ese instituto político. Una lástima porque el más mencionado y declarativo secretario de Salud en toda la historia de México merece cargos más encumbrados por su acertado desempeño. Claro, a veces falla, como hace unas semanas su jefe, el presidente Zedillo, se lo reprochó en una ceremonia en Los Pinos, por no desterrarle una gripa. Errores cualquiera los tiene.
No dudo que la mención que los medios hacen del doctor De la Fuente sea fruto de impulsar tantas y efectivas acciones en bien del pueblo de México. Sería un crimen que la Secretaría de Salud dedicara parte de su escaso presupuesto a pagar gacetillas, publicidad en los periódicos, a fin de delinear una buena imagen de su titular. Otro Roberto Madrazo sería imperdonable.
Por todo lo anterior, debo reclamarle al secretario el que entre tantas declaraciones como hace, en ninguna se haya referido a lo que viene ocurriendo en Torreón, donde miles de niños sufren los efectos de la contaminación por plomo, una sustancia muy peligrosa que causa daños irreversibles en la salud. No hay duda que el origen del problema está en la planta fundidora Peñoles, enclavada en medio de varias colonias populares, y cuyos humos y polvos se extienden por varios kilómetros a la redonda hasta llegar a la ciudad vecina, Gómez Palacio. Desde hace décadas, Peñoles atenta contra la población, en especial contra niños y mujeres en edad reproductiva (los más propensos a sufrir daño físico y cerebral por plomo). Si quisiéramos ejemplificar el contubernio entre sector público y privado, el caso Peñoles ocuparía lugar destacado.
El doctor De la Fuente sabe muy bien los efectos nocivos del plomo en la gente, y que hay abundantes reportes sobre lo que sucede en Torreón desde décadas atrás con dicho metal, pues otros médicos y especialistas alertaron oportunamente del asunto.
Carguemos una parte de la culpa de las omisiones a los sexenios anteriores. Pero resulta inexplicable que luego de cinco años del presente continúe ese ecocidio, y que ninguna dependencia se atreva a tocar con el pétalo de una sanción a la empresa responsable ni a exigirle mínima reparación por los daños que ocasiona.
Tengo la esperanza de que luego de la celebración del aniversario del PRI y de los pronunciamientos, que en esa ceremonia hizo el jefe nato del partido, los medios no distraigan más al doctor De la Fuente con cuestiones electorales. Deben dejarlo trabajar en asuntos en el que él es experto.
Entonces, tendrá tiempo de ocuparse de los miles de afectados por plomo en Torreón, indefensos ante lo que sucede.