José Blanco
Remembranza
Luces tenues, el frío de la noche y un silencio total, perturbador y magnético, constreñían el sitio exclusivísimo. Los cuatro comensales se sentaron a la mesa. Los estrechones de manos y las antiguas palmadas retumbantes en la espalda habían electrizado las miradas. La premonición inquietante de caminar por el borde del todo o nada volvía a invadirlos.
El 4 de marzo, día de la voz de šarranquen!, parecía muy lejano. El tumulto de los hechos en pocos meses había cambiado por entero la faz de la política nacional. La incertidumbre que entonces se sabía, ahora la sentían los cuatro en cada poro. Nada era hoy más oscuro que el futuro.
La decisión sobre la eliminación de los candados había sido acertada, pensaba el Presidente. El Consejo Político Nacional pudo concluir que un partido que busca modernizarse y democratizarse no debía andar haciendo retratos cuasi hablados de su candidato en las reglas de elección.
No fue fácil. Para los dinosaurios las insinuaciones de eliminar candados significaban que el Presidente había decidido "salvar el proyecto" y acortar la distancia hasta el punto de tener en la secreta el nombre de su sucesor.
En mayo las reglas estuvieron listas: sería elegible cualquier miembro del PRI. Una elección de delegados, más la representación territorial, más la representación sectorial, más los gobernadores priístas, más el CEN ųcon lo cual "no podía haber sido más exhaustiva la representación de la militancia" (sic)ų conformarían la Asamblea Nacional que elegiría en septiembre, en votación secreta, en urnas translúcidas y en dos fases, al representante del tricolor. Durante la primera etapa sería elegida una terna; en la segunda sería elegido el candidato.
Reporteros perspicaces preguntaron cuál iba a ser el peso relativo de los votos de esas cuatro instancias, pero en mayo los órganos competentes del PRI contestaron que esa decisión era parte de la formación de los consensos democráticos necesarios a lo largo del proceso.
En junio se registraron siete precandidatos, pero al mes siguiente Roberto Madrazo hubo de renunciar en medio de severas presiones derivadas de un cúmulo creciente de demandas judiciales. Sólo uno de los afectados por los candados renunció y solicitó registro.
Durante julio y agosto la actividad prelectoral priísta, al lado de la que desplegaban el PAN y el PRD, fue un pandemónium asfixiante. Jamás el país vivió alucinación de tal magnitud. Los ratings de las televisoras se desplomaron debido a la increíble saturación de propaganda política. En esos dos meses se levantaron 237 encuestas nacionales (contradictorias) sobre la intención de voto. Durante ese lapso, el CEN del PRI llevó a cabo 12 reuniones de evaluación de las encuestas nacionales y siete de monitoreo de las campañas de los precandidatos. Durante ese transcurso varios de los aspirantes insinuaron, y a veces acusaron, que diversos secretarios de Estado y gobernadores favorecían la imagen de este o aquel precandidato. Hubo también, que se supiera, 14 reuniones entre algunos o todos los precandidatos.
El día de la primera Asamblea Nacional, el CEN anunció que el Consejo Político había decidido otorgar igual ponderación a los votos de las cuatro instancias electoras y, además, presentó un informe ųno leído, pero sí distribuido a todos los presentes y a la prensaų, sobre los resultados de las encuestas nacionales. Fueron leídos los curricula de los seis aspirantes y se levantó la votación. El grado de expectación pudo medirse por el infarto al miocardio sufrido por un delegado, pero la terna elegida fue ruidosamente celebrada y, al final, encargada de enterar al Presidente de los resultados. Los perdedores reconocieron sin ambages los resultados.
Alemán, Bartlett y Labastida acudieron esa noche a una cena con el Presidente, quien acomodando su servilleta dijo: "Debo reconocer que nunca antes el partido tuvo un proceso de negociación interna tan profundo y tan intenso; de la misma forma culminaremos este ejercicio democrático". Las imágenes estaban congeladas: la sonrisa controlada de Labastida, la mandíbula cuadrada de Bartlett, los ojos azorados de Alemán.