Teresa del Conde
Cinco continentes y una ciudad
El hermoso palacio de los Condes de Santiago de Calimaya, sede del Museo de la Ciudad de México, aloja por algunas semanas más una exposición que merece debida atención, no sólo por ser muy ambiciosa, sino porque corresponde a un proyecto curatorial en el que intervinieron especialistas de diferentes países. Hay en ella un problema: si lo que se pretendía era explorar las posibilidades de la pintura, la selección debió corresponder a otros parámetros, no porque no existan allí pinturas, sino porque este medio es muy específico y aunque se encuentre hoy en día puesto en cuestión, persiste en todo el mundo, al lado de los multimedia, que son otra cosa. Pero si cancelamos esa idea, el conjunto mostrado resulta variado y muy rico, tanto respecto a México como a otros países. Cuando el visitante empieza su recorrido por la parte mexicana de la primera planta, pronto encuentra una gran pintura de Sergio Hernández, muy impactante, con su consabida iconografía orquestada y texturada en tonos azules. Como contrapartida está el Desnudo bajando las escaleras eléctricas de Boris Viskin, un políptico en honor a Duchamp bien ideado al que se añaden los gratos cuadritos de su serie Presencias, que guardan un formato parecido a lo que presenta Miguel Castro Leñero. De este último es especialmente interesante Parque México II, pero en realidad las pinturas que más resaltan en la sección mexicana son las de Franco Aceves Humana, una de ellas es una "instalación" ilusoria, pintada en técnica mixta. Sus otras tres pinturas son encáusticas, técnica ésta que se encuentra en apogeo entre los pintores mexicanos de hoy. Los trabajos más novedosos, pero no pictóricos en la selección mexicana corresponden probablemente a Néstor Quiñones, específicamente las tituladas Uno pone el ojo donde tiene la flecha. Es necesario asomarse a ellas para poder describirlas, ya que a simple vista no es posible darse cuenta de lo que proponen. En oposición a estas piezas, los trabajos de Jorge Rocha Linares (algunos exhibidos antes en el Museo Carrillo Gil) corresponden a una figuración tradicional que curiosamente ofrece algunos lazos superficiales con Agustín Lazo, en cuanto a la manera de manejar la pincelada, no se si esto es casual o propositivo. Ciudad soledad y Morra con modorra son las mejores, Marco Fabián Ugalde Romo, es como el anterior, un artista muy joven que tiene especial predilección por configurar figuras pobladas por moscas tomadas a manera de módulos. Diríase que son configuraciones muy a la moda. Tiene indudable sentido del humor, pero me parece que estaría mejor en el ámbito de la serigrafía o en el del diseño gráfico y aún en la tira cómica, que narra situaciones escuetas mediante pocos elementos. Las impresionantes fotografías sobre acetato transparente de Gerardo Suter están presentes hoy día al menos en tres sitios: en este palacio, en el MUCA y en Nueva York, Suter es por tanto artista internacional, como lo es asimismo Jan Hendrix, que exhibe un mosaico enorme integrado por 594 fragmentos, son en realidad serigrafías sobre papel de Nepal y se trata de una obra precisa, inteligente y muy atractiva, como un poema con deje oriental. Las obras de Magali Lara que ocupan una sala separada, no me funcionaron en esta ocasión, quizá porque serían más susceptibles de ser llevadas a la gráfica, el hecho es que me pareció que la pintora está por debajo de sí misma y de otras participaciones allí presentes. Estrella Carmona participa con su tradicional orozquismo, bien planteado en cuatro composiciones de formato grande. De Germán Venegas hay dos temples sobre tabla, enfrentados, que no pueden percibirse bien, dada su colocación. No me parecen tan convincentes como son otras obras que le hemos visto. Mónica Castillo, ultra avant garde, es no sólo ingeniosa, sino muy profesional. Salvo una, sus piezas no son pinturas ni pueden leerse como tales, sino como objetos tejidos volumétricos, el que es plano que destaca por su concepción y factura Proyección a izquierda-derecha está realizado en hilo y tela de algodón. Laura Anderson Barbata ahora trabaja con hojas de orquidea tratadas. Atado quedará a un árbol es una serie en la que los rostros se asoman, circunscritos por las mismas puntadas en canevá que van uniendo entre sí a las hojas. Tienen aliento poético estas piezas, pero hubiera sido mejor prescindir de su tríptico Fe, esperanza y caridad desolladas, en el que los rostros son las hojas de orquidea y las figuras están pintadas. Esta obra es débil y aunque conceptualmente juega bien con la antes mencionada, conspira contra ella y la demerita. No tanto así el políptico titulado Tlacaxipehualiztli integrado por 12 recuadros que funcionan como retratos. La sección mexicana está integrada por los artistas hasta aquí mencionados y es la que ofrece mayor número de pinturas. Por un momento creí que el chileno Arturo Duclós estaba integrado a esta misma sección, pues a través de uno de sus cuadros lo confundí con Gustavo Monroy (ausente de la muestra), lo que pasa es que están manejando códigos parecidos. La colombiana Beatriz González, artista afamada, está representada con un telón y con cuadros de pequeño formato, pero sólo pude ver uno de la serie Las delicias 1997. Los otros están indicados a través de cédulas. No pude localizarlos.