Alberto Aziz Nassif
La democracia a los setenta
El PRI acaba de cumplir 70 años y se prepara para la sucesión presidencial del año 2000 en un contexto de intensa competencia electoral. Durante la ceremonia del aniversario, el 4 de marzo, el presidente Zedillo dejó asentado que no designará al candidato, pero que sí intervendrá en la sucesión, y que no habrá el tradicional dedazo, pero tampoco una elección primaria completamente abierta, sino algo intermedio con delegados y asambleas de militantes. Se buscarán un nuevo mecanismo y otras reglas del juego. El discurso presidencial dio la línea y al mismo tiempo dejó abiertas a la interpretación zonas que no fueron definidas.
El PRI llega tarde a su democratización interna, con una serie de experimentos locales fallidos y también con algunos éxitos. Paradójicamente, el PRI es la versión menos institucionalizada de su larga historia, porque las reglas más importantes han sido los usos y costumbres, entre los que destaca la forma de nominar a sus candidatos. Hasta hace muy poco el Presidente de la República designaba a su sucesor y el partido obedecía, y de forma similar se repetía el mecanismo en los estados, para las gubernaturas. Hoy esas facultades se han descentralizado y en la mayoría de los casos han sido los gobernadores priístas los nuevos electores. Los estados también han sido expresiones definidas de lo que es hoy día la cultura política de ese partido: un conjunto de prácticas y de inercias autoritarias, de controles caciquiles y, sobre todo, de muchos recursos para comprar votos y espacios en los medios de comunicación. Aquí se podría hacer una apuesta: el PRI en todas las elecciones estatales de 1998 y 1999 ha superado por mucho los topes de campaña y nada ha pasado. El problema de fondo del PRI no es tanto la democracia interna, sino la invención de un nuevo mecanismo para designar a su candidato a la Presidencia sin que se note demasiado la influencia presidencial a favor del tapado-destapado de verdad y, sobre todo, sin que se genere otra ruptura que podría ser fatal para ese partido.
Cuando Zedillo habla de poner en el proceso toda su influencia moral y política nadie duda que se tratará de toda la fuerza de la Presidencia de la República para lograr un objetivo: tener un candidato cercano a los intereses del zedillismo. Las partes más relevantes del discurso presidencial no fueron para proponer una reforma democrática interna, sino para leerles la cartilla a los adelantados, a los dos precandidatos incómodos, Madrazo y Bartlett. Además de discursos, también se han tomado acciones en su contra: parece que al primero ya se le investiga por una parte débil, sus problemas fiscales con la Federación, y al segundo se le hace el vacío y se le deja flotar. El reto frente a estas dos expresiones del priísmo es evitar una nueva ruptura, así como someterlos a una adecuada disciplina que los ubique en el orden presidencial. De cualquier forma, las cosas no serán tan simples como acatar la línea presidencial y todos tan contentos; por el contrario, lo que se avecina en el PRI es una feroz batalla interna por la candidatura, en la que los diferentes grupos, facciones y caciques que abundan en ese partido se jugarán el todo por el todo para conseguir sus objetivos, mientras la sociedad mexicana observará el litigio con la expectativa de que no se llegué otra vez a la violencia, como ya sucedió en 1994.
Después de casi un sexenio de repetir que mantendría distancia de su partido, que se amputaría el dedo y que no se metería en las decisiones internas de la organización, ahora, al cuarto para las doce, el presidente Zedillo cambia de opinión y trata de recuperar terreno para intervenir y conducir la sucesión. La paradoja del PRI es fuerte: un partido que durante toda su vida ha estado acostumbrado a la conducción vertical hoy no puede seguir con esquema sin peligro de fracturarse, pero al mismo tiempo no tiene hábitos ni una cultura política para generar una elección limpia y equitativa, que necesita urgentemente para estar en condiciones de competir con la oposición. Ni modo, así es la democracia a los setenta.