n Su música sexuada sonó la noche del viernes en el teatro Metropólitan


El contrabajo de Cachao anticipó la primavera

Pablo Espinosa n Meteorológico fenómeno en metáfora, esdrújulo, pero no por eso fofo: hace apenas unas horas, por efecto de su música, que es incandescente, uno de los genios musicales de este siglo, Cachao, literalmente obligó a la primavera (que según los calendarios se supone llegaría hasta nueve días después) a aposentarse por adelantado entre nosotros; de manera contraria a la eyaculación precoz, en cambio, el músico cubano elongó tremendo ayuntamiento entre música y sentidos corporales y de cópula tan dilatada emergimos ųahora vemos un óleo de Boticcelli, El nacimiento de Venus, adornado por música barroco-cubana, la de Cachaoų floridos, flameados, flamantes querubines con bemba y con bongó. Ah, cuán barroca es la música del señor Israel López, que el mundo de los placeres conoce nada más y nada menos como Cachao.

Son casi las 21 horas del viernes 12 de marzo y el teatro Metropólitan es un hervidero de ansias. En los altavoces suena un disco apabullantemente chingón: Presentando a Rubén González (Cora Son), como preludio perfecto a un acontecimiento cultural de dimensiones colosales: luego de la entrada de diez músicos morenos y de frac, hace arribo triunfal en medio de ovaciones calurosas, loor y pleitesía, un hombre diminuto que apenas levanta poco más de metro y medio del piso, pero cuyo genio se eleva a la estratósfera, pasto apetitoso para la prosa de Cabrera Infante que lo ha bautizado con fuego eterno: el bajo más alto del mundo. Ah, esto es que entra el gigantesco chaparrito y el mundo se ilumina y se viene abajo en vítores, pataleos emocionados, aplausos por montón.

No es, empero, la orquesta de Cachao la que tenemos en escena. Se trata de un trabuco armado a última hora, pero no por eso (last but not least) de cualidades ejecutorias por las cuales los académicos de la lengua española se apresurarían a calificar como requetechingones. Esa decena de ejecutantes, como en la novela Concierto barroco de Alejo Carpentier, se reparten ųcasi de acuerdo a sus fisonomíasų violines, saxos, güiros, alientos-metales, maracas y bongó. A una orden del director de orquesta ųCachao, empuñando el arco de su contrabajo, que es altoų la decena mágica suelta las primeras de muchas piezas de la noche que, šoh evidencia de una orquesta de ocasión!, suenan a cuadro cubista, es decir, los ojos por acá, un pedazo de oreja por allá, una chichi por aquí, una nalga femenina en los acullases de, eso sí, una sabrosura sin par, como todo lo que produce el gran Cachao cuando tiene varias filas de músicos a su disposición. Ah, qué música tan clásica, la música clásica de Cuba. Ah, que es prodigio y privilegio estar parados, cuando se ha estado, frente a un óleo original de don Vincent Van Gogh (que aquí sería, por supuesto, don Vincent Bongó), pero es más prodigio y privilegio verlo pintar los girasoles, como en este instante está blandiendo don Cachao (don Vincent Cachao, je) el arco de su contrabajo (que es altísimo), cual don Augusto Renoir en el instante de coronar con un color semejante al interior de un caracol el pezón de una hermosa muchacha rubicunda y desnuda, por supuesto.

Para el extasiado público que atiborró el teatro Metropólitan, un acto amoroso en plena escena sin siquiera necesidad de asomo de censura, mucho menos de escándalo o atisbo alguno de los pinches complejitos semimochos y/o hipócritamente puritanos, pues es sabido que la carne nunca peca cuando se vive en estado de gracia, es decir, la piel morena, la cuna en el Caribe, la música como una extensión del cuerpo y una manifestación del erotismo: la figura que tiene en mente el espectador que al mismo tiempo escucha a Cachao acariciar su contrabajo es el de un hombre (Cachao) haciendo el amor con una mujer (su contrabajo), ella (el contrabajo) inclinada sobre el piso cual bailaran tango ambos, cual cumplieran ya la primera etapa, la del escarceo, para continuar un juego lúbrico de enternecedora delicadeza y sabrosura, pues ahora él (Cachao) está tendido sobre ella (el contrabajo) haciendo de su bajo vientre (el del bajo, que ya se puso alto) un manantial de maravillas y cada vez que acerca la palma de su mano, extiende y hiende dedos, extrae quejidos, guturaciones clamorosas, exclamaciones de placer que el mundo da el nombre de música, pero que no es otra cosa que una de las muchas formas, las epifanías, en que a los humanos nos es develado el misterio del sentido de la existencia. Ah, que es bella la música barrocomorena de Cuba que aquí suena en manos de uno de sus dadores de vida, el gran Cachao.

 

El alma baila en vilo

 

Suena el son montuno, arranca prodigios un danzón y luego corona las testas un romántico estribillo: la sabia naturaleza/ dio flores muy perfumadas/ para que tú te embriagaras/ romántica mujer. Han sonado cuatro piezas ya y es hasta este momento cuando suena un danzón, que la música ha dejado de sonar cubista, para tomar su congruencia de conjunto, pues ya la orquesta ha entrado en calentura y la precisión de un cronómetro sudando, es decir, hecho de madera del Caribe, gobierna los ralenti, los pedales, los allegri molto maestossi, el oleaje espermático, clitórico de los crescendi y los diminuendi, el flujo musical idéntico al ritmo de una cópula. De aquí en adelante todo será semejante a una sesión sinfónica, a una música barroca nacida de una mente de formación clásica con raigambre popular de un ciento por ciento. Baila el alma en vilo y en el intersticio de una solfa. Cielo santo, cuantísimo placer. El sentido literal del término "descarga" que es una forma musical inventada por Cachao, cobra aquí su acepción sexual de manera deliciosa. Clímax interminable, la mirada perdida en algún punto del infinito, todos los sentidos concentrados en el placer de una música perfecta que ayunta el cuerpo con el alma. Ah, que viene, que ya viene la culminación perfecta del placer. Aaahhh, que esta música se derrama, se escancia, se vacía y saciada queda.

El canto de ballenas en pleno apareamiento, que es una de las formas en que suena el contrabajo de Cachao, la polirritmia pre stravinskiana de su genio, su música prístinamente sexuada, sonó la noche del viernes en el teatro Metropólitan y volvió a sonar anoche y volverá a sonar esta noche, que será la última, en la Plaza de Santo Domingo, en uno de los capítulos fundamentales de los quince gloriosos años del Festival del Centro Histórico.

Ah, que el gran Cachao ha hecho venirse a la mismísima Primavera, aun antes de la fecha de la boda, anunciada para marzo 21. Hoy, merced a su música barrocomorenísima, ya es Primavera.