La Jornada Semanal, 14 de marzo de 1999



Jorge Bustamante García

entrevista

Con Ludwig Zeller

El poeta y pintor chileno, Ludwig Zeller, vivió durante largos años en Canadá y ahora reside en una de las primeras estribaciones de la Sierra de Juárez. Jorge Bustamente lo entrevistó en la casa que Susana y Ludwig levantan en San Andrés Huayapan, y hablaron de Río Loa, de Pablo de Rokha, Rosamel del Valle, Von Arnin y la utilidad de la poesía.

Conocí a Ludwig Zeller en 1994, en una visita que él y su mujer, la pintora Susana Wald, hicieron a Morelia. Pero tenía referencias de su poesía y sus collages desde varios años antes, a través de la revista de poesía Gradiva, que animaba generosamente en Colombia Santiago Mutis. Después, el poeta Francisco Hernández me regaló el libro de Zeller Aserrar a la amada cuando es necesario donde había subrayado versos como ``Los pájaros de ayer no tienen plumas/ arden sólo en el vuelo'' o ``Saber que alguna vez seremos sólo un nombre, en el que arden fugaces superficies''. Supe, entonces, que ahí asomaba un poeta con una muy singular visión del mundo, idea que corroboré luego en algunos poemas de Los engranajes del encantamiento, libro que contiene 40 años del hacer poético de Zeller. Este poeta chileno vivió durante largos años en Canadá y reside ahora en un rincón de Oaxaca, donde junto con su mujer construye una casa llena de aire y sueños en los bordes de San Andrés Huayapan. Allí, en esa casa de tejado amarillo y paredes blancas, desde donde son visibles las primeras estribaciones de la Sierra de Juárez cuyas rocas guardan secretos precretácicos, pasamos una tarde memorable hablando de la infancia, los viajes y la vida, aquellos surtidores insustituibles de la poesía. Esta conversación que ahora transcribo es una pequeña porción de esa tarde oaxqueña que quedó impregnada en mi memoria. Ludwig Zeller ha publicado, entre otros, los libros de poesía Los elementos (1953), ƒxodo y otras soledades (1957), Los placeres de Edipo (1968), Mujer en sueño (1975), Salvar la poesía quemar las naves (FCE, 1988), Aserrar a la amada cuando es necesario (Joaquín Mortiz, 1994), Los engranajes del encantamiento (Editorial Aldus, 1996). En 1994 esta última editoral publicó su novela Río Loa, estación de los sueños. Su obra plástica y sus collages se han expuesto en galerías de diversos países.

Cómo fue el lugar de su infancia?

-Nací en Río Loa, un poblado al interior del Desierto de Atacama, de alrededor de 500 o 600 almas. Existía allí una factoría destinada a fabricar dinamita, para lo cual fue contratado mi padre, un ingeniero alemán que llegó a principios del siglo a Chile. El lugar resultaba de lo más árido del planeta, pero para mí la infancia y los años transcurridos en él parecen llenos de magia y encanto. Mis padres eran muy afectuosos conmigo, así como mis hermanos y la gente que trabajaba en el lugar, casi todos indios bolivianos con vestimenta muy colorida. Desde el balcón que rodeaba la casa nos estaba prohibido salir después de las once de la mañana ya que a esa hora empezaban a rodearnos los espejismos y como niño uno se sentía encantado por esas enormes mariposas, selvas y barcos reflejados en el desierto. Al paso del tiempo he desconfiado de la ``realidad palpable''. Creo que de alguna manera nos rodea una vida paralela e invisible. Creo, como lo sospechaba Rainer Maria Rilke, que es en la infancia donde está la verdadera patria de los poetas, donde libremente nos es permitido soñar.

-¿Qué significó para ti, en tus lecturas de adolescencia y juventud, la poesía de tu país, como la de Huidobro, Neruda, Pablo de Rokha y tantos otros?

-Creo que ha tenido gran importancia. Yo era un devorador de libros, y naturalmente cuando uno tiene veinte años siempre piensa que puede realizar una obra más importante que la de los poetas de la generación anterior. He conocido a Gabriela Mistral, a Neruda, a Pablo de Rokha, y he estado muy cerca de dos grandes poetas que casi siempre se ignoran, que son Rosamel del Valle y Humberto Díaz Casanueva. Sus libros prácticamente los conocíamos de memoria. Diferíamos, querríamos haber hecho las cosas de otra manera, y más de una vez recibí una golpiza frente a la universidad por las opiniones encontradas sobre Neruda, por ejemplo.

-El surrealismo ha sido permanente en el transcurso de tu obra plástica y poética. Ser surrealista ahora parecería un tanto anacrónico. ¿Qué significa para ti, en la actualidad, después de tantos ires y venires, esa visión del arte y la creación artística?

-Muy joven aún tenía una formación clásica bastante completa. Y he colaborado con mi primera mujer, Wera Zeller, en traducir a los románticos alemanes al castellano, especialmente Hšlderlin, Novalis, Achim von Arnin. ¿No estaba entonces dada la situación para que uno participara de esta prolongación del romanticismo que es el surrealismo? Siempre me ha molestado un poco este hecho de que le pongan una etiqueta a alguien, pero no puedo negar que el surrealismo me ha proporcionado herramientas literarias y plásticas de gran importancia, que siguen vigentes ahora.

-Tu poesía es visual, como tus collages que tienden a ordenar el caos dentro de cierta armonía. Leer poesía de Ludwig Zeller suscita siempre esas imágenes. ¿Cómo se da en ti ese misterioso enlace entre poema y creación plástica?

-Mi poesía, ciertamente, está hecha con base en imágenes y es necesario que el lector sintonice su oído a una serie de representaciones contrastantes. Mareas y montañas, la luna y la oscuridad, etcétera, pero no hay en mí un afán de ordenar este mundo. Y tanto los poemas, como los collages, corresponden a una necesidad interior de crear nuevas formas poéticas y nuevas imágenes plásticas, un nuevo tipo de lenguaje, ya que siempre estamos recurriendo a los mismos ``patrones'', los modelos que heredamos del pasado. Hay series completas de poemas que podrían corresponder a descripciones de distintas situaciones y cuadros. El collage es otra forma de hacer poesía, sobreponiendo una imagen a otra y, como la vida misma, resulta mejor mientras más opuestos son los elementos. ¿La vida misma, no es acaso un collage? No hablo ya del aspecto histórico, que daría para un largo ensayo, sino de situaciones como las de la pareja en que los seres vienen de familias distintas, de costumbres muchas veces opuestas, de creencias que no coinciden y que, sin embargo, conforman un dúo que con amor puede resultar ideal.

-Leyendo tu novela Río Loa, estación de los sueños, experimenté el silencio y el andar a tientas -como dice çlvaro Mutis- de tanto ver el otro lado de las cosas. En realidad Río Loa... es eso, un regreso a casa para saber que todo y nada es cierto, un ejercicio de la memoria que todo lo transforma en ficción, un tránsito por parajes que parecen haber estado ahí y que el juego, el tiempo y los sueños convierten en una nueva realidad: la de lenguaje.

-Creo, como Mutis, que muchos textos son un ejercicio de memoria transformado en ficción. Corrientemente yo narraba un hecho, una anécdota a mis hijos y siempre les parecía que era algo un poco sacado de los sueños, de los que soy un asiduo escriba. Hablé con un par de amigos y cada uno me planteaba que una novela requería con seguridad uno o dos años para llegar a las letras de molde. Yo sentí que esto no cuadraba con mi manera de concebir el mundo y mis recuerdos de Río Loa. Y la novela, en la que se han intercalado algunas notas sobre el mundo onírico, está realizada en cincuenta y cuatro días. Es algo que he vivido, que he soñado, que es parte de mi vida. Tengo una segunda novela cuyo borrador se está terminando, y que lleva por título Dar cuerda a lo imposible. También allí está lo que uno vive, lo que anhela, lo que sueña.

-¿Qué han representado para tu poesía autores de otras lenguas, como Oskar Wadilas, Lubicz Milosz, Paul Celan y otros que, de una manera u otra, han influido en tu obra?

-Creo que tengo muchas deudas con los poetas que he disfrutado y que me han abierto un nuevo horizonte en el quehacer de la palabra. Sería muy amplia la lista: desde Rilke, Holan, Ekelšf, Eliot, Pound y tantos otros, que me han dado muchas cosas y que he tratado de que fueran conocidos por otros. Se da un hecho curioso: hace cincuenta años hice una publicación de Milosz en castellano, en una edición de doscientos ejemplares encuadernados, incluyendo fotos inéditas. Este año entregué a la editorial Aldus dos tomos, uno de poesía y otro de prosa de y sobre Milosz, que para mí representan de alguna manera un círculo que se cierra.

Pero uno no sólo debe a los poetas, debe también a los seres que lo han acompañado a diario, que lo han traducido, lo han ilustrado o lo han amado. Es una deuda que uno nunca acaba de pagar.

-En una ocasión le pregunté al poeta nicaragüense Ernesto Mejía Sánchez sobre la utilidad de la poesía, y él me respondió certero, con su hondo sentido del humor: ``La poesía no sirve para ganarse la vida, sirve para ganarse el alma.'' ¿Para qué sirve la poesía, Ludwig?

-Siempre he creído que la poesía -no sólo en las palabras- es la que da sentido a la vida. Que ella tenga una resonancia en lo inmediato o no, no tiene importancia. Yo creo que es una forma de iluminación con que los seres podemos sobrellevar lo cotidiano, acercarnos a la magia, al mundo paralelo de los sueños. ¿Qué más se puede pedir?