La Jornada Semanal, 14 de marzo de 1999
Gregory McNamee
En Viaje al futuro del imperio, Robert Kaplan recorre el oeste americano observando la lenta desaparición de los gobiernos centralizados en favor de las ciudades-Estado. Cuando el viejo ideal del ``crisol de culturas (melting pot) sea reemplazado por el de un mosaico, postula Kaplan, América se convertirá en lo que él llama una mezcolanza transnacional'', ``una comunidad de comunidades en el mismo continente, en resumidas cuentas, un país balcanizado''.
Racismo, lucha de clases, un entorno natural y social degradado, un corporativismo en alza, la decadencia de la democraciaÉ Su libro pinta una imagen desoladora del Oeste y de Norteamérica en general. Con la publicación casi simultánea de Ecology of Fear de Mike Davis y su propio libro, ¿se considera usted en la vanguardia de una nueva tendencia apocalípitica en la crítica social?
-Existe una parte negativa en mi trabajo, pero no estoy de acuerdo en que mi visión sea desoladora. Mi libro da por sentado que Norteamérica no seguirá siendo tal como es, que no podemos seguir siendo tal como somos. El cambio es inevitable, tanto si nos gusta como si no.
Mi libro es optimista en este sentido: al contrario que cualquier otro imperio de la historia (el romano, el británico, el chino, el soviético), no seremos conquistados, ni disgregados, ni destruidos. En cambio, gracias a la inmigración de personas altamente calificadas de todo el mundo, nos convertiremos en la primera nación realmente internacional, en un foco para la cultura mundial.
No será la vieja Norteamérica, y eso resultará perturbador y pondrá nerviosa a alguna gente. Pero no ocurrirá de un día para otro. Los historiadores se preguntarán dentro de cien años cuándo desaparecieron exactamente los Estados Unidos que hoy conocemos. La respuesta será que ocurrió de manera tan paulatina que nadie se dio cuenta.
Lo que es desconcertante para un observador de ahora es el modo en que ocurren esos cambios. Nuestras ciudades están adquiriendo una importancia política que supera a la de la nación. Esperamos que nuestras ciudades tengan una personalidad propia, que Omaha parezca diferente de Cincinnati, o Chicago de San Francisco. Sin embargo, todos esos lugares se componen ahora de los mismos insípidos fragmentos prestados, las mismas cosas, las mismas tiendas, los mismos restaurantes. Aún no hemos establecido nuevos vínculos comunitarios que hagan diferentes a nuestras ciudades frente a tanta uniformidad, y eso es profundamente alienante.
-¿Es bueno o malo que Estados Unidos, y quizá también Canadá, vayan a convertirse en lo que usted llama un ``sucesor diluido'' de la antigua ``nación continental permanente''?
-No es bueno en absoluto, en lo que a democracia se refiere. En el futuro, las cosas no parecerán muy diferentes: tendremos elecciones, un presidente, etcétera, pero la esfera pública se empequeñece por momentos, mientras que la esfera corporativa no hace sino crecer. Estamos siendo engullidos por ese mundo corporativo que nos impone esas ciudades uniformes: ese mundo corporativo no se compone tan sólo de los lugares en los que trabajamos, sino también de entidades como las comunidades protegidas por agentes de seguridad.
Algunas veces creo que la democracia sólo puede funcionar en el viejo mundo de las máquinas de escribir y los telégrafos, pero no en el nuevo mundo de la era electrónica, en la que todo ocurre demasiado de prisa y el mundo de las noticias se acerca cada vez más al mundo del espectáculo. A medida que la democracia se desintegra, los grupos de interés adquieren una mayor relevancia y también se vuelven más irracionales. En lugar de preocuparse por cosas como el colapso de la enseñanza pública, los medios se pasan el tiempo hablando de vestidos manchados.
-¿Qué relación tiene Viaje al futuro del imperio con sus libros anteriores sobre los Balcanes, Asia Central y otros lugares remotos y fragmentados?
-En realidad, Viaje hacia el futuro del imperio es una continuación de Viaje a los confines de la Tierra. En él, intento ser como John Gunther, o incluso Herodoto, y ofrecer una visión de conjunto, incorporando a mi narración elementos de sociología, libros de viaje, periodismo, literatura e historia. Creo que el público en general lo que espera es que uno intente explicar del mayor número de maneras posible por qué las cosas son como son. No creo que espere otro magnífico tomo de 500 páginas sobre una pequeña parte de la realidad.
Hay gente en el Oeste que se siente disgustada por el hecho de que un hombre del Este, un forastero como yo, haya recorrido esa parte del país y haya escrito sobre sus problemas. Bueno, la primera impresión es importante, como sabemos por las entrevistas de trabajo y las primeras citas. Creo que al poner por escrito mis primeras impresiones no hago más que seguir la tradición de modelos como Tocqueville, Dickens, Twain y otros. A veces la gente del lugar no puede hablar libremente de sus problemas sin ofender a algún vecino.
Viaje al futuro del imperio, de Robert Kaplan, retrata un continente habitado por una élite acomodada y culta, aislada del populacho en zonas residenciales fortificadas.
A medida que esa élite se aísle más y más, afirma Kaplan, su lealtad pasará de las capitales nacionales a las áreas regionales respectivas, lo que tendrá como consecuencia la defunción de la nación-Estado tal como la conocemos ahora. Una de las primeras víctimas, vaticina, será Canadá, que no podrá soportar durante mucho más tiempo las presiones de la economía global y de la tecnología que la arrastran hacia el sur.
Se ha descrito su libro como la llegada de Mad Max a Epcot Center, un futuro en el que Norteamérica se deteriora hasta el punto de convertirse en un yermo. Sin embargo, usted afirma que ese futuro podría ser tan maravilloso como nuestro pasado.
-Lo digo porque no hay nada permanente en la historia. A mí me parece muy poco realista dar por supuesto que Estados Unidos o Canadá serán siempre iguales. Así pues, la cuestión es qué pasará con nosotros. Veo una evolución progresiva desde las naciones-Estado duras, inflexibles..., hacia una especie de centros económicos y culturales en los que se darán cita los grandes intelectos, a medida que Norteamérica despoje de sus genios al resto del planeta. A mí eso no me parece tan desolador. Quizás a los intelectuales no les gusten los centros comerciales y por eso se los parezca, pero esa especie de núcleos posurbanos, o como quieran llamarlos, serán muy eficientes en el aspecto económico. El peligro está, tal como explico en el libro, en el grado de espíritu cívico. Seguiremos teniendo elecciones y llamándonos demócratas, pero es posible que acabemos siendo oligarquías sutiles en beneficio de los ricos; ése es el peligro.
Lo que ocurre a menudo, sin embargo, cuando existe realmente el riesgo de una fragilidad social, es que se produce una reacción y resurge el civismo. Las sociedades necesitan sentirse amenazadas. Siempre que se sienten amenazadas e inseguras encuentran soluciones, porque sólo mediante el sentido de la tragedia y de la ironía se impiden las tragedias reales.
Antes de la primera guerra mundial, todo el mundo era optimista. Durante varias décadas se había producido un fuerte crecimiento en Europa y Estados Unidos. Europa no había padecido una guerra importante en cien años, desde la derrota de Napoleón, excepto los nueve meses de guerra franco-prusiana. De modo que perdieron el sentido de lo trágico y se metieron en la primera guerra mundial. Lo que yo intento es recrear un sentido de lo trágico. No es la visión más optimista del futuro, pero considerando las opciones, a mí no me parece tan terrible.
-Dice usted que, mientras Estados Unidos evoluciona hacia ese modelo posurbano, Latinoamérica, Europa del Este y otros lugares en vías de desarrollo persiguen el sueño americano de la clase media, pero ¿con qué consecuencias?
-Esa es una buena pregunta. Yo he escrito mucho sobre otros lugares del mundo y siempre he puesto el énfasis en que por muy democráticos y capitalistas que sean, eso no significa que vayan a ser más cívicos. Los magnates rusos no son más que una variante del capitalismo global. Hitler y Mussolini llegaron al poder mediante procesos democráticos, de modo que también existen efectos perniciosos. Pero, en general, en Europa del Este, en México, en India, en China, empieza a existir una clase media, y siempre que ha habido una clase media en la historia, la sociedad ha tendido a ser más cívica que antes. Esa es mi esperanza. El modelo de clase media que copian en la mayoría de esos lugares es el de Norteamérica.
-Usted ha viajado mucho y ha escrito libros de éxito sobre Yugoslavia y çfrica. ¿Qué es lo que le atrae de esos lugares?
-Los lugares turbulentos estimulan mi intelecto. Tengo un gran respeto por la generación de nuestros padres, que vivió la segunda guerra mundial. Nosotros hemos crecido en zonas residenciales y en una época con altas tasas de crecimiento. La mayoría carecemos del sentido de lo trágico porque no vivimos la Depresión ni la segunda guerra mundial. Yo visito esos lugares para experimentar indirectamente lo que vivieron nuestros padres en Norteamérica. Mi intérprete en Bulgaria recuerda las colas para comprar pan. Y hay allí muchachos de dieciocho o diecinueve años que tienen un sentido de la historia más profundo y más adulto que el nuestro.
-¿Qué ocurrirá entonces, cuando tengamos, por ejemplo, Cascadia con su agua y sus recursos naturales, y el suroeste de América y el norte de México, que carecerán de esos recursos?
-No son dilemas irresolubles; la historia los ha conocido peores. En mi opinión, el fin de Estados Unidos y de Canadá no supone necesariamente un panorama desolador, si lo que viene a continuación es algo mejor para la gente corriente. Si les hubieran dicho a los habitantes de Florencia que el estado toscano dejaría de existir y que al cabo de 300 años formarían parte de algo llamado Italia, les habría parecido lo más horrible del mundo y, sin embargo, seguramente la gente corriente vive mucho mejor ahora. De modo que podemos evolucionar hacia algo mejor.
Soy muy negativo respecto al suroeste americano porque lo que hay allí es un desarrollo acelerado que no respeta recursos naturales como el agua y que se debe a la pura codicia. No es más responsable que las antiguas civilizaciones indias que vivieron y murieron allí. Es en lugares como Phoenix y Tucson donde tengo realmente una sensación de Apocalipsis.
-Una de las ciudades que usted visitó para su libro fue Vancouver (Columbia Británica). ¿Qué tiene Vancouver para que le guste tanto?
-Lo que a mí me gustó fue que vi a gente normal, de clase media, viajando en autobús. En Washington, D.C. sólo los negros pobres viajan en autobús. Ocurre lo mismo en muchas ciudades estadunidenses. En Vancouver vi a gente corriente sentada en los bancos de la calle. En muchas ciudades americanas sólo se ven mendigos sentados en los bancos del centro. Vancouver es una ciudad por la que se puede pasear. Tiene un centro urbano muy compacto, con una verticalidad como la de Manhattan y Hong Kong.
Tocqueville escribió que el patriotismo de América se basaba en el orgullo comunitario. Cuando no existe ya un orgullo a escala local, no puede existir tampoco a escala nacional. Y en Vancouver vi un orgullo y un patriotismo que no vi en Orange Country (California), que económicamente es más dinámico que Vancouver, con impuestos más bajos, más corporaciones y todo lo demás.
-En uno de sus últimos retratos, se encuentra usted en una ciudad pobre situada junto al río Mississippi, a bordo de uno de los casinos flotantes del río, y describe su interior -atestado de jugadores, gente pobre en su mayoría- como el futuro apocalíptico de Norteamérica.
-Las últimas personas en el mundo que deberían jugar estaban allí. Era gente que no tenía derecho a gastar ni cinco centavos en el juego, porque carecían de todo. Pero estaban allí.
-Sin embargo, usted menciona entonces un verso de la canción ``John Brown's Body'' y culmina lo que a mí me pareció una visión tenebrosa del futuro con una nota positiva.
-Sí, porque lo que tiene Norteamérica es que su historia siempre se ha dejado guiar por el cambio tecnológico. Por eso Estados Unidos es dinámico y Roma se estancó. Los norteamericanos han estado siempre más dispuestos a moverse que otros pueblos. Se mudan de casa cada cinco años. En general, siempre ha habido más ebullición allí que en otros lugares.
-Así pues, y pese a todo, ¿nos va a ir bien?
-No necesariamente, pero podría ser.