La Jornada Semanal, 14 de marzo de 1999



Víctor Manuel Mendiola

De la poesía

Beatriz Novaro

En los sesenta, una corriente coloquial transformó el panorama de la poesía hispanoamericana. El lenguaje hablado adquirió un valor excepcional. En la poesía modernista y en la poesía de la vanguardia, el lenguaje ``operativo'' podía estar presente, pero sólo como un elemento que por contraste reforzaba la autonomía del discurso poético. No más. En Lugones podemos encontrar giros como: ``El liberal babero me hablaba mal del cura.'' También en Jorge Guillén podemos hallar expresiones como: ``Todo va a cumplirse'' o ``Todo está cumplido''. Las expresiones directas de comunicación inmediata sirven para intensificar la presencia de una dimensión también directa e inmediata, pero de otro modo y en otro plano. En el caso de Lugones, la opacidad del habla da más brillo a las imágenes brillantes. ``El liberal babero me hablaba mal del cura'' sirve para resaltar, en una doble proporción aumentada por la rima, el verso: ``Con sonora mordedura.'' Y en el caso de Guillén, la línea ``Todo va a cumplirse'' vuelve más aguda la expectativa de la emoción que remata la estrofa: ``Por los violines/ Ascienden promesas./ ¿Me raptan? Se entregan./ Todo va a cumplirse.'' En estos dos ejemplos el lenguaje hablado avanza hacia el lenguaje no hablado; en Lugones en un realismo artificial y en Guillén en una depuración psíquica de presentimiento. De manera diferente, pero en la misma dirección, es lo que podemos encontrar en The Waste Land. Cuando Eliot introduce expresiones como ``Hurry up please, it's time'', una voz de ``afuera'' penetra el adentro de una conciencia fragmentada en diversos sujetos y, por tanto, en distintos lenguajes. Esta voz o voces producen un efecto de simultaneidad y de densidad que en vez de crear un tono natural, amplifican la dificultad del texto y hacen que la comprensión ocurra por un rodeo y con el reto de alcanzar y vencer la multiplicación del sentido.

En la poesía coloquial, la conversación y la experiencia reivindican no sólo un valor relativo sino la posibilidad de representar, en la voz solista, el nudo central del poema. Esto significa, al mismo tiempo, oponerse a una visión que ve en el enrarecimiento verbal y en la elevación retórica (decimonónica o vanguardista) un valor exclusivo. La poesía coloquial más que tomar como punto de partida el arte menor y la sencillez de la poesía popular, nos propone que los ``grandes'' temas de la poesía culta ``desciendan'' a las fórmulas idiomáticas del hombre común y corriente. Ser profundo, pero en la superficie. Esencializar, pero sin rechazar el aspecto menudo de la vida. El deslumbramiento debe ocurrir aquí -no allá- o como dice Samuel Gordon de manera elocuente en el rico ensayo que escribió sobre José Emilio Pacheco: ``Los poetas ya no cantan, ahora hablan.'' Esta intención es muy clara si leemos a Efraín Huerta, Nicanor Parra, Jaime Sabines y Ernesto Cardenal y también la podemos observar si leemos, por supuesto, a José Emilio Pacheco, Hugo Gutiérrez Vega, Juan Gelman o Heberto Padilla. En todos ellos, con variaciones significativas, un lenguaje despojado a ras de tierra ha tomado la palabra. En el caso de Huerta, Parra y Sabines, este despojamiento tiene un sentido antilibresco. En cambio, en Pacheco y Gutiérrez Vega (más en el primero que en el segundo), esta ``simplificación'' tiene un valor intelectual que reubica el significado del libro. En la nueva poesía mexicana los poetas que han usado de un modo más certero el lenguaje coloquial son Ricardo Castillo, Luis Miguel Aguilar, Vicente Quirarte y Silvia Tomasa Rivera. La poesía de Luis Miguel Aguilar y de Vicente Quirarte destacan porque el lenguaje hablado todo el tiempo se desplaza a un plano más complejo.

A este último grupo de poetas habría que añadir a Beatriz Novaro (1953) con Desde una banca del parque (Práctica mortal, Conaculta, México, 1999). La fuerza de este libro radica en un lenguaje que surge tanto de las expresiones directas del habla como de los movimientos de larga distancia de la imaginación. Los poemas de Beatriz Novaro nos hacen sentir que ella sólo quiere imaginar para ver y, sobre todo, para decir más claro cuando está conversando con otro. En sus poemas, el lenguaje se aleja del primer lenguaje sólo para regresar, después de una vuelta en busca de los chisporroteos y los relámpagos de la verdad que siempre se nos oculta y que al principio nosotros mismos ocultamos instintivamente. No hay ni una sola brizna de vanidad verbal en sus palabras. A todo alejamiento corresponde una búsqueda y una necesidad. Beatriz Novaro puede resbalar o dejar de lado la oportunidad de poner en el sitio exacto una larga aguja acerada. Por ejemplo, en el muy buen texto ``El carnicero'', después de llevarnos de un modo inusual por el juego de gestos sofisticados y brutales que suscita la venta de carne y el escenario ramplón y cruento de la carnicería armado en su blancura de cuchillos y un calendario con una mujer desnuda, el poema termina con la desafortunada frase ``y en sus ojos llega a brillar una linda gota de lujuria'', es decir, concluye con lo único que no debía concluir porque ya estaba dicho de una manera perfecta, además de que la fórmula ``llega a brillar'' es torpe. Tal vez habría que haber concluido con el elemento turbador: el calendario. A pesar de estas desviaciones, Desde una banca del parque por todos lados nos regala montones de una concreción y -atreviéndonos a usar la frase prohibida- de una calidad humana inolvidables. El poema ``Pareja de poetas'' muestra bien la mezcla de coloquialismo y capacidad de concreción que hay en Novaro: ```Qué cielo tan maternal eres tú', pensó el poeta al hundir su cabeza en los enormes pechos de su amante.// `Qué desnudo estás', dijo ella mientras contemplaba el cuerpo largo y blanco de su amante. Ella escribe poemas pero sus deseables tetas ocultan la belleza de sus metáforas.// Afuera del cuarto donde se desean, ronda una musa confundida.'' No es frecuente encontrar una poesía con un sujeto tan poco autocentrado. Tanto la poesía del lenguaje como la del yo revelan una enorme vanidad. Desde una banca del parque sentimos otra cosa. Es una suerte.