La Jornada Semanal, 14 de marzo de 1999
Sueño que estoy lavando
Veo a mi madre bajo el agua
Oigo a mi madre morena
Ruego que mi madre se libere
el cuerpo de mi madre en el mar
nocturno
y ella canta despacio
y aún respira
Veo a mi dulce
madre
en mi sueño una sirena gordita
y lavo su pelo
blanco
con espuma de algas y ámbar gris
encuentra perlas sueltas las
junta
les raspa el nácar
y las ensarta en un sedal perdido
habla en dialecto del mar con los peces
piloto
les enseña a conducir barcas
que se lleven nuestro dolor
y nuestra angustia
de ollas de pescado y quehaceres
marinos
en su casa bajo el agua
y monte en un garañón
blanco
Bajo el arco del Mercado de la Coronación
Se agacha y lanza una mirada a la niña
Luego se va cojeando con su paso de eleguá.
mira cómo se acerca el
jorobado
es un dromedario con dos bultos.
Uno de músculo y
cartílago, otro un saco de cúrcuma
hinchado de hierbas rancias y
hojas aromáticas
para su oficio de curandero vagabundo.
que alcanza a ver las venas
rojas en sus ojos
se echa para atrás y cae en trance
saca la
bola blanca de su ojo
y se la traga. Aparece en la mano infantil,
ella devuelve
la canica blanca, él se la traga y recita
profecías.
Pero ella queda en la
encrucijada oye una letanía de nombres
espíritus congregados,
echando suertes para decidir
quién reclamará su voz y dirá por ese
medio
la mitad no contada todavía. Regresa su madre, cargada
de
provisiones elementales. La niña calla con el peso
blanco de la
bola levitando en la punta de la lengua.
* Eleguá es el nombre que los santeros dan a
Legba, el twa de las encrucijadas, cuya efigie suele
encontrarse en los umbrales. Se le representa como un anciano
harapiento, apoyado en un bastón. Guarda la puerta entre el mundo
espiritual y el mundo humano y se encarga de abatir las barreras para
que los fieles puedan invocar a los espíritus. Su nombre es el primero
que se invoca al comenzar una ceremonia vudú.