Como si quisiera arrastrarlos con su propio final, el siglo XX se está llevando con él a distinguidos personajes que, sin duda, han creado parte de su misma identidad. En el breve lapso transcurrido de este 1999, han muerto personajes diversos, pero todos ellos relevantes y hasta entrañables en sus respectivos campos. Stanley Kubrick, Joe Di Maggio, Adolfo Bioy Casares y Yehudi Menuhin dejan un vacío y sólo podríamos pedir, ante lo irremediable, que el tiempo sea menos vengativo y que amaine su voracidad.
La 2001, una odisea en el espacio, de Kubrick, fue en su momento -y no debe ser una coincidencia que la realizara en 1968- una película de anticipación, tal vez, en la misma línea de los viajes a la Luna o al centro de la Tierra de Verne. Y, la verdad, contrasta mucho la original propuesta de Kubrick con la hollywoodense oferta de Spielberg y Lucas, Star Wars. En 1962 fue también un precursor, cuando hizo Lolita, con James Mason y Sue Lyon, obra que vuelve a las pantallas, ahora con quien se está volviendo un especialista en obsesiones, Jeremy Irons. Y en 1971 nos dio la Naranja mecánica, que se convirtió en una expresión del nuevo lenguaje social al que ya nos hemos acostumbrado.
La representación casi ideal del beisbolista es Di Maggio, quien jugó 13 temporadas para los Yankees de Nueva York cuando, en los años cuarenta, eran prácticamente invencibles. En su carrera tuvo un porcentaje de bateo de .325 y una efectividad insuperable, pues pegó 361 jonrones y solamente se ponchó 369 veces, con una relación mejor que nadie en este juego. Su récord de 56 juegos consecutivos conectando de hit, en 1941, sigue ahí, y es una de las figuras definitorias del béisbol. Es uno de los personajes épicos de la cultura estadunidense y es envidiado, además, por haber tenido a la rubia Monroe antes que los mismos hermanos Kennedy. Estuvo retirado 48 años, hasta que murió a la edad de 84 y nunca perdió la imagen que creó en los diamantes. Es, para mi gusto, el representante máximo de ese extraordinario juego que es el béisbol, más que Babe Ruth.
Bioy Casares hizo literatura, especialmente de tipo fantástico, y fue un escritor sólido e intelectual sin aspavientos. Además de sus propias obras como La invención de Morel o Plan de evasión, quedan para el deleite de la lectura los cuentos escritos al alimón con Borges, esos relatos de Honorio Bustos Domecq que, como sabemos, nació en Pujato, en la provincia de Santa Fe, en Argentina, en 1893. Bioy decía que la técnica de los textos policiacos era imprescindible para la escritura, y para ello dejó constancia amplia y contundente en la extraordinaria colección de El séptimo círculo, que desde los años cuarenta editó también con Borges. Esas viejas ediciones pueden encontrarse todavía en bastante buen estado en algunas librerías de viejo, como las de la colonia Roma.
El violín tuvo a un precoz y duradero intérprete en Yehudi Menuhin, tanto en las salas de concierto, como en las grabaciones. Por siete décadas fue protagonista en un periodo en el que ha habido grandes violistas, y fue reconocido, además, como un distinguido maestro y promotor de la música. La crítica destaca las históricas versiones que realizó con Furtwngler y otros importantes directores de los principales conciertos del repertorio. Se señala, por ejemplo, la versión que produjera del Concierto en Mi menor de Mendelssohn y sus interpretaciones de Bartok y de Berg. No le gustaban los Rolling Stones, ni modo. Se le conoció, también, como un hombre comprometido con las buenas causas de la humanidad y preocupado por el papel de la cultura en las nuevas formas de desenvolvimiento europeo. Al respecto, escribió en una carta abierta al Consejo Europeo, advirtiendo sobre la escasa atención que los políticos han puesto en el papel que deben cumplir los creadores, artistas y artesanos en la vida de las sociedades.
Escribo todo esto para llevar un registro propio de asuntos que no quiero olvidar. Lo hago pensando también en la queja que recientemente hizo Antonio Muñoz Molina desde España por la tristeza que le causa la poca relevancia que ha tenido el aniversario 60 de la muerte de Antonio Machado. Peor para nosotros. Lo hago también para sobrellevar la especie de provincianismo que tienden a crear las preocupaciones y las formas de enfrentarlas que tenemos en este país.