Crisis de las revistas científicas
Miguel Angel Barrón Meza
Cualquier investigador salta de alegría al saber que, después de varios meses e incluso años de espera, por fin se ha publicado un artículo suyo en una revista extranjera. Luego viene la frustración cuando el mismo investigador se entera de que esa revista no se encuentra en la hemeroteca de la institución donde labora ni en ninguna otra de la ciudad donde vive, y tal vez en ninguna hemeroteca del país: de ese modo, será sumamente difícil que el artículo de marras sea conocido por la comunidad científica nacional, con excepción de los autores, a quienes los editores de la revista les han hecho llegar algunos reprints.
Desafortunadamente, en México esa situación se vuelve cada vez más la regla en vez de la excepción, debido a que con el empeoramiento de la situación económica las instituciones de educación superior recortan drásticamente las suscripciones a las revistas del extranjero, las cuales se cotizan generalmente en dólares, en montos que son ya prohibitivos.
Contra lo que pudiera pensarse, la situación anterior no es privativa de México: aunque con menor crudeza, se presenta también en Europa y Estados Unidos. Un análisis excelente a nivel internacional de la denominada "crisis de las revistas" se publicó el pasado 27 de enero en la versión electrónica del diario español El País. Según los autores del artículo, la publicación de revistas científicas se ha convertido en un negocio redondo para los "voraces" grupos editoriales multinacionales; se menciona el caso de la editorial Reed-Elsevier, que en 1997 reportó ganancias por unos 370 millones de dólares ųque representan una utilidad de 40 por cientoų tan sólo por sus publicaciones científicas.
Algunas hemerotecas han volteado los ojos hacia las versiones electrónicas vía Internet, en un intento por ahorrar recursos, pero con disgusto se enteran que resultan igual de caras que las versiones en papel. La opción más simple es detener la compra de las revistas, con el consiguiente perjuicio para los investigadores y los estudiantes.
Los investigadores de países en desarrollo como el nuestro se ven colocados así en una posición doblemente conflictiva: carecen de la infraestructura necesaria para desarrollar sus proyectos de investigación y no tienen a la mano la bibliografía mínima necesaria para mantenerse al día en su campo de trabajo.
A los elevados costos de las revistas se agregan otros inconvenientes, ya que algunos editores de revistas extranjeras son especialmente estrictos con la pureza del idioma, y en ocasiones ponen como condición a los investigadores para aceptar su trabajo que la sintaxis sea corregida por un traductor nativo; en casos extremos llegan a rechazar los manuscritos, sin importar que los aspectos técnicos sean correctos.
Una de las razones que esos editores puristas y etnocéntricos alegan es que si el investigador no es capaz de escribir correctamente en el idioma oficial de la revista, entonces nadie puede garantizar que la metodología y los resultados técnicos del manuscrito son reproducibles. Por fortuna esa visión no es compartida por todos los editores, de modo que si el manuscrito es técnicamente correcto y el tema atractivo, las correcciones pueden ser realizadas por el personal de la revista.
Las escasas revistas científicas mexicanas atraviesan por una crisis profunda, pues los investigadores locales publican muy poco en ellas por la limitada difusión internacional que tienen y por el escaso o nulo valor que otorgan los organismos de evaluación a los artículos que allí aparecen. A lo anterior se suman los raquíticos apoyos económicos a los comités editoriales; el resultado es que, paulatinamente, las revistas nacionales van desapareciendo.
Se puede dar entonces la paradoja de que un buen investigador mexicano sea relativamente bien conocido en el extranjero pero sea un perfecto desconocido en su propio país; en consecuencia, deja de ser una sorpresa el saber que quienes en realidad se benefician con los resultados de ese investigador tercermundista son las instituciones y las empresas de los países desarrollados.
Una solución que se ha propuesto para disminuir el costo de las revistas científicas consiste en que los grupos de investigación funden sus propias publicaciones (de preferencia electrónicas) y las distribuyan por Internet libremente o a un costo muy bajo.
El éxito de esas revistas electrónicas independientes se deberá, en mayor o menor medida, al impacto que tengan entre la comunidad científica y a si los organismos de evaluación les asignan el mismo valor a los trabajados publicados en ellas que a los incluidos en las costosas revistas pertenecientes a las editoriales multinacionales.
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