José Cueli
Un torillo de Xajay

El torillo de Xajay, gordo feo y cornicorto, salió inteligente, bravo y travieso; con sangre en las venas y tirando cornadas que hablaban de su raza. Galopaba por el ruedo, buscaba pelea y no la encontraba y sintió pesar de haber sido toro y no sol. ¡Con que desdén se miró y que desgraciado fue! porque no hay tristeza mayor que desdeñarse a sí mismo. No comprendía, cómo sus hermanos estaban tan contentos de no tener casta y prestarse al ridículo jueguito en que se ha convertido la fiesta brava.

Aburrido se puso a contemplar, ya alucinado, una nube que parecía vaca en el cielo y se enamoró de ella. El loco toro enamorado de una vaca-nube. Cantándole tiernamente y ella le sonreía y emprendió el vuelo empujado por el aire que soplaba con ganas, hacia arriba, hacia lo azul, hacia el infinito, ante el asombro de las otras nubes que parpadeaban atónitas y los cabales que no comprendemos vuelo que no tenga por fin un placer.

¡Y cómo no! Volaba el torillo ante la indiferencia de la vaca-nube, el torero (Mario del Olmo) y los aficionados. Pero después del primer coqueteo ya no se dignaba ni mirarle. Al principio su bravura lo enardecía y le permitía volar y planear. Al poco rato notó que esa movilidad sólo le servía para hacerlo más desgraciado que los otros toros lidiados; descastados, sumisos, mensos y sin saber volar a pesar del aire a favor. El se había tomado el toreo en serio. Había creído en su casta, la lucha el peligro a pesar de sus pitoncitos, la fuerza bruta y controlada de su instinto.

Notó que, no obstante que volaba, le faltaba el aire y perdía fuerzas. Miró hacia arriba y la nube-vaca estaba aún muy lejana... y tan hermosa. Como todo lo humano, como todo lo imposible. Sentía los hierros de los salvajes puyasos que le dieron en el vuelo y se quedó medio agarrotado como si una fuerza invisible lo atenazara. Volvió a mirar hacia el cielo y dando una vuelta se desplomó, como herido por un rayo, a prolongar su agonía.

El torillo molido por las puyas asesinas sólo veía a la vaca. La veía inalcanzable y le dio por planear sabiendo de la hermosura de esa ilusión, que todos creían disparatada. Se consoloba pensado que aún vivía y planeaba, planeaba con encastada nobleza, contemplando la belleza de la vaca-nube cada vez más lejana, y Mario del Olmo, sin enterarse. El torillo de repente ya no veía más que puntos negros. Negros como la aburrida tarde que se hizo noche y con la que se cerró la temporada.

Estocadas asesinas sentía de su matador en el morrillo y miró al sol que se apagaba y se sintió sol. No sabía que le maravillaba más, si lo enorme y alto de su vuelo o el fuego cegador de su luz que vivía en carne propia. El bravo torillo de Xajay murió sin chiste, siendo sol sin que nadie se enterara de que aún existen quijotes en la fiesta brava. Y es que como dice el mal fario gitano ¡Dios quiera que te salga un toro bravo!

Los demás detalles y un pregonao corraleado de Huichapan, que mandó al hule al valeroso Humberto Flores que le planto cara.