n Comienza a romperse el consenso en torno al político
Primakov, de figura de la transición a candidato de la sucesión en Rusia
Juan Pablo Duch, corresponsal, Moscú, 14 de marzo n El primer ministro Evgueni Primakov acaba de cumplir seis meses al frente del gobierno. Muy sensible a todo lo que se publica o dice sobre él, esperaba elogios en la prensa rusa. No los hubo. El mismo aprovechó el primer acto público para recordar el dato y afirmar que en este medio año "no se ha hecho tan poco".
Ciertamente, el pragmatismo y la habilidad negociadora de Primakov fueron esenciales para evitar una ruptura definitiva entre el Ejecutivo y el Legislativo, en septiembre pasado, que pudo haber provocado un conflicto mayor. Primakov, como candidato de consenso surgido de última hora cuando parecía que la disolución de la Cámara baja del Parlamento era más que probable, satisfizo al presidente y a la Duma, más aún proclamó como prioridad la conciliación en la sociedad e invitó a su gabinete a representantes del Partido Comunista y de otras fracciones de la Duma.
No formó propiamente un gobierno de coalición, pero la inclusión de Yuri Masliukov (Partido Comunista), Guennadi Kulik (Unión Agraria), Mijail Zadornov (ex dirigente de Yabloko), Aleksandr Shojin (Nuestra Casa es Rusia, que a los dos días renunció), Serguei Kalashnikov (LDPR, el partido de Zhirinovski) y otros ministros, en mayor o menor grado aceptables para los diputados, permitió a Primakov tener el mayor apoyo parlamentario que haya podido conseguir un gobierno ruso en los últimos ocho años.
Primakov centró su atención en lo político --con miras a consolidar el acuerdo del gobierno con la oposición y de extenderlo a un entendimiento metaconstitucional entre ésta y la presidencia-- y relegó a segundo plano lo económico, argumentando que no podía ofrecer milagros dado el caos heredado del anterior gobierno, pero también hizo promesas --como saldar la deuda de salarios caídos-- que no ha podido cumplir.
El balance
El consenso que daba sustento al jefe de gobierno comenzó a resquebrajarse cuando la dinámica misma de los acontecimientos --el deterioro de la salud del presidente Yeltsin, la resistencia de los llamados oligarcas, el reconocimiento internacional como único interlocutor válido para hablar en nombre de Rusia, el aumento de su popularidad en las encuestas de intención de voto, entre otros factores-- cambiaron de raíz el papel que se había asignado a Primakov: de figura de transición para asegurar un arribo pacífico y ordenado mediante las urnas a la era posterior a Yeltsin se convirtió --o lo convirtieron-- en serio candidato a la sucesión, atribuyéndosele aspiraciones presidenciales propias.
Empezó a recibir golpes de enemigos poderosos, desde un extremo Boris Berezovsky y los demás oligarcas con influencia decisiva en los medios, que vieron en Primakov una amenaza a su situación de privilegio en caso de que llegara a la presidencia y, desde el otro, los aspirantes a suceder a Yeltsin, sobre todo el alcalde de Moscú, Yuri Luzhkov, con su propio imperio económico y mediático.
Primakov ha sabido, apoyándose en la red de colaboradores provenientes del servicio de espionaje que dirigió y ahora ubicados en posiciones clave, responder a los ataques. El caso de Berezovsky es por demás ilustrativo, aunque dista de considerarse asunto concluido.
Consciente de que sus pasos lo hacían internarse en el campo minado de los compromisos e intereses del entorno presidencial, Primakov trató de protegerse. Propuso establecer un pacto estabilizador, con planteamientos al margen de la Constitución, que se frustró y ha derivado en un interminable proceso de negociación tripartita de ajustes sobre ya un cuarto borrador de lo que acabará siendo un documento inútil. Desvirtuada la idea inicial, la negociación carece de sentido, pues alienta expectativas a partir de una trampa: nadie, por definición, puede declararse en contra de la estabilidad y la conciliación, aunque de entrada se sabe que no hay forma de llegar a un acuerdo cuando se tienen concepciones y metas tan diametralmente opuestas y nadie quiere hacer concesiones de fondo.
El balance económico
La mayoría de los analistas rusos coinciden en señalar que el principal logro de Primakov es que, contra los pronósticos catastrofistas de septiembre pasado, no ha sucedido lo peor. Pero si no emprende inaplazables reformas estructurales y revierte el deterioro del nivel de vida de la población, el éxito puede convertirse en fracaso.
Sus críticos, dentro y fuera del país, consideran que Primakov aborda el problema de la economía rusa como un cirujano que, en vez de operar al paciente por los altos riesgos que implica, se dedica a practicarle respiración boca a boca para mantenerlo con vida, artificialmente. Primakov responde a sus críticos que, a pesar de haber heredado un sistema bancario en quiebra, no ha habido hiperinflación y el rublo se mantiene más o menos estable frente al dólar.
Al mismo tiempo, poco ha cambiado la realidad cotidiana de millones de rusos: el índice de desempleo en enero pasado fue el más alto en los ocho años de reformas y afecta a 12.4 por ciento de la población económicamente activa; los ingresos reales de la mayoría de la población han caído en 30 por ciento; las jubilaciones no llegan ni a la mitad del mínimo de subsistencia.
La política económica de Primakov está marcada por la dualidad. Hacia fuera, está obligado a dar signos de que no se aparta de las reformas; hacia adentro, la tarea es convencer a la oposición que no se tomarán más medidas con elevado costo social. El resultado es de suyo sorprendente: en tiempo récord se aprueba, por ejemplo, un presupuesto para 1999, a sabiendas incumplible.
Dos escollos
En el corto plazo, Primakov tiene que sortear dos escollos para poner fin a los rumores que ensombrecen su futuro político: las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional para obtener nuevos créditos y la probable recomposición de su gabinete, en caso de que se confirmen las acusaciones contra varios viceprimer ministros y titulares de cartera.
Primakov, quien el próximo día 24 se reunirá con el director del FMI, Michel Camdessus, ya anticipó en entrevista a un semanario estadunidense que lo que está en juego no es su futuro político, sino el futuro de Rusia. Visto así, en efecto son altas las probabilidades de que el FMI --a regañadientes y por consideraciones políticas-- suelte el dinero, pero ello no necesariamente será interpretado --en el Kremlin, que es donde importa-- como un triunfo personal de Primakov. Peor aún, si el primer ministro regresa de Washington con las manos vacías y el presidente tiene que recurrir a su "amigo Bill".
En vísperas de ese crucial encuentro, Primakov recibió dos golpes de la Duma, que demuestran que su acuerdo tiene límites. Los diputados aprobaron reducir el IVA, a partir del primero de julio próximo, del 20 a 15 por ciento. La Duma tampoco quiso iniciar el procedimiento de ratificación del Start II, otra de las condiciones establecidas por Washington, algo que se antoja todavía más improbable a la luz de la reciente formalización del ingreso a la OTAN de la República Checa, Hungría y Polonia.
Las acusaciones de corrupción a varios miembros del gabinete de Primakov, principalmente los delegados por el Partido Comunista y sus aliados, que se presume utilizan sus cargos para beneficio personal y como fuente de financiamiento adicional de la campaña electoral de la oposición, son un problema no menos fácil de resolver.
La paradoja del primer ministro
La paradoja de Primakov consiste en que su fuerza es, al mismo tiempo, su debilidad: llegó a dónde está por jugar la carta de figura de transición que a todos convenía y corre el riesgo de caer en desgracia si busca un liderazgo indiscutido, que denote aspiraciones propias más allá de la función y el plazo para los que fue llamado.
Primakov ha sabido vender muy bien la idea de que es el hombre que necesita Rusia en este momento, pero en el fondo su posición no es tan firme como parece. Su gestión hasta ahora, prendida de los alfileres del acuerdo con el Parlamento, no asegura la continuidad que busca la élite gobernante, sino por el contrario despeja el camino a la oposición.
No es fortuito que Primakov, de palabra, sostenga no tener aspiraciones presidenciales, aunque sería ya hoy --incluso contra su voluntad-- el puntero en la sucesión de Yeltsin, según diversos sondeos y encuestas, muchos de los cuales se realizan por encargo de sus enemigos para alimentar el malestar del presidente. Es lógico que Primakov no quiera asumir el papel de "presidenciable", pues no ha sido reconocido todavía como candidato natural por el grupo en el poder ni cuenta con la estructura organizacional ni financiera que otros sí tienen. Por ahora.
Quizás las circunstancias, si Primakov supera los escollos y no es sacrificado en la hoguera de la lucha por el poder, propiciarán una alianza entre los distintos candidatos de la élite gobernante para encontrar una fórmula que permita hacer frente a la oposición. No sería la primera vez, en la historia reciente de Rusia, que las ambiciones personales ceden ante los intereses corporativos.
La oposición, por su lado, tiene otro candidato que no piensa cambiar, Guennadi Ziuganov. Es muy riesgoso apostar a que el fortalecimiento de Primakov pueda ocasionar una escisión del bloque comunista. También lo es creer que será posible posponer las elecciones legislativas, para hacerlas coincidir con las presidenciales. Variante ideal para Primakov en vista de que el apoyo de los grupos opositores representados en el Parlamento, en todo caso, es coyuntural y se acaba en las legislativas del próximo mes de diciembre. ƑY después?
La pregunta se la hacen muchos y, en primer lugar, en el entorno del presidente.