Coinciden en cartelera dos comedias románticas de John Madden, sobre dos periodos distintos de la historia de Inglaterra: Su majestad, la señora de Brown (Mrs. Brown), ambientada en la época victoriana, y Shakespeare apasionado (Shakespeare in love), en la era isabelina. En ambas cintas destaca la actuación de Judi Dench como monarca, aunque es finalmente su caracterización portentosa como reina Isabel I lo que esta noche la vuelve favorita para el Oscar al que está nominada. En Shakespeare apasionado Judi Dench brilla desde las primeras escenas, cuando asiste, entre fatigada y divertida, a la representación de un drama que naufraga en el humor involuntario por la impericia de sus actores. Aparece la reina en la cinta en pocas ocasiones, pero en cada una los diálogos son estupendos. El guión de Marc Norman y Tom Stoppard sugiere ingeniosamente los usos y costumbres de la corte inglesa en la época de la primera representación de la tragedia de Romeo y Julieta (1595), y Madden recrea muy bien la atmósfera de las representaciones en la corte, donde toda la atención de público, autor, director y actores se concentra en el placer o enfado que la obra produce en la soberana, y la manera en que el pueblo participa en la representación pública que es regocijo casi carnavalesco y catarsis emocional, con espectadores que interpelan vigorosamente a los comediantes, con expresiones de aliento o con insultos, según el caso.
Del dramaturgo y guionista Tom Stoppard se recuerda la cinta Rosencrantz y Guildersten han muerto (1990), con Tim Roth y Gary Oldman, basada en su obra teatral de 1967, curioso pastiche de los famosos personajes de Hamlet envueltos en aventuras inverosímiles y fantasiosos duelos verbales. En Shakespeare apasionado el guión ya no busca violentar ni la narrativa ni la representación histórica. Su licencia mayor es imaginar, o reinventar, la vida amorosa del joven Will Shakespeare (interpretado sin mucho brío por Joseph FiennesųDudley en Elizabeth, de Shekhar Kapur). Con su tema doble y complementario, el nacimiento de una obra poética y de un entusiasmo amoroso, la cinta se detiene en las dificultades del joven dramaturgo para encontrar el tono justo del drama originalmente titulado Romeo y Ethel, la hija del pirata, y en su encuentro con la hija de un noble, Viola de Lesseps (una estupenda Gwyneth Paltrow), de la que inmediatamente se enamora. Al bloqueo profesional del escritor se añade su rivalidad amistosa con el dramaturgo Christopher Marlowe (Ruppert Everett), autor de La masacre de París, Fausto y Eduardo II, presentado como gran favorito del público de la época.
El tono que elige John Madden para su comedia es atractivo. Aprovecha una realidad de aquel tiempo isabelino (la prohibición de que las mujeres actúen en una obra de teatro) para crear situaciones de enredo en las que se insinúan, con buen efecto humorístico, la ambigüedad sexual, los equívocos amorosos, y la androginia de algún personaje, como en una comedia del propio Shakespeare, o como en aquellos juegos del amor y del azar que siglo y medio después presentara el francés Marivaux. Abundan también las situaciones de slapstick, en ocasiones bastante burdas, como la de mostrar a Shakespeare saliendo de la recamara de Viola, disfrazado de lavandera para escapar de la cólera de su rival, el insufrible Lord Wessex (Colin Firth), con un absurdo mayor, el de mantener largamente al personaje en ese disfraz inconvincente, con su mano velluda delatándolo todo el tiempo. Sin embargo, a John Madden y a los guionistas no les inquieta sobremanera éste ni ningún otro exceso, dado que la cinta celebra en primer término lo fantástico, el "milagro", aquello que súbitamente hace surgir de un tartamudo la dicción correcta, y también los encuentros providenciales, y de manera muy especial la pasión, de inmediato definida como "un amor que avasalla la vida, todo un motín en el corazón". Esta combinación de elementos a veces muy dispares, pero tendientes todos a restituir precisamente la riqueza expresiva de Shakespeare (drama, comedia, tragedia, todo en una obra como la aquí elegida, Romeo y Julieta), explican la eficacia de la cinta de Madden, su innegable habilidad para seducir al público. Su manera de orquestar el desenlace y hacer crecer la tensión dramática es, en sí, ilustración elocuente de los procedimientos shakesperianos. La realidad se refleja en el drama, y viceversa, la reina entiende (y de qué manera) las dificultades de interpretar el papel de un hombre, dos varones se besan apasionadamente en el teatro por efecto de la ilusión cómica, y por esta misma ilusión Shakespeare triunfa una vez más en un escenario que él mismo jamás habría podido imaginar: Hollywood.