No se necesita mayor ciencia para proponer que nuestra flamante política democrática tiene demasiados cabos sueltos. Y lo mismo podría decirse de la clase política que emerge junto con el nuevo sistema político, aunque de este conglomerado tal vez lo mejor sería decir que anda por la vida con los cables cruzados.
Este debería ser el punto de partida, y no la conclusión cotidiana, de nuestra discusión sobre el futuro político de México. De ahí debería arrancar una deliberación que nos incluyera a todos, que abriera nuevas puertas para fortalecer lo alcanzado y, sobre todo, para avanzar sin tener que repetir una y otra vez el descubrimiento del Mediterráneo.
En las últimas semanas, dos de los tres principales partidos nacionales han puesto en escena, para todo público, una muestra de lo anterior. En el PRD, la contienda interna por las direcciones nacional y de la ciudad de México se deslizó a una escaramuza deprimente donde lo único que brilla es el lodo. En un santiamén, el partido de Cárdenas echó por la borda mucho de lo que ha sido su capital fundador, y los aspirantes a las jefaturas del partido intercambiaron acusaciones sin ton ni son, casi ninguna debidamente fundada, con cargos que antes sólo se dirigían al PRI y el gobierno.
Acarreo, clientelismo, ratón loco o gatos pardos, complicidades con políticos del PRI, fraude electoral en suma, se volvieron de repente los vicios más arraigados de los militantes y contendientes internos del PRD, hasta casi agotar el diccionario universal de la infamia electoral. Los otros, nosotros los de afuera, no teníamos visibilidad alguna para los furibundos aspirantes al poder perredista. Todo era y es lucha interna, tópese donde se tope.
Por su parte, el PRI puso rápido jaque a las promesas y compromisos con la renovación democrática que el pasado 4 de marzo hicieran su presidente del Comité Ejecutivo Nacional y el Presidente de la República. Tocó a ambos ejecutar este jaque, aunque sólo Palacios Alcocer lo hizo en público.
Reunido que fue el Consejo Político Nacional para empezar a examinar las célebres reglas para la democracia interna, lo que se encontró de entrada fue con la renuncia de sus dos máximos dirigentes quienes, se dice, venían de una entrevista presidencial en Los Pinos. Luego vino el sainete de las fechas para conocer de las renuncias, lanzar la convocatoria y "seleccionar", así se dice en pristañol, nuevos dirigentes, pero lo que ha contado de esa noche en adelante fue la cargada hacia la Secretaría del Trabajo, donde el secretario deshojaba la margarita, anunciaba una noche de vigilia para meditar y consultar y daba a conocer que hablaría con el Presidente al día siguiente.
ƑJaque mate? Todavía no, porque aun ahora, después de este cerrojo presidencial a los reclamos priístas de autonomía, los discursos y exigencias de las corrientes y aspirantes a la candidatura mayor del 2000 buscan cauce y territorio y nadie puede decir que el caso esté cerrado.
De lo que no cabe duda es de que los poderes que son, como dirían los gringos, entienden en clave arcaica su función vital de comunicación con el público y con sus propias bases. Pudo nadie haberlo creído, pero ciertos columnistas lo anunciaron una y otra vez a lo largo de los meses: Mariano se va y José Antonio entra. Y lo que parecía una especulación más en este mercado también emergente de la información, se volvió en unas cuentas horas la confirmación de que Los Pinos siguen siendo lo que son, y que para la política cupular se prefiere sin más la diseminación de especies en silencio, mediante lo peor de la prensa, como en los viejos y, por lo visto, añorados tiempos.
ƑPartido de Estado? Brincos dieran el gobierno y su partido. Lo que está ante nosotros es el espectáculo retro del viejo PRI-gobierno, como lo llamó con cierta sorna don Manuel Moreno Sánchez. Todavía, con telones remendados y butacas rotas, nuestro gran teatro del mundo. Ni hablar.
Podemos, todos a una, repetir el credo: faltan instituciones y sobran tentaciones; faltan castigos y los incentivos no llenan los apetitos de los nuevos espíritus de la disputa por el poder. Pero lo cierto, lo evidente hasta el hartazgo, es que la competencia política no funciona como dice el librito de texto de Economía Uno, ni nuestros políticos son los electores racionales que podrían darle al intercambio político soluciones óptimas. El tránsito sigue, pero en el desierto.