Arnaldo Córdova
Agresión al IFE
En México los partidos políticos son organizaciones muy defectuosas y eso salta a la vista sin necesidad de devanarse mucho los sesos. Si miramos a otras latitudes, podríamos observar que no se trata de ninguna manera de una característica particular de nuestros partidos, pero eso sale sobrando. En las últimas semanas se ha podido ver que en un capítulo en particular nuestros partidos dejan muchísimo que desear: sus procesos electorales internos.
En el PAN, viejo ya de 60 años, se sigue eligiendo a los dirigentes con base en unos consejos que pueden representar adecuadamente las opiniones de todos los miembros del partido, pero que deciden por sí y ante, sí, sin que los militantes cuenten para nada. Los panistas se han dado cuenta de ello y buscan nuevos métodos de selección y elección de dirigentes y de candidatos. Aún no se deciden y siguen con sus viejas prácticas que, después de todo, son las más seguras.
En el PRD, tratando de dar siempre la más amplia participación a sus militantes en dichos procesos, se practica el método de las elecciones mediante voto universal, directo y secreto. Fue una fórmula que se adoptó casi como un dogma a propuesta de Pablo Gómez, hace ya varios años. Cada vez que se han llevado a cabo elecciones internas siempre sale a relucir el mismo problema: el partido no sabe o no puede organizar verdaderos comicios internos sin que un sinfín de irregularidades se den casi por fuerza o de modo natural. Aun así, el partido ha logrado integrar siempre sus órganos de dirección y elegir a sus candidatos prácticamente sin graves problemas.
Todavía no acababa la algarabía y el humor negro sobre las últimas elecciones internas del PRD, sobre las que se vomitaron toneladas de insultos y mala leche, incluso por parte de comentaristas considerados de izquierda, cuando el PRI nos dio un par de espectáculos, aparte del que nos había ofrecido el pasado 4 de marzo, que ya quedarían para la historia. El 16 de marzo, el representante del PRI ante el IFE, Enrique Ibarra Pedroza, regresó a las reuniones del Consejo General sólo para consumar una agresión al máximo órgano electoral de la nación, que de verdad no tiene nombre. No sólo puso en duda la credibilidad del instituto, sino que se alcanzó la puntada realmente inaudita de acusar a cuatro consejeros ciudadanos de mal uso de recursos y amenazó con consignarlos en juicio político ante el Congreso de la Unión.
La bomba le estalló al PRI en pleno rostro apenas al día siguiente. El PAN, el PRD y el Partido de Centro Democrático (PCD) se pronunciaron enérgicamente en contra de la estúpida ofensiva del PRI en contra del IFE y se declararon dispuestos a defender a como diera lugar al instituto. El PT y el PVEM, que habían alcahueteado con el PRI la pantomima del IFE, cobardemente buscaron ponerse a salvo del escándalo, aduciendo que no habían acordado la demanda de juicio político contra los consejeros ciudadanos, pero insistieron en que sí buscaban poner en la picota a los cuatro consejeros ciudadanos por faltas administrativas.
Difícilmente podrá encontrarse otro ejemplo de villanía política como éste. ƑA quién se le ocurrió semejante idiotez? ƑCómo alguien podía imaginarse que podría echarse contra el IFE, cuando éste representa el acuerdo mejor cuajado entre todas las fuerzas políticas de la nación y del que depende la última esperanza de avanzar en nuestra transformación democrática? No creo para nada que haya sido iniciativa de ese pobre diablo que representa al PRI en el IFE. Tampoco pienso que haya sido idea de la dirección del PRI. Todo ello no pudo ser más que una provocación aventurera e irresponsable urdida en las oficinas de la Presidencia de la República. ƑDe dónde más?
La jugada, en todo caso, resultó de tal torpeza y gratuidad que al día siguiente nos desayunamos con la sorprendente noticia de que Palacios Alcocer y Rojas habían renunciado a sus puestos en medio de una pantomima de asamblea del Consejo Nacional del PRI, que a todo mundo movió, a la vez, a la risa y al llanto. Las cosas se dieron siempre a través de un cristal muy nítido. Nadie se imaginó que todo ello no ocurriera porque Zedillo lo había dispuesto. Podrá ser que no, pero en este caso las apariencias no engañaron a nadie. El Presidente estaba detrás de todo este barullo. Hasta los mismos priístas se sintieron ultrajados y vejados. José Antonio González Fernández, saltando a la palestra con el ignominioso teatro de la cargada, nos trasladó a un escenario que se ubica en los años cincuenta. Y tal parece que a él no le produce ni el más mínimo rubor.
Que nuestros partidos son una verdadera vergüenza, no nos puede caber la menor duda. Como puede verse, ninguno se salva de la ignominia. El hecho, empero, es que los necesitamos, así como son, para seguir avanzando en esta nuestra transmutación democrática.