La Jornada domingo 21 de marzo de 1999

Adolfo Gilly
Los zapatistas en el Palacio de Minería*

Cuando Franz Fanon publicó en 1961 su siempre presente libro Los condenados de la tierra estaba recordando el primer verso de La Internacional en idioma francés: "Debout, les damnés de la terre" (en la versión española: "De pie, condenados del mundo"). En la otra tradición, desde los anarquistas y los socialistas en ese primer verso siempre dijimos: "Arriba los pobres del mundo".

Será otro tal vez el lema zapatista, pero desde la mañana del 1o. de enero de 1994 en que nos despertaron con la noticia de que miles de indios armados y desarmados, muy pobres todos, habían tomado San Cristóbal, cada vez que han vuelto a salir a las ciudades con el silencio o con la palabra, ese inicio de la vieja Internacional se me aparece pegado a ellos: "Arriba los pobres del mundo", en un mundo donde la pobreza, el desamparo y el sufrimiento han vuelto a crecer día con día.

Lo que La Internacional y todas las canciones de las revoluciones dicen es lo mismo: a la injusticia y a la opresión sólo se las puede hacer saltar desde abajo, en la plena independencia y la plena autonomía de los movimientos con que los seres humanos de organizan y tejen entre sí redes horizontales y sin confines.

Desde ningún gobierno, desde ningún poder establecido, se puede sustituir esa necesidad. Se puede, cuando más y si hay sintonía de idea y sentimiento, abrir puertas, allanar caminos y desviar golpes de los poderes enemigos. Se puede, nada más, ser veraz, escuchar, responder, ser leal al mandato recibido y cumplir.

No tiene estas cualidades mínimas el poder federal que nos gobierna. Tiene más bien las opuestas, a veces en niveles que tocan lo exquisito. Es tan firme mi convicción al respecto que, al leer Los acuerdos de San Andrés en la cuidada edición que debemos agradecer a Era, a Neus Espresate y a sus compañeros de aventuras editoriales, no pude dejar de preguntarme una vez más cómo ese gobierno llegó a firmarlos si ellos van contra sus convicciones más profundas. ƑPor qué este grupo gobernante, destructor declarado del artículo 27 y de todos sus significados, firmó unos acuerdos donde, aun con la ambigüedad latente de muchos de sus enunciados, se les cuela por la ventana abierta por la rebelión indígena el antes condenado espíritu del artículo 27 y con él la historia, el pueblo, la tierra, las comunidades, México entero, todo lo que Salinas, sus partidarios y su Congreso habían creído echar por la puerta de sus reformas constitucionales?

Sólo me queda dar por buena la explicación del secretario Emilio Chuayffet: los malhadados dieciocho chinchones que dice haber tomado antes de dar su aceptación a la iniciativa de ley de la Cocopa. No creo que la sangre de Acteal haya bastado para alcanzar a disolver esos alcoholes.

Lo que nada ha podido borrar, más de tres años después de la firma de los acuerdos de San Andrés por el EZLN y el gobierno, son los contenidos sustanciales de ese compromiso del gobierno federal, que ahora se niega a honrar, según costumbre suya inveterada.

Mencionaré, a simple título enumerativo, algunos de esos contenidos. Los acuerdos de San Andrés son:

ųUn reconocimiento extenso de derechos, que tomados en su sentido verdadero tocan no sólo a los indígenas sino además a todos los habitantes de la nación: los derechos a la identidad, a la diversidad, a la comunidad y, sobre todo, a la separación tajante entre derechos y dinero.

ųUna revaloración de la palabra autonomía: nos gobernamos y nos determinamos nosotros en todo aquello que a nosotros toca. "Los pueblos como tales se constituyen en sujetos de derecho a la libre determinación", dicen los acuerdos. "La autonomía es la expresión concreta del ejercicio de la libre determinación". Y con la autonomía de los pueblos, vuelven a ponerse en el orden del día la autonomía municipal, la autonomía universitaria, la autonomía sindical y la idea doble reivindicada en este libro por Adelfo Regino: la autonomía como algo conquistado, algo que ya se vive; y la autonomía como algo todavía por construir en nuestras realidades.

ųLa ley igual para todos: para que se respeten las garantías universales, para que la ley de veras sea igual, es preciso tomar en cuenta las diversidades particulares. Los acuerdos establecen en especial un sistema de garantías procesales específicas para los indígenas y sus pueblos, para asegurar su acceso pleno a la justicia.

ųLa recuperación del término "pueblos" para nuestro sistema jurídico, como un eco lejano del grito "šAbajo haciendas y vivan pueblos!" con que Otilio Montaño en marzo de 1911 anunció en Villa de Ayala el inicio de la revolución agraria de Morelos. Lo subraya Hernández Navarro en su contribución a este libro: "El reconocimiento de los pueblos indios como sujetos sociales e históricos implica modificar las bases constitutivas de la sociedad mexicana al añadir al principio de los ciudadanos el de los pueblos indígenas".

ųLa recuperación del artículo 27 en su sentido original, como relación del pueblo mexicano consigo mismo, con su forma de gobierno y con su territorio como patrimonio originario de la nación.

ųLa recuperación del concepto de soberanía no como una propiedad, sino como una identidad compleja entre nación, pueblo, cultura y territorio.

Muchos otros puntos podrían destacarse en estos documentos, cuya lectura ahora nos es más accesible gracias a este volumen. Gracias a él tenemos también artículos y comentarios de algunos de aquellos que, al participar en las mesas y foros de discusión, contribuyeron colectiva y diversamente a que estos acuerdos pudieran ser.

Citaré a tres de ellos, entrevistados por Eugenio Bermejillo. Dice Alfredo López Austin sobre la actitud del gobierno federal:

"Por parte del gobierno no ha habido conciencia plena de cuál es el momento que estamos viviendo. La parte política, filosófica, sociológica o científica del problema no entra en el debate para el gobierno. Hablar de pluralidad jurídica, por ejemplo, no es cualquier cosa. Primero se tiene que reconocer que hay voces que lo están exigiendo y enfrentarse a un gigantesco problema de carácter tanto teórico como concreto. Un Estado civilizado debería haber respondido ante esta petición planteando un gran debate de carácter teórico y filosófico. En cambio lo que ofreció fue un simple estira y afloja que corresponde a las formas más tradicionales y caducas de resolver los problemas nacionales".

Dice Margarita Nolasco sobre la discusión en la mesa de mujeres:

"Cuando en las otras mesas estaban gritando: usos y costumbres, en la mesa de mujeres fuimos muy parcas en pedirlos, porque muchos de ellos nos afectan. El rapto o la obligación de casarse con el que violó son ejemplos extremos de esto. Con frecuencia no quieren las mujeres y no les queda de otra. Los problemas de la mujer indígena son terribles, los problemas de la salud, la ayuda al cuidado de los hijos. En el campo no hay facilidades para ser mujer y trabajadora, mujer y profesionista, mujer y política. Esas facilidades no han llegado al mundo indígena. ƑCómo mejorar la condición real de la mujer indígena? Eso se nos barrió".

Dice finalmente Héctor Díaz Polanco como conclusión:

"El problema indígena no es un agregado más al problema nacional. Sus demandas forman parte de una reforma profunda del Estado".

Es cierto. Sin embargo, yo agregaría algo más. En su modo de entrar en el mundo: la toma de San Cristóbal; en su modo de negociar sin nunca desmovilizar; en su modo de hablar y de guardar silencio; en su irreductibilidad a las instituciones existentes, la rebelión de los indígenas del EZLN quiere ser portadora de una nueva y diferente relación estatal, es decir, de una nueva relación entre gobernantes y gobernados y, sobre todo, de los gobernados entre sí y con respecto al gobierno.

La clave para la indispensable superación de la crisis del régimen de partido de Estado, la clave para disolver el corporativismo en que se sustenta, no está arriba, en las instituciones; está abajo, en las movilizaciones y en la organización independiente con relación al aparato estatal cuyo partido es el PRI.

Es necesario negociar, cuando es preciso, con este régimen y sus gobernantes. A condición de saber dos cosas, que los zapatistas han demostrado conocer.

Primero, que negociación que suspende la movilización y la organización es batalla perdida de antemano. Como recuerda también Luis Hernández en este libro, "es una vieja tradición de la política gubernamental firmar compromisos que luego no se cumplen".

Segundo, que cualquier cosa que prometan o firmen, los políticos de este régimen no tienen palabra, porque está en la esencia del régimen mismo el no tenerla. No la ley o los acuerdos, sino una fuerza al menos igual a la que esos políticos en crisis aún detentan, puede hacer que cumplan lo que firman. Esta fuerza independiente, esta nueva red de voluntades organizadas, es la que desde hace años se viene construyendo en los movimientos sucesivos y conexos del pueblo mexicano. La vimos ayer, 18 de marzo, en la gran manifestación contra la privatización de la industria eléctrica donde convergieron trabajadores electricistas, zapatistas, estudiantes, petroleros y la población de la ciudad; como la veremos el 21 de marzo en la consulta nacional zapatista.

Al no respetar su propia firma, el gobierno creyó burlar y humillar al zapatismo. Le devolvieron sin abrirlo su sobre de retractaciones. Está en la naturaleza de este régimen el tratar de humillar a quien se deje y, sobre todo, el humillar a los suyos sin excepción alguna: quien quiera ser del PRI, que agache la cabeza o que se vaya.

Me dirán que la cúspide del régimen, el dueño aparente de este juego, no puede humillarse a sí mismo. Digo que sí. Quien da su palabra y no la cumple cree burlar al otro. En verdad, se está humillando a sí mismo al someterse esa palabra de hombre o de mujer a la inhumana lógica del régimen.

Nadie que no se deja humillar puede ser humillado, cualquiera sea su apariencia. Pero a la inversa: quien condesciende en humillar al otro, cuando éste no agacha la cabeza sólo alcanza a humillarse a sí mismo. Y esto vale para todos, presidentes o secretarios, revolucionarios o políticos, comandantes o jefes de oficina.

Termino esta celebración del libro de los acuerdos y de la presencia de los delegados y delegadas zapatistas en esta antigua capilla del Palacio de Minería, donde a espaldas de esta mesa nos contempla a todos la imagen en fondo de oro de la Virgen de Guadalupe, con un pasaje de Walter Benjamin que viene extrañamente al caso:

"La socialdemocracia se complacía en asignar a la clase trabajadora el papel de redentora de las generaciones futuras. Y así cortaba el nervio principal de su fuerza. En esta escuela la clase desaprendió tanto el odio como la voluntad de sacrificio. Pues ambos se nutren de la imagen de los antepasados oprimidos y no del ideal de los descendientes libres".

 

(En recuerdo de Maurice Najman, dirigente del mayo del 68 en París, cuyos últimos años estuvieron dedicados a la organización de las redes de las luchas sociales y de apoyo a los zapatistas en Francia)

* Texto leído en la presentación del libro Los acuerdos de San Andrés, compiladores Luis Hernández Navarro y Ramón Vera Herrera, Ediciones Era, 1998, en la Feria Internacional del Libro/Palacio de Minería, Ciudad de México, 19 de marzo de 1999.