La Jornada Semanal, 21 de marzo de 1999
Río grande de Loíza... alárgate en mi espíritu!'', así cantaba Julia de Burgos desde las calles del barrio neorriqueño (``Loisaida'' en español antillano, lower east side en inglés administrativo), a su río, su pueblo y su gente. Los fríos, el mucho desaliento y todo el desasosiego la mataron unos años más tarde. Cayó en una acera de Nueva York, con el rostro contra el suelo y la poesía hacia todos los cielos. Sus palabras fluviales me ayudan a entrar a otro río: el del espíritu, la forma y las palabras de Luis Rafael Sánchez, maestro del barroco antillano y heredero de nuestra Sor Juana en el arte de salir siempre con bien, y con mayor fortaleza, de los laberintos que él mismo ha creado.
La prosa de Luis Rafael está emparentada con la obra de muchos escritores pertenecientes a diversos siglos: Cervantes, Pérez Galdós, Valle-Inclán, Palés Matos, Carpentier, Emilio Belaval, Cesaire, Sarduy, Arenas, Cabrera Infante.
Su manera de escoger siempre las palabras más precisas, más capaces de expresar los temas y las ideas, nos obliga a decir con gozo que es valleinclanesca; sin embargo hay en su prosa una cualidad única e intransferible que nos hace paladearla como si fuera un trozo de melaza exacto en su dulzor. Por otra parte, es tan directa que puede hacer sangre en el ánimo de los lectores. Los ``jüeyes'' de ominosas pinzas que caminan por el pasillo de ``la guagua aérea'' (los vuelos Nueva York-San Juan) aterrorizando a las pulcras azafatas y a los enérgicos pilotos, organizan una escena surrealista hecha con las realidades inmediatas de la isla borinqueña y de sus gentes, tanto las que se van como las que se quedan.
Decía Carlos Marx que el arte verdadero tiene una sustantividad independiente. Luis Rafael escribe con la voz de su pueblo y con su propia e intransferible voz, y lo hace por amor, alegría y conocimiento profundo de su oficio. Los lectores entran por la puerta de palabras a su reino de guarachas y machos camachos, de danielessantos importantes por su heroica voluntad de ser nada más ellos mismos; de politicastros melífluos e inhumanos, de literatones inflados de vanidad, pompa y circunstancia, de parejas en conflicto y en acuerdo, de niños creciendo con gustos y penas, de parajes tropicales y cielos sitiados por los monstruos de la rasquiña tecnológica. Las palabras de este escritor grande y riguroso saben sus oficios y mueven las caderas en la sempiterna danza antillana. No en balde es discípulo formal de Palés Matos. Su prosa danzarina nos clava ``su aguijón de música'' y ya no podemos ni queremos salir del mundo borinqueño, ni del mundo privado y lírico de nuestro autor. Se trata, en fin, de un encantador de lectores que nos otorga su sinceridad, su compasión y su maestría formal.
En una república hispanoamericana manda a diestra y siniestra el generalísimo Creón Molina, y en las calles amanecen los letreros de la protesta. En la prisión, Antígona Pérez, con su ``anatomía angular'' y el cruce de razas que le marca el cuerpo y el alma, inicia la acción dramática con uno de los más intensos monólogos del teatro contemporáneo: ``Nombre, Antígona Pérez. Edad, 25 años. Continente, América. Color no importa. Traigo una historia para los que tienen fe. Alguno advertirá: es demasiado joven para decir algo que merezca oírse. Cierto que soy joven, pero esta juventud del cuerpo ha sido acunada por la triste vejez del alma. ¡Poesía!, claro que poesía. Si tengo 25 años y voy a morir mañana.'' Esta obra que Luis Rafael titula La pasión según Antígona Pérez es, junto con Quíntuples, la parte medular del teatro luisrafaeleano. Nuestro autor, a diferencia de otros narradores latinoamericanos que incursionan, para nuestro tedio y desgracia, en el mundo del teatro, es un hombre de escenario, con muchas tablas y un conocimiento a fondo de la gramática del género. También ama el cine y gusta de fabular sobre sus mitos ya sacralizados y sus leyendas en proceso de mitificación.
Sus ensayos contienen novedosas reflexiones sobre la escritura concebida más como obsesión que como oficio, sobre los prodigios y embelesos de la inteligencia, las virtudes incontrastables de la sensualidad, el alma caribeña y las realidades culturales de una isla señalada por su talento artístico y por su ser nacional que defiende su cultura de la racha constante alentada por el dios huracán o por los semidioses imperiales. En su trabajo ensayístico no intenta congraciarse con los distintos grupos de opinión y, sin lanzar condenaciones (``en el hombre hay más cosas dignas de compasión que de odio'', decía Camus, quien a la postre demostró tener la razón en casi todo) a los extremos de la compleja geometría política insular, expone sus puntos de vista, promueve discusiones y defiende los principios democráticos y la libertad de la cultura. Su último libro de ensayos No llores por nosotros Puerto Rico es un ejemplo magnífico de la inteligencia, la capacidad dialéctica y la prosa zigzagueante y, a la vez, puesta al servicio de la claridad, de un escritor que, en los terrenos de la narrativa levanta construcciones con los elementos, matices y reflejos cóncavos y convexos del más libre y creativo de los barrocos antillanos. Por eso logró que su Guaracha del macho Camacho actuara como una ``humilde mediadora'' para despertar las conciencias dormidas o, lo que es peor, enajenadas. Abomina, con mucha razón, de la ``literatura suavona'' incapaz de caracterizar la violencia y el desasosiego que agobian a nuestras sociedades esquilmadas por políticos corruptos y por los neoliberales de crueldad implacable. Así, en un párrafo que arde y crepita, nos señala su actual proyecto de escritor: ``prefiero combatir, desde la trinchera de la marginalidad, con el concurso de cuanta palabra corrupta sea menester, al contemporáneo arroz con culo puertorricensis. Prefiero combatir el `gufeo' vacuo con el `gufeo' crítico, el `gufeo' memo con el `gufeo' irónico''.
Luis Rafael Sánchez escribe ``para dar noticia al mundo'' de su país y lo hace también para hablar de los paisajes y de las gentes que se han puesto al alcance de su amor. Por eso ama a la Bahía de Jorge Amado y al Madrid de Pérez Galdós. Esta vocación hecha de amores y palabras marcó los primeros pasos del muchachón del caserío Antonio Roig, de Humacao, ciudad oriental de Puerto Rico, hijo del panadero Luis Sánchez Cruz y de la bordadora çgueda Ortiz Tirado, empleada en el bazar de Josefina Reyes.
Dice Luis Rafael: ``los puertorriqueños tenemos como apeaderos notables de nuestra identidad colectiva el son, el mestizaje y la errancia''. La suya es ``una cultura callejera'', gárrula y confianzuda. Nuestro escritor hace la biografía de su país, deformado en las postales y, como muchos otros de nuestra comunidad, ``caótico, despedazado y hostil''. Como todas las almas antillanas, escribe para celebrar ``las grandes avenidas del placer'' y los emocionantes avatares del amor.
Luis Rafael Sánchez es la voz por la cual circulan la hermosa y vasta tradición literaria de su patria, y las reflexiones sobre la personalidad de ese ``País de cuatro pisos'' del que hablaba otro boricua de apasionada lucidez, José Luis González. Nos conviene leerlo con atención, respeto y lúdica alegría, pues sabe lo que dice y sabe cómo decirlo. ``Todo se nos puede perdonar menos el no atrevernos a ser felices'' decía Elias Canetti un poco antes de irse. También para eso escribe Luis Rafael, para atreverse a ser ``un poco feliz''. Vamos a atrevernos a ser totalmente felices por unos momentos dorados, cantando lo que nos dice este puertorriqueño del universo.