La Jornada Semanal, 21 de marzo de 1999



Eduardo Hurtado

Lo demás son palabras

Contra el público en general

Público. De o para todos los ciudadanos.:: Para la gente en general.:: Correspondiente a la actividad que se desarrolla fuera de la casa y familia propias.:: Conjunto de personas determinado por alguna circunstancia que le da unidad.

María Moliner, Diccionario de uso del español

Garcilaso de la Vega murió inédito. Sin embargo, el aplauso de sus escasos oyentes y lectores, damas y señores de la corte, ya le había reservado una plaza en la posteridad. Hoy, cualquier mancebo que haya conseguido superar el sexto año conoce y repite los versos iniciales de la Égloga Primera: ``El dulce lamentar de dos pastores,/ Salicio juntamente y Nemoroso...''. Y nada más. Los que han llegado a las líneas postrimeras siguen siendo unos cuantos.

Garcilaso no escribió para un público, ese animal tornadizo que hoy acecha, desde un afuera insoslayable, los afanes del poeta. Sus lectores eran gente como él: estudiaron griego y latín en Salamanca o en Toledo; guerrearon como continos o maestres de campo; frecuentaron los principales centros humanísticos de Italia; compusieron sonetos, y sostuvieron opiniones similares respecto al arte del verso. Desde luego, no existían los críticos tal y como los conocemos en nuestros días: unos nobles iguales entre sí eran los encargados de leer, comentar y concederle o no reconocimiento al trabajo de sus pares.

Contra lo que pudiera suponerse, en esta ponderación el dominio de una manera jugó un papel subordinado: muchos escribieron en el estilo toscano, ceñidos a una serie de convenciones formales y temáticas, pero no todos alcanzaron el reconocimiento que cosechó Garcilaso: su genio hizo resonar en combinaciones de once sílabas todo el lenguaje del Renacimiento y, a la vez, toda la tensión rítmica y la complejidad expresiva de la lengua española: ``...secaba entonces el terreno aliento/ el sol subido en la mitad del cielo; en el silencio sólo se escuchaba/ un zumbido de abejas que sonaba''. Más que reformar el verso español, Garcilaso transformó y purificó el idioma -muy a pesar de quienes lo acusaron de ser un descastado.

Pero Garcilaso de la Vega nunca pensó en un público potencial: sus lectores estaban a la vista y publicar no era un asunto apremiante. El 19 de septiembre de 1536, durante el asalto a la torre de Muy, cerca de Provenza, Garcilaso recibió en pleno cráneo una pedrada perentoria. Murió el 14 de octubre, a los 33 años. Fuera de sí, Carlos V hizo demoler la torre y ordenó ahorcar a todos los soldados franceses que la resguardaban. Siete años más tarde, doña Ana Girón de Rebolledo, viuda de Boscán, reunió en un solo volumen los poemas de Garcilaso y los de su difunto esposo.

No es fácil precisar en qué momento aparece un público para la poesía. En el pasado los lectores de poemas fueron clérigos, cortesanos, intelectuales, grandes gobernantes o déspotas ilustrados. El cambio sobreviene con el romanticismo, cuando los artistas ya no pueden ignorar las muchas maneras lícitas de mirar el mundo. Una nueva presencia cuestiona las tareas del poeta desde un lugar diverso y le lanza preguntas peliagudas: ¿para quién escribe? Si su punto de vista ya no es incontestable, si la percepción del banquero vale tanto como la del asalariado y el mendigo, ¿qué lugar asignarle a esas otras miradas que también cuentan? Y si decide adoptar las miradas de los otros para obtener la confirmación de sus intuiciones, entonces ¿quién escribe? Por su parte, los lectores han dejado de ver a la poesía con la reserva supersticiosa de quien asiste a un rito inconcebible. El crecimento de las universidades y la expansión de la industria del libro contribuyeron a suprimir esa distancia.

Nacida en el seno de la burguesía y de la corriente crítica que cruza los siglos XIX y XX, la poesía moderna se opone a los ideales del mundo moderno. Octavio Paz ha formulado mejor que nadie esta paradoja: ``La modernidad antimoderna de nuestra poesía, desgarrada entre la revolución y la religión, vacilante entre llorar como Heráclito y reír como Demócrito, es una verdadera transgresión... Un poema puede ser moderno por sus temas, su lenguaje y su forma, pero por su naturaleza profunda es una voz antimoderna. El poema expresa realidades ajenas a la modernidad, mundos y estratos psíquicos que no sólo son más antiguos sino impermeables a los cambios de la historia.'' Al círculo de bien nacidos que antes constituyó el grupo ``lectores de poemas'', lo releva una nueva minoría compuesta por algunos estudiantes, abogados, periodistas, médicos, profesores, burócratas o negociantes, que reconocen en la voz disidente del poeta su propio rechazo a un mundo dirigido por el culto al progreso y las leyes del mercado.

Con raras excepciones, el rendimiento comercial de un libro de poemas suele ser inexistente. Su pasión por rehabilitar experiencias y realidades ignoradas o suprimidas lo hacen un producto de muy baja rentabilidad, un negocio inestable. Y sin embargo, en esa pasión se funda su razón de ser. Los poemas suelen escribirse para esas personas, pocas o muchas, que en todo tiempo viven asidas al sueño de lo posible. No es raro que el público de poesía aumente y disminuya sin patrones fijos. Más allá de las tácticas de penetración de sus editores, los poetas no se proponen llegar a una mayoría impersonal; les interesa un público que la mercadotecnia no sabe localizar: el de los hombres y las mujeres deseantes. Para Ungaretti la extrema aspiración de la poesía es cumplir el milagro de un mundo resucitado en su pureza originaria. Escribir ``para le gente en general'' sería renunciar a esta ambición. Un poema escrito para todos no puede ser un poema.

Contra la eficacia del mercado las aptitudes del derroche. Nadie podría ahorrar poemas. Pero tampoco divulgarlos a cualquier precio: ``Gracias a Usted, que al escuchar estos versos los hace posibles.'' Los creadores y los re/creadores de poemas (es decir, los poetas y los lectores de poesía) se relacionan entre sí por encima de cualquier obstáculo, más allá de las lenguas y las épocas. Sin embargo, un poema no es un objeto reconocible por todos y en cualquier circunstancia. Y en ocasiones su ocultamiento favorece el contagio.