La Jornada Semanal, 21 de marzo de 1999



Martín Solares

entrevista

Con Ignacio Solares

Ignacio Solares nos habla en esta entrevista de sus escritores preferidos: el Greene de El poder y la gloria y de El revés de la trama; el Bernanos de El diario de un cura de campo y el Chesterton que nos dice: ``el cristianismo no es un club de santos sino un sanatorio de enfermos''. El hábil interrogatorio de Martín Solares nos presenta a un autor en su mejor momento y sitiado por su propia sinceridad.

Las tentaciones de (San) Ignacio

La novela más reciente de Ignacio Solares comienza con el sonido de unas cadenas que se arrastran. Como ocurre en los sueños, esta imagen atrajo otras igualmenteÊinquietantes y opresivas, y con ellas, al resto de los temas predilectos del autor. Así, en El sitio, novela que obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia este año, Solares combina su afición por lo fantástico con las visiones que provoca el alcoholismo, la súbita pérdida de la identidad, la mentalidad católica, el espiritismo y su visión personal del sistema político mexicano. Nacido en Ciudad Juárez en 1945, autor de una decena de obras entre las que sobresalen Anónimo, Delirium tremens, El Gran Elector, Los mártires, Madero, el otro y Columbus, Solares desarrolla una historia que arranca cuando los militares establecen un cerco frente a todos los edificios de la ciudad de México, y provocan que, al descubrirse encerrados, los habitantes abandonen sus rasgos más humanos.

Antes de publicar esta novela escribiste un cuento sobre el mismo tema. Los narradores mexicanos que, como Leñero o García Ponce, han reelaboradoÊalguna historia son más bien infrecuentes. ¿Escribiste la novela porque el cuento te había dejado insatisfecho?

-En realidad la novela y el cuento surgieron de un sueño. Hay sueños que dan para mucho y son claves en tu vida; todo mundo siempre tiene cuatro o cinco sueños que son altamente significativos. En este caso yo soñé que no podía salir del edificio donde vivía con mis padres en la colonia Condesa. Más tarde escribo el cuento, que se publicó en Muérete y sabrás, y me olvidé de él hasta hace unos años, cuando me pidieron un guión para televisión. Por esas fechas visité el Edificio Basurto, reviví el sueño y ese temor a quedar encerrado, y empecé a pensar no en un guión sino en esta novela: el cuento se abrió y me di cuenta de que no lo había terminado, porque hay historias que no se terminan. A veces los cuentos son como esas relaciones que dejas por ahí pendientes, y recuperas de improviso.

-Tu novela tiene unas secuencias casi oníricas, como la escena llena de horror en que una madre pierde a sus hijos, y otras más ``diurnas'', que se refieren a la realidad mexicana. De sonidos e imágenes de pesadilla pasas a conflictos domésticos e infidelidades conyugales. ¿No te parece que ese contrapunteo atenúa el ambiente de terror?

-Es que la ironía me parece fundamental. Yo creo profundamente que una de las claves para escribir novela es no tomarse nada demasiado en serio. Por eso, después de un pasaje lleno de violencia incluyo una escena donde el sacerdote imagina que ve aparecer a la virgen María y la sigue hasta un baño de mujeres. Entonces le pregunta: ``Santa Madre, ¿qué hace usted aquí?'', y ella responde: ``No: ¿Qué haces tú aquí, en el baño de mujeres?''

-¿Los católicos se han disgustado por este tipo de escenas?

-Claro que sí.

-¿No te parece contradictorio practicar el cristianismo y ejercer el oficio de escritor?

-Creo que no hay nada más cristiano que la escritura: son los ejercicios de San Ignacio. Además, estoy de acuerdo con Chesterton en que el cristianismo no es un club de santos, sino un sanatorio de enfermos.

-A propósito, ¿de dónde viene tu obsesión por abordar el alcoholismo? ¿Eres alcohólico o has participado en sesiones de Alcohólicos Anónimos?

-Yo no he tenido problemas serios, pero sí ha habido una dependencia, la costumbre de beber a diario. Mi padre fue alcohólico, y desde que recuerdo participé de su gusto por la literatura, por los toros, por la religión -y todo estaba rociado por el alcohol. Desde muy joven lo llevé y acompañé a las sesiones de Alcohólicos Anónimos y esas impresiones infantiles determinaron mi rumbo. Pero como decía Henry Miller, un escritor está condenado a vivir lo que escribe: cuando retomé El sitio surgió este sacerdote alcohólico que me atrapó, y al final fue él quien me condujo a mí. Yo creo mucho en dejarle la puerta abierta a los personajes. Aquí la puerta estaba cerrada, pero él se salió de todas maneras, y ahora estoy dejando de beber, como este personaje al final de la novela.

Siempre me marcaron los sacerdotes de la literatura. Es una de mis experiencias más ricas, al grado de que en lugar de que mis héroes fueran los personajes de Conrad, Melville o Salgari, yo me quedaba con el padre Brown de Chesterton, o los curas de El poder y la Gloria y el Diario de un cura rural, de Bernanos... Por supuesto, yo tenía una inquietud por ahí. Estudié con jesuitas y sentí la tentación del sacerdocio, que logré superar; pero incluso estuve en Notre Dame y tomé misa de gallo en el sitio exacto en que se convirtió Paul Claudel. Como te decía, estos personajes literarios fueron gestando una inquietud especial que tomó forma en el sacerdote de El sitio, el cual representa todo lo que me parece criticable de la Iglesia, con esta posibilidad de luz, y que no tiene nada que ver con lo institucional, con lo que estoy profundamente conflictuado. El cristianismo es más serio que eso y tiene que ver con todas las formas de la vida.

Del Padre Brown recuerdo cómo alguna vez reveló que su secreto para resolver los misterios era ponerse en la mente del criminal, al grado de no imaginarlo, sino vivirlo. ƒl lo describió como un ejercicio espiritual al estilo de San Ignacio, y aprovechar esta posibilidad literaria me pareció fascinante. Por otra parte, la última frase del cura de Greene siempre me pareció reveladora: ``Sólo hay un drama: el drama de no haber podido ser santo.''

-¿Elegiste un sacerdote como narrador porque era el único que podía conocer todos los puntos de vista?

-Claro: como confiesa o por lo menos conversa con los habitantes de todo el edificio, de alguna manera era el único que me brindaba la posibilidad de integrar todos los relatos. Pero yo mismo no sé si esta historia de insomnios y apariciones es una alucinación del sacerdote alcohólico o una crónica del periodista que conversa con él.

-A diferencia del cuento, la novela termina con un rito de expiación que recuerda al de Jesús en el Calvario. ¿Hasta qué punto has logrado separarte de tu formación católica?

-Al grado que he vivido mi cristianismo y mi religiosidad de dos maneras fundamentales: mediante un gran conflicto frontal con la Iglesia que padecemos ahora, y cuya insistencia en prohibir los anticonceptivos me parece absolutamente criminal; y por otro lado, con una fe en Cristo que me ha llevado a descubrir que la esencia del cristianismo está en nuestro prójimo. Esta idea la tengo muy viva, no conozco otra forma, y he intentado traducir esto a la literatura.

-Uno de tus personajes menciona el terror a ser enterrado vivo, lo cual es un tema que aparece con frecuencia en la literatura fantástica. A la vez, algunos narradores clave se han propuesto escribir novelas que ocurren en espacios infranqueables, como Camus y Kawabata. ¿No te parece curioso que al mismo tiempo que tú escribías El sitio, Mario Bellatin, un peruano, escribía Salón de belleza y un guatemalteco, Francisco Goldman, terminaba Marinero raso, historias que también transcurren en lugares cerrados?

-Bueno, esto significa que conforme se desarrolla la comunicación global, más nos sentimos atrapados. Vivimos en una cárcel de espejos, 24 horas al día nos atiborran con imágenes de terror, de que te asalten apenas sales a la calle; y de consumo desaforado, para intentar convencerte de que la única vía para salir del horror es el consumo.

Yo escribo para conocerme, tengo dudas y preguntas y mis convicciones son muy relativas. Como te decía, un escritor tiene sueños que no lo dejan vivir en paz y tiene que escribirlos. Jung calculaba que tenemos entre 12 y 13 yos que implican estados de conciencia diferentes, que somos como un árbol lleno de pájaros, todos cantando al mismo tiempo, por lo que a veces no distinguimos a ninguno y nos enredamos dentro de nosotros mismos. Él decía que la mejor manera de dejarlos manifestarse es a través de la escritura, y los surrealistas insistieron en que la mejor literatura es la que pasa directamente del inconsciente al papel, pasando lo menos posible por el consciente. Yo creo profundamente en la condición terapéutica de la escritura, y tengo la impresión de que al escribir uno plasma cosas que no podrían salir en una sesión de psicoanálisis.

Escribir El sitio fue una aventura interior maravillosa. Nunca imaginé que fueran a reaparecer personajes de mis novelas anteriores, pero cuando eso ocurrió me pareció fascinante, porque quiere decir que ese universo interior sigue bullendo. Esta es la novela más significativa para mí, es donde yo siento que esos sueños que estaban dispersos los pude concretar, y que tienen cierta persistencia.