La planeación irrelevante

Alejandro Canales

Al término del mes pasado se presentó el Programa de Ciencia y Tecnología para el año en curso. No obstante, en los medios impresos sus contenidos prácticamente pasaron desapercibidos, pues en el mismo acto el Ejecutivo federal solicitó a la comunidad científica que participara en el análisis de su reciente iniciativa de reforma constitucional de apertura a la inversión privada en el sector eléctrico.

PROGRAMA DE TRABAJO En el amplio debate nacional que ha suscitado esa propuesta presidencial, se han manifestado variadas posiciones y de diferentes formas ha circulado una gran cantidad de información. No hay duda de que la eventual medida es de suma importancia para la sociedad en su conjunto y que la comunidad académica también debe expresar su opinión, como generalmente ocurre respecto a los diferentes temas de interés nacional. Sin embargo, conviene no olvidar que el programa anual de ciencia y tecnología es un factor sustantivo y debe jugar un papel relevante en la orientación de la actividad científica.

En general, como suele ocurrir, en la presentación del programa se destacaron las cifras que registran los logros. El director del Conacyt, Carlos Bazdresch, resaltó la duplicación de la matrícula en el posgrado en los últimos cuatro años, el incremento anual de 9 por ciento ųen términos realesų en los recursos financieros en los pasados ocho años, mayores becas para estudios de posgrado y el aumento de proyectos de investigación.

A pesar de que los avances en la actividad científica deben ser expresados, su utilidad en el programa anual es nula o escasa si no permite comparaciones con lo que se había propuesto con anterioridad o con otros indicadores que permitan dimensionar sus alcances. Por ejemplo, un mayor número de posgraduados, líneas de investigación más diversificadas o recursos financieros crecientes bien podrían ser el resultado inercial del curso que sigue el aparato de ciencia y tecnología del país, más que una trayectoria prefigurada racionalmente por quienes tienen en sus manos las decisiones al respecto.

Es cierto que la matrícula del posgrado se ha incrementado, pero en qué medida se ha orientado por decisiones explícitas o se trata de cifras ya previstas o se tiene certeza de la calidad de esos estudios. Los poco más de 120 mil alumnos inscritos en ese nivel siguen siendo muy pocos si consideramos los casi 100 millones de habitantes del país o el millón y medio de estudiantes de licenciatura. Incluso las cifras adquieren nuevas tonalidades si vemos la proporción de los niveles al interior del posgrado; la base más amplia son los estudios de maestría, con 72 por ciento; después los de especialización, con 21 por ciento, y finalmente el doctorado, con 7 por ciento (menos de 19 mil alumnos); además, casi la mitad de la totalidad de los estudios de posgrado se siguen concentrando en el Distrito Federal. En ese sentido, los logros anunciados por el programa parecen adquirir otro cauce.

Respecto a las dificultades que enfrenta el citado programa, el director del Conacyt señaló tres "deficiencias sistémicas": la mecánica de asignación del apoyo federal a las actividades científicas, la desigual calidad regional del trabajo científico y la escasa relación entre la actividad científica y la sociedad ųaspecto que también fue anotado en el mismo acto por el presidente del Consejo Consultivo de Ciencias, Pablo Rudomín.

Es posible que las fallas mencionadas constituyan efectivamente serios obstáculos para el avance y consolidación de las tareas científicas en el país. Sin embargo, lo que sorprende es que no se trata de problemas recientes. Por lo menos, hace una década que se viene reordenando la canalización de apoyos financieros para la investigación, y lo mismo sucede con los problemas asociados a la desigualdad regional.

De hecho, este último aspecto es una referencia obligada y casi siempre ocupa un lugar destacado en los planes gubernamentales. Quizás el vínculo de la ciencia y la sociedad sea el tema que ha aparecido más recientemente, impulsado no tanto por la extensión de los beneficios de la actividad académica a la sociedad en su conjunto ųaspecto que siempre ha estado presenteų, sino por la búsqueda de recursos financieros que siempre son escasos. Así, en este rubro del programa tampoco estamos ante formas novedosas de planteamiento de problemas.

Finalmente, Bazdresch planteó que este año el apoyo público federal "volverá a ser una cifra récord" (más de 20 mil millones de pesos) y un crecimiento de entre 4 y 5 por ciento en el número de becas, proyectos financiados y miembros del SNI. Asimismo, en referencia a los planes de orden cualitativo, destacó la marcha del proyecto de ley para el fomento de la investigación científica y tecnológica, así como la próxima reforma del SNI y algunas acciones para mejorar la vinculación de la ciencia y la industria.

Nuevamente, es posible que las cifras y acciones constituyan objetivos precisos a lograr en el año presente, pero no tenemos certeza de si éstas son deseables, modestas, ambiciosas o francamente irrelevantes. Incluso, conviene anotar que desde diciembre pasado ha prevalecido una indefinición respecto a la reforma del SNI, y algo similar ha ocurrido con la iniciativa de ley, que sólo ha sido difundida una vez que está a punto dictaminarse en el Legislativo.

En el ámbito de la administración pública se supone que los programas anuales, entre otros aspectos, le tendrían que dar forma y contenido a las metas y acciones planteadas en los programas sectoriales de cada administración gubernamental. No obstante, como podemos constatarlo, lo cierto es que con frecuencia el ejercicio de informar y planear anualmente se va convirtiendo en un ejercicio irrelevante, rutinario, cargado de cifras y datos que poco ayudan a comprender el tamaño de los retos y rezagos, excepto cuando ya es tarde para hacer algo al respecto. cl

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