Paradojas de un proyecto adverso al becerro de oro neoliberal


Universidad y sentimiento

Guillermo Sheridan

Una declaración publicada en La Jornada (12/III/99, p. 59) me seduce por completo. Viene de unos líderes de una Asamblea Universitaria Estudiantil (AUE) y dice: "Nada detendrá al movimiento porque estamos defendiendo un proyecto de universidad y de país". Y agregan que si no hay diálogo público con el rector Francisco Barnés, "se comenzará a discutir una huelga general". (Se entiende de antemano que el "proyecto de universidad y de país" a defender es el adverso al becerro de oro neoliberal.)

Los aueístas defienden un proyecto de universidad y de país desde una situación paradójica: en su calidad de estudiantes asumen encontrarse ya en posesión de la experiencia y los conocimientos suficientes para perfilar un proyecto de tal justicia y de tan altas miras, que su implementación supone, de ser necesario, paralizar a la UNAM que, en teoría, es la que hace proyectos.

No deja de ser fascinante que la institución que el país ha creado para proponer proyectos, también nobles y de altas miras, merezca ser paralizada en nombre del proyecto. Los proyectos de la UNAM y el proyecto aueísta tienen algo en común: ambas instancias querrían que todo mexicano consuma proteínas, tenga un techo decente sobre la cabeza, pueda ir a la escuela, haga deporte, sea culto, compre McDonalds y elija a sus gobernantes.

Feggo-UNAM El proyecto de la UNAM reconoce que de su propia subsistencia depende que el proyecto nacional se fortalezca de la sabiduría que le corresponde crear, y el proyecto aueísta depende de sus buenas intenciones. El proyecto de la UNAM y el proyecto de los aueístas parece ser el mismo (un país justo, sabio, bueno, etcétera), pero diferente: uno sabe que depende de su eficiencia, el otro piensa que basta con la buena voluntad.

Nada de eso sería grave si los aueístas no hubiesen decidido que su buena voluntad no tiene por qué sujetarse a su eficiencia, y que, por lo mismo, su proyecto es tan superior al proyecto de la UNAM que hasta prescinde de la eficiencia. Pues el proyecto aueísta se limita a oponerse al becerro de oro y por lo mismo, desde su punto de vista, está exento de análisis por una certidumbre sentimental.

Y no sólo eso: asume además que, ante la realidad becerro de oro, lo único que debe hacer la UNAM es horrorizarse y expulsar a la realidad becerro de oro de su curiosidad científica, o de sus consecuencias. Por primera vez en la historia, se propone que la razón de ser de una universidad es defenderse de la realidad, con la coartada de que, al hacerlo, defiende a la nación.

Los aueístas sueltan convicciones impermeables a la duda en relación proporcional con sus amenazas. No dudar y amenazar me parece una mala combinación y un peor augurio sobre el tipo de universidad que imagina su proyecto. El proyecto vale por sí mismo, porque sí, y quien diga que no sufrirá huelga. Al no requerir confrontación con la realidad (por medio de estudios y experiencia) y al descansar en la fuerza, el proyecto acusa su naturaleza sentimental (la violencia también es una forma del sentimentalismo).

Y no requiere confrontación con la realidad porque es puro sentimiento, en tanto que sólo los sentimientos pueden prescindir de la experiencia y los conocimientos científicos, y son buenos o malos porque sí. Y los aueístas carecen de experiencia y conocimientos en tanto que estudian para adquirirlos: su carácter de estudiantes supone la aceptación tácita de sus carencias.

Uno acude a la universidad para dominar una ciencia o una actividad que le permita modificar la realidad personal o social. Un estudiante es un ignorante que tiene la peculiaridad de saber que es ignorante y que desea no serlo más. Esto, lejos de ser un acicate en pos del conocimiento, ahora se convierte en garantía de una pretendida pureza y una apriorística legitimidad.

Si esos aueístas ya tienen un proyecto de universidad y de país, Ƒpara qué estudian? Han decidido que la UNAM es un sitio en el que bastan las buenas intenciones para sustituir a la experiencia y los conocimientos, y aspiran a hacer de ese sentimiento un proyecto de universidad. El estudiante acepta que se subordina a la adquisición previa de los conocimientos necesarios para lograr cambiar la realidad. Pero entre lograr algo y decretarlo hay una diferencia grave. Lo único que los aueístas están cambiando es la causalidad inherente a una realidad que ya han desplazado; si la realidad no se somete a mis intenciones, no cambio a la realidad a fuerza de conocimiento: prefiero hacerme de un poder que suplante a la realidad; si la realidad no concuerda con mi proyecto personal, le hago huelga a la realidad.

Defender un proyecto, en términos universitarios, supone su libre discusión, su crítica, su análisis, su sujeción a comportamientos científicos.

Por lo mismo, paralizar una universidad por motivos ideológicos es una contradicción en los términos. En tanto que una universidad, en teoría, es una solución potencial a todos los problemas, ella misma no debe ser un problema ni, en todo caso, administrarse con la misma política con que se arreglan problemas de otra índole. Un proyecto universitario es cosa muy seria y no puede contagiarse del penoso sentimentalismo de las buenas intenciones.

Declarar "yo quiero que la educación universitaria sea gratuita" o "yo quiero que todos los mexicanos coman 200 gramos diarios de proteína" son, desde luego, buenas intenciones, pero no proyectos. Declarar "yo quiero que este sea un país con un sistema social justo" tampoco es un proyecto, es un deseo.

Pero ni las buenas intenciones ni los deseos competen a la UNAM; lo que le compete es su instrumentación, de acuerdo con las leyes inevitables de la majadera realidad. Por eso un proyecto universitario no se articula así: "Es que yo quiero que todos los mexicanos coman 200 gramos diarios de proteína", sino asá: "Feasibilidad científico-socio-económica de crear granjas piscícolas ejidales en el desierto de Matehuala".

Lo primero que un universitario debe entender es su obligación de hacerse de los conocimientos y la experiencia necesarios para que sus buenos deseos modifiquen a la realidad, pero ello supone sujetarse a las leyes de la rea-lidad. Los jóvenes aueístas han proclamado que sus intenciones son tan buenas que pueden exentar ese requisito y carecen de la paciencia para hacerse de los instrumentos que administran a la realidad. ƑDe qué les sirve asistir entonces a la escuela, si la nobleza previa de su proyecto los autoriza a prescindir de los conocimientos para instrumentarlo?

La realidad de los aueístas es una irrealidad de tal dimensión que, su siguiente paso, es exigir un diálogo público con el rector. Las leyes que rigen con quién hablan el rector y los órganos colegiados de la UNAM se derogan no por la fuerza del proyecto, sino por la fuerza, punto; del mismo modo que las leyes de la realidad son soterradas por las buenas intenciones. ƑHabrá algún ingenuo que suponga que, en el caso de que se hiciera ese diálogo impensable, los instrumentos de presión utilizados para conseguirlo (o dialogamos o paralizamos a la UNAM) no se activarían de nuevo frente a cualquier oposición?

En fin. Reflexionar sobre eso desde la lógica o el sentido común es inútil: la lógica es la primera víctima del sentimentalismo y el sentido común es el menos común de los sentidos.