n Dificultades en la visibilidad de la presentación
Bradney se entregó al tamborileo
del Bolero, en la clausura del FCH
Mónica Mateos n No bailaron el grandioso Ballet por la vida, pero la compañía de Maurice Béjart sorprendió a los capitalinos con Bolero, y el cuero de Kathryn Bradney entregado al tamborileo de la celebre música de Maurice Ravel.
Así concluyó el 15 Festival del Centro Histórico, en la Plaza de la Constitución colmada por niños, jóvenes y adultos que vitorearon al Béjart Ballet Lausanne porque consiguió, a pesar de la dificultad de visibilidad, hechizar con esa manera suya de abrirse las entrañas para danzar.
Entre el olor de elotes con mayonesa, camotes asados y hot cakes con miel, los bailarines Juchi Kobayashi, Domenico Levre, Joëlle Roustan y Roger Bernard iniciaron la verbena con su coreografía El pájaro de fuego.
Cobijado con la música de Igor Stravinsky, el Fénix renació de entre sus cenizas. Pequeñito primero en comparación con la Catedral Metropolitana que sirvió como escenografía, grande después gracias a las dos pantallas que se colocaron a los costados del escenario.
Los gritos de los vendedores de merengues y gaznates se combinaron luego con los primeros acordes de la quinta sinfonía de Gustav Mahler que acompaña la obra Adagietto, interpretada por un Gil Román, quien también fue un puntito danzarín, pero fulgurante, en la inmensidad del Zócalo.
Subidos en los techos de los bicitaxis, muchos jóvenes recibieron con entusiasmo el inicio del Bolero de Ravel, "música demasiado conocida y por tanto siempre nueva gracias a su simplicidad. Una melodía (de origen oriental y no español) que, incansable, se envuelve sobre sí misma, va aumentando de volumen y de intensidad, devorando el espacio sonoro y engulléndose al final de la melodía", explica el propio Béjart.
El vientre de la bailarina Kathyn Bradney fue un surtidor de misterios. Consiguió que el pulso de los espectadores marchara al compás del tambor, pues sus músculos marcaron el ritmo. Luego la respiración se unió a ese ritual que fue compartido por 18 hombres convertidos en la melodía.
Béjart, encarnado en su ballet, fue el primer fuego regio que estalló ante los ojos satisfechos de un público que despidió un festival que este año ofreció nueve espectáculos de danza, siete puestas en escena, 26 conciertos musicales, conferencias con destacados literatos, visitas guiadas por sus apreciados, pero sucios rincones, tertulias gastronómicas, exposiciones y una breve noche de luminarias.
Un ángel color de rosa se incendió frente a la Catedral, sobre el letrero que anunció "hasta el año 2000" y bajo el cielo en el que, a las 21 horas del pasado sábado, retoñaron las siempre espléndidas flores de fuego.