n Once películas fueron exhibidas en Guadalajara


Positivo, el balance de la 14 Muestra de Cine Mexicano

Arturo García Hernández n Una muestra no hace verano, pero puede anticiparlo.

Si partimos de las opiniones expresadas en general, tanto por el público como por periodistas y críticos (que ųdebe decirseų no estuvieron todos los que son), la 14 Muestra de Cine Mexicano en Guadalajara, realizada del 11 al 18 de marzo, refrendó su inicio prometedor y terminó con un "balance positivo". No son campanas al vuelo ni buenos deseos. Dijo alguien: es la "esperanza objetiva" de que el tan llevado y traído cine nacional recupere, con calidad, su lugar entre el público.

Por supuesto, son imposibles los juicios unánimes y definitivos. Aunque ųlo señaló el cineasta Arturo Ripstein en un encuentro con la prensaų es como si en las Olimpiadas se pusiera en la misma competencia el salto de longitud, la natación, el lanzamiento de jabalina y el box: "Es una disyuntiva atroz (...) donde mi película tiene que ser mejor que la de fulano, o la de fulano mejor que la mía, cuando son cosas completamente distintas". Como distintas son las cintas que se repartieron los premios y las menciones de la muestra.

Este año once películas se inscribieron en la muestra. Y para todos hubo. En la variedad está el gusto. Quienes prefieren el llamado cine de arte, que hace énfasis en la belleza plástica y en la búsqueda formal, que arriesga sin olvidar al público y sin caer en la obra de autoconsumo, lo encontraron en Bajo California: el límite del tiempo, de Carlos Bolado (1964), y en Del olvido al no me acuerdo, de Juan Carlos Rulfo (1964). Temáticamente se trata de dos propuestas distintas de reflexión ųno demagógica ni folcloristaų sobre el tiempo, la memoria, los orígenes y la identidad (esa obsesión nacional).

Los que gustan del cine de autor, aquel cuyas constantes al paso de los años definen e identifican a un cineasta y resaltan su dominio del oficio, lo encontraron en El evangelio de las maravillas, de Arturo Ripstein (1943), que este año se llevó el premio del Jurado Internacional en la muestra.

Aunque distintas por completo, Un embrujo, de Carlos Carrera (1962), y Santitos, de Alejandro Springall (1966), comparten con El evangelio... el acercamiento a la fe religiosa, al fanatismo y la superstición. A Carlos Carrera esos elementos le sirven para elaborar una metáfora trágica sobre las condiciones políticas y sociales que determinan el destino tanto de un individuo como de una nación.

Springall, que obtuvo en Guadalajara el premio de la Organización Católica Internacional de Cine, ofrece en Santitos una comedia en el sentido ųdijo el directorų más aristotélico del término. Entre las características que se aplaudieron al filme, destaca el que sea una mujer la protagonista, personificada por Dolores Heredia en una de sus mejores actuaciones. Pero no es sólo ese detalle lo que hace disfrutable y conmovedora a Santito. Es la historia delirante de una mujer que pierde a su hija e inicia una búsqueda frenética que la pone en contacto con ese mosaico barroco de símbolos, iconos y mitos que conforman el imaginario colectivo mexicano. Con un guión de María Amparo Escandón, Springall alude y homenajea con humor desbordado aspectos diversos de la cultura popular urbana y rural. Esta película disputó con Sexo, pudor y lágrimas, de Antonio Serrano (1948), el Premio del Público a la mejor película en la muestra. Por poco no ganó, pero dio la pelea.

Tal como se auguraba desde el comienzo de la muestra, Sexo... se echó a la bolsa al público y pinta para ser uno de los filmes mexicanos más taquilleros de la temporada. Y eso no va en desdoro de sus cualidades cinematográficas, con las que Serrano cumple sus objetivos primordiales: contar una historia, y contarla bien; sacudir y proponer una reflexión, y no perder la atención del público. Basada en la obra teatral homónima que Serrano montó en 1992 y enriquecida con nuevos personajes y escenas, Sexo... es una tragicomedia que aborda el tema de la crisis de pareja, tomando como modelos tres matrimonios treintañeros de clase media alta urbana. Por medio de una especie de "guerra de los sexos", el director y guionista ofrece al espectador una serie de espejos en los que cada uno podrá ver reflejado lo mejor y lo peor de sí en esto de las lides amorosas.

No podía haber premios para todas las películas exhibidas en la muestra, pero una de las que sin duda merecían uno fue Un dulce olor a muerte, de Gabriel Retes (1947), que al final obtuvo una mención especial del Jurado Nacional. En esta cinta Retes hace alarde de oficio cinematográfico. Con un guión de Edna Necoechea basado en la novela homónima de Guillermo Arriaga, Retes elabora en su primera producción por encargo una suerte de thriller trasladado con verosimilitud a un ámbito rural y con un suspenso impecablemente sostenido. Ahí el espectador verá todos los elementos del género debidamente adaptados para, intrinsecamente, hacer una crítica de la corrupción en la autoridad, de los cacicazgos, y exhibir las profundas contradicciones del héroe, los verdugos y las víctimas, de tal modo que todo maniqueísmo es dinamitado. Cineasta de múltiples y reconocidos recursos, para contar su historia se vale de lo que formalmente sería un coro griego que de pronto encarna la culpabilidad cómplice y colectiva de Fuenteovejuna. Y lo mejor de todo es que Retes logra ųpor lo menos así ocurrió en Guadalajaraų tocar con su propuesta el interés y el gusto del público.

El resto de las cintas pasaron por la 14 Muestra sin pena ni gloria. De cualquier modo el balance es positivo: una muestra no hace verano, pero puede anticiparlo.

Arturo García Hernández n La otra conquista, opera prima de Salvador Carrasco (1967), es la película mexicana más cara que se ha filmado en mucho tiempo. Tuvo un costo aproximado de cuatro millones de dólares. Exhibida en la Muestra de Guadalajara, no obtuvo ninguno de los premios, aunque su protagonista, el actor Damián Delgado, se granjeó la simpatía del público. Tiene como productor a Alvaro Domingo, y como productores asociados al padre de éste, el tenor Plácido Domingo y a Enrique González Torres.

La noche del sábado fue realizada la premier en la ciudad de México, en Cinemark Polanco, con la presencia de Ernesto Zedillo y algunos miembros de su gabinete.

El filme de Carrasco, realizado en siete años, es otra aproximación, una de las muchas posibles, dice él, a un tema que sigue produciendo agudas controversias: la conquista por Hernán Cortés de los pueblos indígenas asentados en lo que hoy es México. El propósito manifiesto de Carrasco fue explorar, de una forma no maniquea, las consecuencias de ese choque en ambas partes del conflicto y hacer reflexionar sobre "la dualidad que hoy, españoles y mexicanos llevamos dentro". Se trata ųexplica el directorų de que nos veamos a la cara, más allá de los juicios de valor fáciles y simplistas "que no conducen a nada". En ese sentido, La otra conquista no es una respuesta, sino ųinsistióų otro elemento e reflexión.

La misma nacionalidad de director y productores ųmexicano y español, respectivamenteų impuso la búsqueda de un equilibrio que no omita la crueldad, por un lado, la crueldad de los conquistadores, pero por otro que vaya más allá de la idea de víctimas y victimarios. Carrasco recuerda, por ejemplo, que varios pueblos indígenas colaboraron con los españoles en el sometimiento de los aztecas.

Distribuida por la 20th Century Fox, la cinta se estrenará en México en abril próximo y, seguro, dará mucho de qué hablar.