En aquel año de 1936, el anarcosindicalismo se había extendido por toda España, y su CNT competía con la UGT mayoritaria, de tendencia socialista. Es curioso, pero los líderes que alentaron ambas organizaciones, Anselmo Lorenzo y Pablo Iglesias, respectivamente, eran tipógrafos, dato revelador, con otras coincidencias, del papel de vanguardia emancipadora y cultural que desempeñaron los militantes de este oficio.
Cataluña, Aragón y Andalucía constituían los núcleos más fuertes del anarcosindicalismo. En las dos regiones últimas triunfó la insurrección franquista. En la primera, la más poderosa, la sublevación militar fue derrotada, con la clase obrera en la calle, como uno de los factores decisivos. Al frente de ella, capitaneando su heroísmo, estuvo el trío de Los Solidarios: Durruti, Ascaso y García Oliver. Ascaso moriría en Las Ramblas de Barcelona, durante el asalto al cuartel militar de Atarazanas. García Oliver, enterrado en suelo mexicano, fue uno de los ministros que paradójicamente formaron parte del gobierno republicano, ante la disyuntiva de que la meta principal era ganar la guerra, lo que permitió en el tiempo, y no sin violentos choques, disciplinar y subordinar a las milicias anarcosindicalistas, que así aportaron jefes militares, como Cipriano Mera, quien dirigió un cuerpo de ejército. Durruti creó su famosa columna, instalándose en el llamado frente de Aragón, con el objetivo de liberar a Zaragoza, de lo cual no estuvo lejos. El comunismo libertario se declararía en muchos de los pueblos de la provincia de Aragón. Nadie cuestionó la jefatura de Durruti: su palabra era ley y sus órdenes se acataban, a veces con severos castigos a los que las ignoraban. La pureza ácrata de Durruti, tras de su conflictivo pasado, aflora ejemplarmente en el frente de Aragón. Obliga a regresar a Barcelona a las mujeres incorporadas a su columna, algunas de ellas procedentes del barrio chino; manda encarcelar al jefe de un batallón por robo de joyas; prohíbe el uso del vino; castiga a los indisciplinados; expone su vida en las líneas de fuego... Se comporta como un caudillo indiscutible y muere en la defensa de Madrid, en noviembre de 1936, a donde se ha desplazado al frente de una columna de voluntarios de sus más fieles seguidores.
Deslindados los campos de la violencia y de los infringimientos de la ley, en nombre de una ideología de acción que aspiraba a justificarlos, no puede olvidarse lo que había de romanticismo y de fervor idealista, de generosidad y aliento humano, en los militantes del anarquismo y los que con él simpatizaban, que eran muchos, en el ancho territorio de los librepensadores. No fue ajeno a éstos, en una página oculta de su vida, el propio Federico García Lorca. El 6 de octubre de 1935, invitado por el Ateneo Enciclopédico Popular de Barcelona, de marcado acento ácrata, y del que sería nombrado socio de honor, con motivo del primer aniversario de la revolución asturiana de 1934, Federico ofrecería un recital de su obra poética. En las palabras que le precedieron, el inmortal granadino recuerda con ternura a aquel hombre maravilloso, a aquel gran maestro del pueblo, don Benito Pérez Galdós, a quien yo vi de niño en los mítines... Habla a los socios del Ateneo, ante un público distinto y expectante, para que se establezca la comunicación de amor con otros en una maravillosa cadena de solidaridad espiritual. Escuchando a Federico en primera fila, se encontraba su querida amiga, la actriz Margarita Xirgu, tan admirada por los anarquistas catalanes.
Pienso que a quienes se nos educó en el amor a la libertad, no nos ha fallado, en algún momento de nuestra vida, cierta simpatía o proximidad con la aureola romántica y rebelde del anarquismo. Recuerdo en mi adolescencia santanderina al maestro laico, seguidor de la escuela moderna de Francisco Ferrer Guardia, fusilado éste por anarquista, en la Barcelona de 1909: nos enseñaba la vida sana de la naturaleza, nos inducía a cantarla en excursiones por verdes montañas y valles... Tanto sería mi amor a la naturaleza que, en algunos de los días frecuentes de lluvia en mi tierra natal, salía a pasear al borde de la bahía, hasta quedar empapado por el agua, convencido de que ello era una muestra inexcusable de salud, ante las protestas de mi madre, en un hogar humilde, en el que la ropa y el calzado no abundaban. Después, en los campos de concentración de Francia, en 1939, en una de las pruebas más difíciles de la convivencia humana, aprendería mucho de la generosidad y espíritu solidario de algunos veteranos anarquistas. Más tarde, en la expedición del Cuba, que nos permitió desembarcar en México, a mediados de 1940, me llamó la atención el nombre de una joven anarquista: Armonía del Vivir Pensando.
ƑHa desaparecido el anarquismo? Como militancia orgánica no existe, ciertamente. Como herencia individual y colectiva, el anarquismo no ha dejado de gravitar en nuestro tiempo. ƑAcaso no es análogo a sus predicados el imperio del amor libre y la libre elección de parejas? Si reparamos en el movimiento verde del ecologismo, advertiremos que en él ha encontrado un nicho selectivo el espíritu ácrata en su celo por defender la preservación de los valores más puros de la naturaleza. Si recordamos el movimiento estudiantil en la Francia de 1968, encontraremos en sus consignas y actitudes una explosión de rebeldía contra el Estado, al estilo anarquista. Por lo demás, vivimos una época de antiautoritarismo, de antidogmatismo; la época del consenso dialogante, de la sociedad civil. No nos libera del consumismo como exceso y de las drogas como vicio, pero alienta un mundo más fraterno y abierto. El anarquismo ya no existe formalmente, salvo en sus connotaciones peyorativas. Existen anarquistas de variada identificación y origen, enemigos de la corrupción burguesa y política, amantes inclaudicables de la libertad.