El PRI es más que nunca un instrumento del grupo tecnocrático para imponer las políticas monetaristas en México, y el fracasado intento de un bloque de militantes por postular a Rodolfo Echeverría Ruiz para presidente priísta, no hace más que corroborarlo. Este episodio significativo también confirma, sin embargo, algo que todo mundo sabe, y es el hecho de que el PRI no tiene una democracia interna, por lo que Ernesto Zedillo podrá imponerle un candidato presidencial, al que buscará hacer triunfar en las elecciones por la vía de un fraude, ahora encubierto por las nuevas instituciones electorales.
1. Ernesto Zedillo removió a Mariano Palacios Alcocer y a Carlos Rojas de la dirigencia del PRI (17 de marzo) buscando controlar de manera más directa el aparato priísta a fin de poder imponerle su candidato para el 2000, pero también con otro propósito. La forma tan obvia en que operó el cese evidenció que pretendía poner de relieve ante los priístas que las reglas "no escritas" siguen vigentes y que él es el jefe real del partido, lo que corroboró al anunciarse ese mismo día que José Antonio González Fernández, un oscuro burócrata sin méritos partidistas, sería el sucesor de Palacios.
2. El registro de Rodolfo Echeverría Ruiz como candidato a la presidencia del CEN del PRI (22 de marzo) iba en ese contexto a constituir un hecho inédito en la vida del partido de Estado, ya que nunca antes se había desafiado en los hechos la "regla no escrita" de que el Presidente de la República puede designar y remover de manera discrecional al líder formal del PRI, que en la práctica no ha sido más que su empleado. La renuncia de Echeverría a su pretensión tres días después (25 de marzo), confirmó de tal suerte que el predominio presidencialista sobre el partido no ha cambiado.
3. La frustrada tentativa constituye una derrota para aquellos priístas que pensaban haber superado el "síndrome de la Corriente Democrática de 1996-1997" y que creían poder desafiar a Los Pinos e impulsar sin consecuencias una contienda interna más o menos democrática. La decisión de registrar a un candidato opuesto al de Zedillo, puso en evidencia el descontento existente en el país, que permea tanto al Ejército federal como a las organizaciones sociales, y que es cada vez mayor en el propio PRI, pero enseñó también que no puede enfrentarse al autoritarismo desde el interior del "sistema" si no hay una propuesta nacionalista clara y democrática y una actitud consecuente a ultranza.
4. La renovación de la dirigencia formal del PRI, de 1999, corroboró que este partido es irreformable. Una organización política creada y desarrollada para conservar el poder para un grupo, y sustentar sin principios y con base en prácticas mafiosas el poder presidencialista, no es susceptible de ser reformada.
5. La selección de la dirigencia priísta pone, por otra parte, de manifiesto que uno de los principales obstáculos para la democratización del país lo constituyen los priístas que, carentes en su mayor parte de principios, están dispuestos a aceptar cualquier orden del Ejecutivo, aun cuando vaya en contra de las tesis de su partido. La llamada "cultura de la línea" se impuso una vez más en 1999, como lo mostró la profesora Elba Esther Gordillo , quien al presentar a González Fernández en la CNOP lo llamó el "licenciado Martínez" y con otros tres apellidos incorrectos (23 de marzo), sin conocer cómo se llamaba pero sabiendo, servil, que es la designación de Zedillo para el PRI.
6. El proceso de selección interna de la dirigencia priísta terminó por mostrar todo el autoritarismo de la tecnocracia neoliberal, pues no sólo no hubo condiciones de equidad, como lo señalaron Rodolfo Echeverría y el colosista José Luis Soberanes, sino que "el sistema" enseñó de manera bastante inecesaria algunas de sus prácticas más deleznables: desde las presiones de Gobernación a los 345 miembros del Consejo Político Nacional con derecho a voto, a fin de someter a los susceptibles de indisciplinarse, hasta una campaña de desinformación para descalificar a los disidentes.
7. El intento de Echeverría y Soberanes, que termina con una aparente victoria de Zedillo y del grupo salinista sobre el amplio frente de fuerzas partidistas que ellos encabezaban (y que iba desde elementos de la vieja clase política hasta renovadores colosistas), concluye sin embargo, a pesar de las apariencias, con un descalabro para Zedillo, que le traerá consecuencias negativas a su candidato presidencial. La retórica sobre la supuesta democratización del PRI se le vino abajo, y si las elecciones de candidatos a gobernador se saldaron todas por fraudes como en el estado de México, ésta de dirigentes partidistas, se termina con una imposición y ya sólo hay una certeza para el 2000: que la postulación del candidato presidencial, que será un tecnócrata, se hará mediante otra simulación, y que en consecuencia el proceso de desagregación va a continuar en el PRI.
8. Ernesto Zedillo va a imponer a José Antonio González en el partido de Estado, para que él lo vuelva más funcional a los intereses neoliberales, haga prevalecer sus intereses de facción a los del país, le permita imponer a su candidato en el 2000 y le ayude, en fin, a seguir encubriendo los crímenes de Estado y en especial el asesinato de Colosio.
9. El grupo que gobierna a México, no hay que olvidarlo, es el mismo que se apoderó del aparato de Estado desde 1982, y si ha recurrido a los asesinatos políticos y a los fraudes electorales para mantenerse en el poder hará hasta lo indecible para conservarlo en el 2000.
10. El fin de un sistema de dominación política como el mexicano no puede venir sólo de una elección presidencial o legislativa sino de un proceso de cambio cuyo actor principal sea la sociedad civil que lo ha permitido y sustentado.