Cada vez aparece con más claridad el escenario político que se montará en julio del 2000. En el fondo podrán verse los bellísimos valles que van de la frontera norteamericana a los límites del Suchiate, y a los lados, enmarcando la hermosura de nuestra geografía, asomarán los verdes colores de nuestras seculares esperanzas, cuadro imaginario de una coreografía movediza, ágil y prefiguradora de las fuerzas que desde hoy luchan por asumir el mando de la República. Estarán por un lado las masas que enarbolan las banderas del mandar obedeciendo, izadas por Morelos en 1813, por Juárez en 1867, por Zapata en 1911, por Cárdenas en 1934 y por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, hace apenas un lustro, desde el 1o. de enero de 1994. No es necesaria ninguna dedicación especial para entender que estas fuerzas son las partidarias de la democracia verdadera, o sea, de la democracia donde la decisión política connota los sentimientos de la nación. El otro bando es el de la añosa historia de las dictaduras, la opresión y la contrarrevolución, iniciada por Santa Anna entre 1834 y 1835, y puntualmente reproducida en los siglos XIX y XX, entre otros, por Miramón, los afrancesados traidores, el treintañero Porfirio Díaz, y luego de 1917 por el presidencialismo autoritario de Obregón-Calles, y el que ha administrado al país en el último medio siglo. Estas son las fuerzas que podrían triunfar en el 2000 si la democracia de principios del nuevo milenio fuera débil e ignorante.
Obvio es que la palestra del 2000 no es fácil para el pueblo. El enemigo dispondrá de armas complejas y temibles, desde el inseguro apoyo de Washington hasta la movilización de masas corrompidas con los recursos federales y locales, incluida por supuesto la violencia en sus distintas modalidades y las sofisticaciones del discurso legitimador de la opresión y el abuso, discurso por cierto invariable entre las diversas tiranías. En su Ricardo Reis, José Saramago recuerda la propaganda justificativa del autoritarismo que Oliveira Salazar implantó en Portugal hacia 1933. Transcribimos algunas de las frases que por hoy suenan también en voz del presidencialismo mexicano: "La situación del país merece referencias entusiastas en la prensa extranjera; se cita nuestra política financiera como modelo; en las obras públicas se da empleo a miles de obreros; día a día se publican comunicados con providencias para superar la crisis que, por fenómenos mundiales, nos alcanzó también; el nivel económico de la nación, comparado con el de otros países, es más alentador; el nombre de los estadistas que gobiernan al país es citado constantemente en el mundo; la política establecida entre nosotros es motivo de estudio en otras naciones...". šNi hablar!
Si la democracia quiere asestar un golpe definitivo al presidencialismo autoritario en julio del 2000, necesita de una amplia y profunda conciencia política ciudadana, pues hasta ahora el presidencialismo medra apoyándose en la incultura y la pobreza. Precisamente en este renglón surgen las señales alentadoras. La asistencia ciudadana del domingo pasado al llamado del EZLN es un hecho entusiasmante, porque muestra un imponente crecimiento de la dicha conciencia política. El otro acontecimiento esperanzador se relaciona con la elección de directivos del PRD, dispuesto a anularla en caso de que su órgano competente advierta ilegitimidades en más de 20 por ciento de las casillas instaladas. Esta exhibición de honestidad no tiene ningún precedente en nuestro tiempo, acostumbrado a aceptar u ocultar sin más la corrupción política. Cuando millones de mexicanos escuchan y defienden los derechos de los más pobres, y cuando un partido político asume plenamente ante el pueblo los deberes de la honradez pública, cuando esto ocurre podemos hablar sin temor del nacimiento de una democracia verdadera en México.