Carlos Bonfil
La delgada línea roja

La delgada línea roja (The thin red line), de Terrence Malick, fue la gran perdedora en la entrega del Oscar. Para muchos comentaristas esa noche, ''el amor triunfó sobre la guerra" con la multipremiación de Shakespeare apasionado sobre las cintas de Spielberg (Rescatando al soldado Ryan) y la de Malick. Sin embargo su suerte fue muy distinta en el Festival de Berlín, donde el director de Badlands (1973) obtuvo el galardón principal y un enorme reconocimiento crítico luego de haberse mantenido alejado de las cámaras por 20 años, al término de su segunda realización, Days of Heaven (1978).

Lo sorprendente fue el tema de su nueva cinta explorado varias veces por el cine hollywoodense, el episodio de la batalla de Guadacanal, en 1942, entre el ejército de EU y las fuerzas japonesas. Ya en 1943 se había filmado en Camp Pendleton, California, una crónica celebratoria de la victoria reciente, Guadacanal (Guadacanal Diary), de Lewis Seiler y, en 1964, Andrew Marton realizó la primera The thin red line, titulada en México Rugen los cañones, en la que también se describe la acción de los marines en la isla del Pacífico. Con estos antecedentes, Malick no se aventuró a realizar una película más de guerra, sino algo más difícil de sostener en tres horas: una reflexión sobre la irracionalidad de la guerra. Lo que se captura aquí es el desencanto de los soldados en una empresa que no logran comprender del todo (''La guerra es sólo por propiedades"), de soldados muy jóvenes que bruscamente descubren en sus enemigos a seres humanos igual que ellos lacerados, mientras unos en otros reconocen la rabia y el estupor compartidos.

ƑCómo convertir una superproducción hollywoodense de reparto multiestelar en un teatro de ideas que sea a la vez exploración fina de las sensaciones y crisis existenciales de unos soldados? Primero, la idea fue adaptar la novela autobiográfica de James Jones, pero el guión de Malick le impuso cambios sustanciales, confiriéndole al teniente coronel Tall (Nick Nolte) una dimensión extraordinaria, como si en su locura de patriarca sediento de hazañas (''En West Point leíamos a Homero, en griego") se concentrara la desmesura y el anacronismo del impulso bélico, y oponiendo este personaje a capitanes jóvenes que se niegan enviar a sus hombres a morir, que advierten lo absurdo de un suicidio colectivo visto como heroísmo, y se rebelan contra él. Las actuaciones son notables, Sean Penn, Adrien Brody, John Cusack y Elias Koteas en papeles sólidos; John Travolta y Gorge Clooney en apariciones breves.

El director expresa ese absurdo bélico en tono de elegía, como evocación poética de la pérdida, del daño irreparable. Una imagen recurrente es la metáfora del desastre ecológico. En imágenes soberbias un soldado toca en plena batalla una planta que de inmediato se marchita, una ráfaga de metralla cercena el ala de un pájaro y la cámara lo muestra ensangrentado, arrastrándose penosamente. La narración en off, recurso muy utilizado en este género, se vuelve relato coral, con voces distintas que describen un mismo desasosiego espiritual. Y esa melancolía tiene su expresión idónea en la manera en que Malick y su fotógrafo, el estupendo John Troll, capturan la naturaleza, deteniéndose inopinadamente en el racimo de murciélagos que parecen interesados en los juegos de masacre, o registrando súbitos cambios de luz sobre la hierba ondulante. Son interesantes las oposiciones que muestra el director. Los contrastes culturales entre aborígenes de la isla y los marines, o entre éstos y los soldados japoneses, y más interesante aún la revelación tardía del rostro japonés, luego de que por mucho tiempo en la cinta sólo fue fantasma, pesadilla, enemigo ubicuo pero invisible.

Una de las mejores secuencias es la confrontación de los enemigos después de la batalla, cuando el ser abominado es ya sólo un budista en plena plegaria o un joven enloquecido que desespera a quienes lo han hecho prisionero. Un contraste más, aunque de menor elaboración, más obvio, opone las imágenes domésticas que atesoran algunos soldados (recuerdos de la novia en casa, del otro lado del infierno), a la violencia del combate o al espectáculo de perros devorando restos humanos.

La delgada... no es una narración típica de guerra, aun cuando recurre a varios clichés. Su originalidad reside en su evocación poética, en cómo trasciende emocionalmente la anécdota mínima y harto conocida, para dar una visión personal del horror bélico. Malick señala cómo se envejece a los 20 años en una guerra y cómo se fabrican allí familias virtuales como refugio contra la desesperación. Y concluye: ''La guerra no ennoblece a los hombres. Los vuelve perros y envenena sus almas".