Masiosare, domingo 28 de marzo de 1999
1La universidad, la invisible, la permanente, la implícita, la que es universal, porque se encuentra libre de toda intención institucional, gremial o doctrinaria, la universidad profunda, se encuentra de nuevo amenazada. Hoy son el neoliberalismo, el cientificismo, el ilustrismo, la tecnocracia, el populismo, el consumismo, la burocracia, los agentes deletéreos que desde la sociedad nacional e internacional se proyectan amenazadoras sobre la existencia de la universidad profunda. Y no se trata de un asedio que sólo viene de fuera; sobretodo son tendencias que existen al interior de la universidad en tanto son adoptadas conciente y explícitamente o internalizadas de manera inconsciente (como un tropismo) por los propios universitarios (profesores, investigadores, estudiantes, empleados, autoridades). Y sin embargo, el sentido profundo de la universidad siempre ha resistido y persistido. Tal parece que, paradójicamente, los peligros y las amenazas son los elementos que la mantienen viva, en cohesión permanente.
2Ya se han realizado varias dignas defensas de esta esencia, en contra de los deseos e intereses que intentan convertir a la universidad en un vehículo o instrumento de intereses parciales, doctrinas, procesos económicos o corrientes ideológicas. Esta es quizás la más obvia de las amenazas. Otras menos visibles, penetran a través de mecanismos financieros, de visiones que acaban por mercantilizar las actividades universitarias ligadas con el saber, la enseñanza o la divulgación de la cultura. También los pesados aparatos burocráticos constituyen obstáculos que afectan su fisiología y terminan muchas veces por detener sus funciones vitales. La concentración del poder, sea por individuos o por grupos, en la administración, la investigación o la cátedra, es también un mecanismo quebrantador. El sentido profundo o esencial de la universidad ha logrado sacudir estos embates.
3Hoy, la más sofisticada de las amenazas que afectan a la universidad profunda, es la que nace desde la cientificidad, es decir desde la ciencia convertida en ideología, en la única forma válida de conocer la realidad. La cientifización de la universidad es un proceso que corre paralelo a su deshumanización. Ello es reflejo local de un proceso que afecta a buena parte de la sociedad contemporánea: la ciencia convertida al cierre del siglo en el pináculo técnico e ideológico de la sociedad capitalista industrial, en el instrumento para la dominación de las conciencias ciudadanas y de la naturaleza. La transnacionalización (en el sentido corporativo) o la globalización perversa del conocimiento científico y técnico del mundo actual, es un fenómeno que también ha tocado las puertas de las universidades mexicanas. Hoy, existen síntomas que dan fe de un proceso incipiente por el cual los investigadores universitarios se vuelven lentamente piezas que contribuyen ciegamente a una ``ciencia universal'' que en el fondo obedece más a los intereses de las gigantescas corporaciones (farmacéuticas, biotecnológicas, alimentarias, automovilísticas, informáticas), que a las necesidades sociales de los mexicanos.
4 Si tuviéramos que definir este tendríamos que elaborarlo alrededor de tres ideas fundamentales: el equilibrio, la diversidad y la tolerancia. Ni especialista ni generalista, ni nacional ni universal, ni naturalista, ni humanista, ni abstracta ni concreta, ni académica ni social, la esencia de la universidad profunda se ubica en un casi imposible punto de equilibrio dinámico, de recorrido eterno y dialéctico entre uno y otro polo. Más allá de nombramientos y de credenciales, se es verdadero universitario cuando se alcanzan las proximidades de este múltiple equilibrio. No puede el investigador científico negar, en aras de una supuesta eficiencia académica, su compromiso social ni enterrar su pasión humanista. De igual forma que no pueden el sociólogo o el politólogo ignorar la acción eterna de la naturaleza sobre las sociedades humanas, ni el artista las intrépidas dimensiones de la política. No es posible construir una universidad al servicio ejemplar de la patria sin que campeen por sus entrañas todos los vientos del planeta, ni ser universal mas que a través de la resolución de los grandes problemas sociales y naturales de la nación. No puede tampoco alcanzarse el mérito académico de espaldas a las necesidad de los mexicanos, ni resolverse estas en la impericia y la inexperiencia de los profesionales. Los grandes actos de creación siempre han sido notables actos de compromiso y de entrega con todo aquello que queda ``más allá de la piel'' de los creadores.
5 La verdadera esencia de la universidad se nutre, asimismo, de la diversidad. Heterogeneidad de opiniones, creencias, actitudes, aptitudes, gestos, reacciones, talentos, clases sociales. Por ello, todo intento de homogeneización ideológica, social y aun cultural de la universidad, venga de donde venga, refleja una ignorancia de su esencia profunda y termina convirtiéndose en un acto que atenta contra su existencia. La diversidad es el rasgo que mantiene su metabolismo, el alimento de su propia estructura. De la diversidad, surge como último rasgo fundamental la tolerancia, pues no es posible ser diverso en un régimen donde los individuos se comportan sin condescendencia. El universitario verdadero es crítico pero también benévolo. Y de esta benevolencia, que es respeto por el otro, surgen las bases para edificar su existencia.
6 Y al practicar la tolerancia, la universidad y los universitarios ofrecen el mejor de los ejemplos a un país que aún vive sufriendo por alcanzar la democracia y por aceptar sin titubeos su propio rostro diverso (natural, social y cultural), que es la forma como se manifiesta un casi eterno conflicto de civilizaciones (``mesoamericanos'' contra ``modernos''). La universidad profunda es, en fin, no solamente la institución que provee a la sociedad, de cuadros científicos, técnicos, humanísticos y artísticos, también es, y conviene recordarlo cuando se crispan los ánimos o se tensan las contradicciones, la casa donde se construyen sueños proyectos y utopías. Esta visión, que queda fuera de los estrechos criterios de la mercadotecnia y del eficientismo tecno-industrial que hoy intentan dominar al mundo contemporáneo, no debe jamás soslayarse. Defendamos por lo tanto, y una vez más, esta idea profunda de universidad que por ser histórica neutraliza las visiones inmediatas e instantáneas. Defendamos la universidad profunda.
(*) Instituto de Ecología, UNAM.