José Agustín Ortiz Pinchetti
Aliarse con el PRI

México no vive un proceso de transición, está inmerso en la decadencia política, que se va acelerando en su etapa tardía. La reyerta continua de los dirigentes y líderes de la oposición y del gobierno se extiende ahora con furia al interior de los partidos. Hay cada vez más síntomas de que la lucha por el poder no se resolverá a través de elecciones libres y justas en el año 2000. El PRI a la cabeza, pero también los otros partidos, podrían acudir a prácticas que distorsionen los comicios y finalmente apelar a la fuerza para decidir quién se queda con la Presidencia y con el poder en México al iniciar el siglo XXI... Ante este panorama ominoso han surgido dos iniciativas distintas, pero coincidentes, de un importante grupo de empresarios y de otro de intelectuales que buscan promover un acuerdo para la transición. Una de las notas más importantes y realistas del proyecto es que no se intenta excluir sino se invita al PRI y al gobierno a realizar una alianza con todos los actores políticos y también con otros muy importantes, como son las agrupaciones obreras y empresariales, las elites universitarias y otros segmentos productivos. No puede uno dejar de aplaudir estas iniciativas, pero es necesario examinar con cuidado su viabilidad.

El acuerdo de gobernabilidad que incluyera un compromiso de reformas pendientes, en el que coinciden, al menos en su declaración de principios todos los partidos, tiene varios puntos a su favor: 1) No parece haber diferencias ideológicas insalvables, ni entre los partidos, ni en las elites ni en la población. Somos un pueblo tolerante y no estamos divididos por credos políticos o religiosos irreconciliables. 2) No ha habido en México una guerra sucia, por lo tanto no hay un intento de justicia vindicativa (aunque no es fácil olvidar los agravios que ha sufrido el pueblo de México en las últimas dos décadas). 3) Hay oportunidad: quedan cinco meses para que detonen las campañas presidenciales. Los partidos mayores van a designar a sus candidatos al principio del próximo otoño. Quedan por lo tanto unos 180 días, que serían suficientes para lograr que se firmara un documento de 10 o 15 puntos que garanticen el respeto a la voluntad electoral y simultáneamente un grupo de reformas pendientes, para darle impulso definitivo a la transición. 4) La reciente renovación de las dirigencias de los partidos, por más contradictoria que hubiera sido, permite la aparición en el escenario político de nuevos protagonistas que no tienen el desgaste y la rijosidad de sus antecesores. Esto podría propiciar un acercamiento. 5) Hay una conciencia creciente del peligro de desbordamiento y aun de colapso que están viviendo las elites mexicanas, y que podría hacerlas reaccionar a tiempo a favor de un entendimiento.

También hay obstáculos: 1) la fantasía de los protagonistas de una victoria completa en el año 2000. A pesar de que es altamente improbable que alguno de los actores emerja de las elecciones del 2000 como protagonista dominante y que no necesite pactar con nadie, todos prefieren esperar a ver qué sucede en julio del 2000 para "reposicionarse". 2) El Presidente Zedillo está adquiriendo una rigidez autoritaria que parecía haber intentado abandonar al principio del sexenio. La jugada ruizcortinista con la que eligió al líder del partido oficial es muestra de un cálculo demasiado alegre de la resistencia de la sociedad y de muchos grupos del PRI a estas maniobras. Si el Presidente mantiene la voluntad de imponerse a como dé lugar, sería inviable un pacto de transición. 3) Tenemos que entenderlo: un acuerdo al estilo de La Moncloa en México es imposible sin el PRI. El PRI tiene que aliarse al esfuerzo de los demás partidos y de la sociedad. No es difícil que el Presidente y el PRI firmen un pacto que venga a ser sólo una declaración retórica. El pliego de los 20 compromisos firmado por Zedillo en 1994 ha quedado incumplido prácticamente en su totalidad. Habría que pensar en el mecanismo que garantice el respeto y el cumplimiento de los acuerdos. 4) La inercia misma de las pugnas: un agravio atrae otro y los ataques se multiplican. Falta un espíritu equilibrado para suspender el proceso de descomposición, y darle camino a una reconciliación no será fácil.

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