La Jornada lunes 29 de marzo de 1999

ASTILLERO Ť Julio Hernández López

A lo largo de los cuatro años recientes, la atención del régimen ha estado puesta en el sureste. Con frecuencia, altos funcionarios, como los secretarios de Gobernación, han parecido, más que políticos de dimensión nacional, meros comisionados para atender en exclusiva los asuntos de aquella región del país.

 

Hoy, sin embargo, los términos se han invertido. Absortos en los temas electorales relacionados con el 2000, los principales personajes del poder priísta han dejado de ver con insistencia hacia el sureste y en ese pecado están generando su propia penitencia: en dos de las entidades donde habrá elección de gobernador en el mismo año que de Presidente de la República (Chiapas y Tabasco) existen ya grandes divisiones internas del priísmo, que devendrán en rupturas y ayudarán bastante a que fuerzas opositoras al tricolor lleguen al poder.

 

Prácticamente expulsado

 

En Chiapas, por ejemplo, el PRI estatal, es decir, el gobernador Roberto Albores Guillén, ha decretado la virtual exclusión del senador Pablo Salazar Mendiguchía, con lo que se abona el camino para que éste se convierta en candidato de un amplio frente opositor para buscar la gubernatura del estado en el 2000.

 

Salazar Mendiguchía enfrenta el acoso abierto de Albores Guillén y el gran desafecto de Los Pinos. Para quienes gobiernan el país y aquella entidad, el senador priísta que renunció a su cargo en la Cocopa para buscar la gubernatura es un adversario embozado tras el emblema tricolor.

 

En esos niveles del poder no se tienen dudas: Pablo tiene acuerdos políticos con el perredismo, y sólo está transitando el tramo final de su militancia en el PRI para crearse la plataforma que mejor le convenga para lanzarse, como candidato opositor, a buscar la silla principal del palacio de Tuxtla Gutiérrez.

 

A partir de tal convicción, la actitud de los mandos priístas respecto a Salazar Mendiguchía ha sido igualmente tajante. Se le ataca en Chiapas como a un verdadero enemigo. Unos días atrás, el delegado del comité nacional priísta, Lino Celaya, aseguró que, para su partido, Salazar Mendiguchía está prácticamente expulsado.

 

Los tiempos

 

La suerte de Pablo sólo podrá ser cambiada si al interior del PRI se diese un brusco cambio que barriera con los duros, los halcones, y abriera el paso a políticos de talante más abierto, más democrático. En caso de que se confirmara la tendencia que ubica a Francisco Labastida Ochoa como candidato presidencial, la suerte de Salazar Mendiguchía estaría definitivamente del lado del PRD.

 

Así, en Chiapas, como en Tabasco, que es otro de los estados del sureste donde se elegirá gobernador en el 2000, los tiempos políticos serán definitorios. Tradicionalmente, los presidentes en funciones logran decidir los casos de estas entidades. Ahora, por el contrario, dado el desapego presidencial por los asuntos de la política electoral en general, y en particular de la de los estados, es previsible que las decisiones habrán de ser tomadas por los candidatos en campaña.

 

Por ello, aunque parezca un asunto secundario, la elección del candidato presidencial priísta deberá tener como telón de fondo también las consecuencias que el perfil del postulado tenga sobre la política de los ardientes estados de Chiapas (el zapatismo) y Tabasco (la narcopolítica).

 

Otro fuerte riesgo de escisión

 

Al igual que en el caso de Salazar Mendiguchía, en Tabasco hay un senador priísta totalmente dispuesto a caminar los últimos metros que le queden de carrera priísta y a colocarse en el bando de los opositores al partido tricolor.

 

Humberto Mayans ha ido siendo empujado hacia afuera del PRI con menor espectacularidad que su colega chiapaneco, pero con la misma efectividad. Siendo su perfil opositor menos explícito que el de Salazar Mendiguchía, lo cierto es que Mayans ha evitado hasta donde ha podido el choque directo con la aplanadora de Roberto Madrazo Pintado, quien no ha permitido disidencias internas en la entidad y que ahora, con la vista puesta en el 2000, empuja a otro protegido del hankismo como es el coordinador de los diputados federales priístas, Arturo Núñez.

 

Sabedor de que al romper abiertamente contra Madrazo se le vendrá encima la maquinaria del gobierno estatal tabasqueño, Mayans ha jugado a la institucionalidad hasta que, como en fechas recientes, le ha sido imposible seguir callado frente a las muestras de inequidad (Ƒdónde habrá dicho antes alguien tal palabra, acaso algún renovador aspirante a dirigir el PRI?) que favorecen a Núñez.

Sin embargo, Humberto no tiene un sendero tan despejado como Pablo. El tabasqueño tendrá que esperar a que se resuelva la situación de Andrés Manuel López Obrador, el líder nacional perredista que jura y perjura que después del 10 de abril retornará a Tabasco para reactivar al partido del sol azteca y fortalecerlo rumbo a las elecciones estatal y nacional.

 

Si Andrés Manuel efectivamente regresa al plano tabasqueño, entonces Mayans tendrá muy pocas posibilidades de ser elegido candidato perredista a la gubernatura.

 

Pero, si López Obrador es retenido en el Distrito Federal por el necesariato que llegase a imponer la crisis de la elección de nuevo líder nacional del sol azteca, entonces Mayans tendría una buena oportunidad de generar una nueva escisión en el priísmo de aquella entidad.

 

Más allá de lo electoral

 

Conviene recordar, por lo demás, que el deterioro del priísmo, y sus posibilidades de rupturas, no afectan solamente los procesos electorales en sí, y que no impactan tan sólo a la conformación de las élites en el poder sino que, sobre todo, pueden convertirse en frenos peligrosos para los procesos de pacificación y normalización que requieren Chiapas y Tabasco.

 

En ambos lugares se viven polarizaciones políticas y perversiones profundas de la vida comunal que requieren medidas sensatas en el plano electoral para sentar las bases de sus posibles correcciones. Postular candidatos impopulares, insensibles, caciquiles, y hacerlos ganar a cualquier costo, construiría obstáculos insalvables para sanar la muy golpeada vida política de aquellos lugares.

 

La historia de siempre

 

Meses atrás, cuando nacía la Corriente Renovadora, Rodolfo Echeverría acariciaba un proyecto de organización de la entonces como ahora imprecisa asamblea nacional priísta en el que el concepto clave, transformador, imparable, era la elección democrática de los delegados, mediante sistemas que diesen secreto a la decisión de los votantes.

 

Si logramos que se deje a los priístas en libertad de elegir en secreto a los delegados a la asamblea nacional que decidirá sobre los candados, y que establecerá los términos de la elección interna de candidato presidencial, entonces podremos avanzar en el cambio del partido, decía Rodolfo con vehemencia, convenciéndose a sí mismo, necesitado de creerse sus propias palabras, fugitivo de la historia y la experiencia que mostraban entonces, como ahora, que el aparato, la aplanadora, la línea, no cederán en sus proyectos, en sus intereses, en sus candidatos, tan sólo porque a alguien se le ocurriese alguna fórmula novedosa o repetitiva.

 

Entonces, en aquellos meses, Echeverría pedía que su as bajo la manga fuese mantenido igualmente en secreto, para sacarlo en el momento preciso y forzar a las cúpulas a aceptar la deslumbrante fórmula.

 

Hoy, Rodolfo ha comprobado lo que por su propia historia debería saber bastante bien: que frente al autoritarismo consustancial al ejercicio político priísta sólo hay dos caminos: o la congruencia que lleva al enfrentamiento y a la separación, o la simulación acomodaticia en la que se critica y rechaza aquello en lo que finalmente se sigue viviendo.

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