Las tres culturas
Luis Benítez Bribiesca
En 1959, sir Charles P. Snow escribió un ensayo agudo y polémico titulado "Las dos culturas", en el cual denuncia que desde principios de siglo, y a pesar de la presencia de grandes figuras de la ciencia, los humanistas y literatos se adscribieron en forma exclusiva el título supremo de intelectuales. Para ellos, la ciencia y sus artífices pertenecían a una cultura inferior, técnica y árida, sin diálogo posible con la cultura superior representada por el arte y las humanidades. Quien no conociera a los grandes de la literatura o la plástica, quien no escribiera poesía o ignorara la música no podría siquiera aspirar al nivel intelectual. Pero Snow invierte la ecuación y les pregunta a los literatos qué tanto entienden ellos de las aportaciones gigantescas de Hubble, Neumann, Wiener, Einstein, Bohr o Heisenberg, que cambiaron nuestra percepción del mundo y empujaron el progreso humano. Los intelectuales clásicos son iletrados científicos, decía, y los científicos menosprecian la filosofía y la literatura; pero en su segundo libro sobre el tema, publicado en 1963, sugiere la emergencia de una tercera cultura en la que, sobre el gran abismo que separa al literato del científico, se tiende un puente de entendimiento mutuo. Su predicción parece cumplirse en este fin de siglo: la tercera cultura ya es una realidad.
En nuestro país, la dicotomía entre científicos e intelectuales señalada por Snow sigue sin resolverse. Por un lado está el SNI, dedicado a certificar a los profesionales de la ciencia con rígidos criterios de supervisión y cuantificación, y por otro existe el Sistema Nacional de Creadores, que premia a los de la otra cultura con criterios eminentemente subjetivos. šComo si el quehacer del verdadero científico no fuese también creativo! Pero donde la separación entre las dos culturas es más evidente es entre las revistas científicas y las literarias. En las primeras, la aceptación de contribuciones es abierta, siendo la única restricción la calidad del artículo juzgada por pares expertos. En cambio, en las segundas se trata de un círculo cerrado y elitista. Para publicar en alguna se requiere pertenecer al círculo editorial o ser amigo de tertulia de alguno de ellos. Los artículos se escogen arbitrariamente ya que carecen de un sistema de arbitraje que sancione su verdadero valor. Mientras el autor pertenezca a la cofradía podrá publicar lo que sea, bueno o mediocre; alguien ajeno, sobre todo si pertenece a la cultura científica, será sistemáticamente rechazado.
En las revistas literarias, en los suplementos culturales y en las secciones editoriales de los periódicos aparecen insistentemente los mismos autores y las mismas columnas. Ya conocemos de sobra su discurso que aburre por iterativo y no pocas veces por intrascendente. Son ellos los que tienen en sus manos los medios para criticar, alabar, ridiculizar o a veces hasta dirigir el pensamiento colectivo de nuestra sociedad. Quizá por ello mantienen su círculo vedado a cualquier otro libre pensador. Es una cultura endogámica que carece de renovación y selección vitalizadoras.
Nuestra intelectualidad parece haber ignorado la presencia, en la cultura mundial, de esa tercera forma que preveía Snow. La literatura culta ya no es sólo la gran novela o el poema moderno, es el ensayo científico-filosófico y la divulgación literaria de los grandes temas científicos que plantean una nueva visión del mundo. Los tópicos con gran cobertura en diarios y revistas extranjeras como la biología molecular, la inteligencia artificial, la hipótesis de Gaia, el caos, los sistemas complejos, la inflación del universo, la nanotecnología y el genoma humano nunca aparecen en nuestras pretenciosas publicaciones cultas, en las que se prefiere incluir un mediocre poema críptico, que sólo interesa a los amigos del poeta, a un ensayo sobre esos temas fundamentales en forma digerible para el público no científico.
En el ámbito internacional hay incontables ejemplos de gran literatura científica que ha obtenido reco- nocimientos incluso literarios de prestigio como los premios Pulitzer. Baste recordar Los jardines del edén, de Sagan; El ascenso del hombre, de Bronowski; Los genes egoístas, de Dawkins; La sociobiología, de Wilson; El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, de Sacks; Gaia, de Lovelock; La historia del tiempo, de Hawking; El azar y la necesidad, de Monod, y tantos otros que infortunadamente no merecen la atención de nuestras publicaciones cultas y son ignorados por estudiosos e intelectuales.
La incorporación del pensamiento científico al pensamiento de la cultura tradicional es una tarea necesaria, y la responsabilidad para lograrla es de ambas partes. El científico maduro será mejor cuanto más se nutra de las humanidades, no porque con ello mejore sus técnicas de laboratorio, sino porque será capaz de insertar sus descubrimientos en el contexto universal, trascendiendo el limitado campo en que trabaja. Por su parte, el humanista podrá incorporar los nuevos aportes de la ciencia y encontrar una nueva visión del mundo que le permitirá crear nuevas obras filosóficas y artísticas.
La cultura nacional no puede seguir escindida en dos ámbitos irreconciliables. Es necesario romper las barreras e ingresar al movimiento universal, donde la cultura y el intelectual se beneficien de los grandes aportes del hombre, los científicos y los humanistas en una interacción mutuamente fertilizadora para generar nuestra tercera cultura.
Comentarios a:
[email protected]