La descalificación injusta, una constante del milenio
Mujer de ciencia, mujer de su tiempo
Esther Orozco
Los límites que la sociedad pone a los diferentes grupos sociales, en especial a la mujer, alcanzan también a las científicas de todas las áreas. A la mujer que busca el conocimiento y la solución de problemas por medio de éste. Mujeres de su tiempo, no escapan a la discriminación de género, que viene de muy lejos.
Por milenios, la misión de la mujer ha sido la de mantener a la especie. La de parir a los hijos y las hijas que reproducen los roles sociales determinados por el sexo, el nivel económico y el lugar donde se nace. En contraste, las casas y los edificios donde vivimos, los caminos y las veredas por los que transitamos, la organización social, la política que padecemos, la academia, la ciencia y la tecnología han sido la obra de los hombres.
Pocas mujeres participan activamente en la construcción de las instituciones sociales; pocas han cosechado los frutos de la creatividad humana y el reconocimiento social.
En los altos niveles de la ciencia las mujeres están casi ausentes. Son apenas 15.20 por ciento del nivel tres del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), en las diferentes áreas. No ha habido una sola mujer Premio Nacional en el área de las ciencias naturales. Los comités del Conacyt y del SNI tienen un menor número de mujeres que de hombres.
La reciente iniciativa de ley de ciencia y tecnología fue hecha por unos cuantos, con la notoria ausencia de la opinión de la mujer y de los jóvenes.
Murallas sociales endurecidas por los siglos
Esa descalificación injusta ha sido la constante del milenio. Han pasado 900 años desde el nacimiento de la científica y escritora alemana Hildegarda de Eibengen (1098-1179) y su obra apenas se está desenterrando, mientras a Kant, Marx, Freud y Goethe los hemos inmortalizado mil veces. Otras veces los hombres cercanos se adjudican el trabajo de la mujer, como se dice que sucedió con las obras de Camille Claudel.
Para destacar se requiere oportunidad y espacio. Para conquistarlos, la mujer debe pasar las murallas sociales endurecidas por los siglos. Difícil para la mujer en la ciencia encontrar el tiempo para la conquista. Hay que tener y cuidar a los hijos en la edad en que se hacen los cimientos de una buena carrera. Las instituciones científicas y los hombres que las dirigen no comprenden ni valoran la tarea de la mujer para preservar la familia y ser, al mismo tiempo, destacada profesionista.
Haciendo magia y malabarismos, con inteligencia y trabajo, a veces la mujer llegar a ser parte de las élites. Paga un alto costo que va desde renunciar a la maternidad y a la familia, defender como los machos el espacio conquistado, olvidar la solidaridad de género y creer que sólo su talento contó, pensándose diferente al resto de las mujeres.
El costo incluye, con frecuencia, cancelar la vida emocional. En los tiempos que vivimos el talento no es suficiente. En este mes de marzo valdría la pena reflexionar hacia dónde vamos las mujeres de la ciencia y cómo alcanzar metas altas sin dejar de lado la inteligencia y la solidaridad. Cómo abrir espacios para que otras mujeres tengan la oportunidad de entrar a las esferas de la ciencia y de sus políticas.
Un paso es reconocer que somos el producto de muchas otras mujeres. Yo he tomado un gran bagaje de conocimiento para vivir de las mujeres de mi familia, de estudiantes y colegas. De las mujeres que he leído y he visto vivir: madame Curié, Premio Nobel, rechazada como miembro de la Academia Francesa por ser mujer. Sor Juana Inés de la Cruz, poeta, vencedora inmortal de la intolerancia, obligada a privar a la humanidad de su ingenio y gracia por ser mujer. De las madres mexicanas y las argentinas de la Plaza de Mayo, aguantando hasta ser abuelas y bisabuelas en busca de sus hijos desaparecidos en una guerra sucia. De la gran mujer mexicana Rosario Ibarra de Piedra, luchadora incansable por la democracia. De las mujeres chiapanecas, defendiendo su pedacito de tierra y su vida con sus brazos y su coraje.
Hay que agrandar la esperanza
La mujer ha reproducido no sólo a la especie, sino a la sociedad y sus valores. Desde tiempos inmemoriales ha enseñado a hijos e hijas las costumbres, las normas éticas, sociales y religiosas por medio de las cuales se preservan los grupos humanos. Por encima de la discriminación de sexo, esta tarea ha hecho vivir a la mujer en un constante proceso de renovación y crecimiento. Se ha convertido hoy en la guardiana de los valores de una sociedad gobernada por hombres, carcomida por la corrupción, la ineficacia y el individualismo.
Como los ejércitos cansados, nuestra sociedad agotada tendrá que echar mano de sus reservas para seguir su marcha hacia el próximo milenio. Una gran parte de las reservas morales, de la solidaridad y del amor que requerimos para este viaje se resguarda bajo la piel y en la inteligencia de la mujer. Inexorablemente, la mujer irá por los tiempos que vienen como igual del hombre, pero tenemos la responsabilidad de apresurar el paso.
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