Elena Urrutia
Los milagros son posibles

La Habana vieja llaman los cubanos con cariño al Centro Histórico de su ciudad, al casco antiguo fundado en 1519 junto a la bahía de Carenas. En el curso de los últimos 20 años he tenido la suerte de visitar con frecuencia Cuba y rendir cada vez un pequeño homenaje a esa joya que se advertía deslumbrante ųbasta pensar en la Plaza de Armas con el antiguo palacio de los Capitanes Generales y el palacio del Segundo Cabo, ambas construcciones del siglo XVIII, o en la Plaza de la Catedral con su iglesia barroca rodeada de extraordinarias construccionesų. Deslumbrante y sin embargo deteriorada, amenazada por el paso del tiempo, el nulo mantenimiento, el hacinamiento, la tugurización, los derrumbes, el cascajo, la basura por todas partes, la inseguridad.

Si bien los cambios sociales profundos que vivió la isla a partir de 1959 la preservaron de las ''urgencias" modernizadoras de la segunda mitad de este siglo, también es cierto que el rescate de la zona, su rehabilitación y restauración no fue una prioridad durante los primeros años del gobierno revolucionario.

Es cierto que a principio de los años ochenta se iniciaron las obras de restauración del Centro Histórico, pero no es sino hasta ahora, al término de la década finisecular, que se cuenta con un plan maestro de revitalización integral de La Habana vieja. Y el milagro está ahí, tangible, visible: las cinco plazas que integran el recinto histórico (de Armas, de la Catedral, de San Francisco, Plaza Vieja y Plaza de Cristo), el Parque Central y el Paseo del Prado que lo limitan, han visto resurgir a su alrededor prodigiosas construcciones, cada una con una función determinada y pretendidamente autosuficiente. Al tiempo que la arquitectura renace y florece, se van consolidando en sus instalaciones oficinas ųla Lonja de Comercioų, bancos, hoteles, mesones, restaurantes, hostales y pensiones, cafeterías, casas habitación de lujo y de interés popular, tiendas, talleres, galerías y escuelas de artesanías.

El plan maestro encargado de la revitalización es, al mismo tiempo, el administrador de todas las actividades, el que ha obtenido los fondos iniciales de financiamiento y el que se encarga de reinvertir en el proyecto todas las ganancias que ahí se generan. Me hago cargo de que una síntesis tan apretada deja más preguntas sin responder que explicaciones, pero mi interés por hacerla no obedece más que al deseo de señalar que los milagros son posibles.

Con cierta regularidad y, gracias a la pasión de Angeles González Gamio por nuestro Centro Histórico, he tenido oportunidad de hacer recorridos y visitas por calles y edificios del primer cuadro, como le llamamos aquí, deplorando el deterioro de tantas construcciones ųel descuartizamiento del convento de San Francisco o el de la Merced, por ejemploų pero también al mismo tiempo, comprobando emocionada el rescate de muchas otras; el rescate y su funcionamiento ųalgunos museos, instituciones de investigación y cultura, oficinas, restaurantes, šuna vulcanizadora incluso!ų, todo en medio de un intenso trajín de personas y autos y una inagotable e inabarcable producción de basura.

Pero el milagro dista mucho de ser una realidad entre nosotros. Para ello, lo sabemos, es preciso una firme y orquestada decisión política, un proyecto globalizador ųy no nada más esporádicas iniciativasų que atienda aspectos culturales, históricos, sociales, técnicos, ingenieriles, arquitectónicos, de vialidad, económicos, etcétera y, sin duda, un presupuesto que haga todo posible.