Demos paso a lo que hasta ayer fue una inminente premiación otorgando ipso facto (léase de inmediato) la áurea Cabeza de Palenque a la Mejor Película de la 33 Muestra de la Cineteca a Corre Lola corre (1998), del alemán Tom Tykwer. Brusca decisión que nació por el estremecimiento que me produjo su revolucionaria cinemática, que sin lugar a duda vendrá a renovar la narrativa del discurso cinematográfico actual. Y escribí "brusca decisión", porque ni un solo instante dejé de pensar en las calidades/cualidades de un filme considerado en nuestros días terminales como clásico, me refiero a Sombras del mal (1958), de Orson Welles (1915-1985). Porque tampoco dejé de considerar las virtudes visuales y verbales de la cinta brasileña Estación central (Oso de Oro en Berlín, año 98) articulada con intensas vibraciones por Walter Salles Jr. Para clausurar esta brusca opinión acerca de la mejor película de la anterior muestra, una postrera consideración.
A mi entender, ni La vida es bella, del Cómico (con mayúsculas) Roberto Benigni, ni Felicidad, de Todd Solondz, merecen la codiciada cabeza palenquiana que la publicidad indudablemente les otorgaría. Y si alguien me preguntase la razón de esta exclusión, respondería: porque ambos filmes fueron manejados fuera del contexto dramático que debería corresponder a su problemática. Entonces, resulta evidente que la inminente entrega de la Cabeza de Palenque al Mejor Director la valorizo analizando la labor de aquellos tres (Tom, Orson, Walter), sin dejar de lado a cineastas como Stefan Ruzowitzky (Los herederos), Roger Planchon (Lautres), Alejandro Agresti (El viento se llevó lo que, Concha de Oro, San Sebastián año 98), cuyas interesantes propuestas (recreación del Blubo-filme, a cargo de Stefan; descripción de la bella época, articulada por Roger; revisión de la problemática argentina presentada por Alejandro) son mundialmente apreciadas.
Ahora bien, después de una inesperada reflexión, decido entregar el premio a la Mejor Dirección a los directores que habilitaron las tres películas líneas arriba mencionadas como definitivas. De tal manera que un fragmento de la célebre cabeza, precisamente el penacho de plumas, se lo otorgo al difunto Welles, considerado por la crítica de ayer y de hoy como el primer director del mundo; otro pedazo, exactamente los ojos, se lo entrego a Tom Tykwer por visualizar la composición de los fotogramas más allá de los fatigantes encuadres de la cinematografía comercial; otro cacho, la boca, se la doy a Walter Selles Jr. por enhebrar innúmeras palabras a propósito de la búsqueda del padre ausente en medio del tumulto de nuestro tiempo terminal. Y para continuar esta inminente valorización, me pregunto ahora, Ƒquién fue el mejor actor de la 33 muestra? De inmediato surge un nombre, Regis Roger, el actor francés que encarnó a Henri de Toulouse-Lautrec... Pero también aparecen otros, por ejemplo Kenneth Branagh y Leonardo Di Caprio que alentaron en El precio del éxito, de Woody Allen, Simon Schwarz dando voz al campesino populista de Los herederos, Vinicius de Oliveira como el infatigable adolescente Josué de "Estación Central", Alexandre Ogou, el galán negro de Un lugar en el corazón, el ahora fantasmal Orson Welles dando carne y hueso a Hank Quinlan en Sombras del Mal, el aclamado (Oscar mejor actor), pero no por eso menos irreverente Roberto Benigni, como el mal educado Guido de La vida es bella. Después de angustiosa rebusqueda acepto una inesperada vibración que recrea la presencia del actor inglés Billy Connoy como John Brown, el amigo/amante de la reina Victoria en Su majestad la Sra. De Brown.
A partir de aquellas incontenibles imágenes no dudo en otorgarle a Billy el premio al mejor actor de la anterior muestra. Enseguida me pregunto, ƑQuién fue la mejor actriz? Acaso, Sophie Rois, la expresiva marxista Emmy de "Los herederos", quizá Judi Dench, la multipremiada actriz (Globo de Oro) que recreó la histórica presencia de la reina Victoria en Mrs. Brown; tal vez Jeanne Balibar, la infatigable Jenny que uso Olivier Assayas para entrelazar los momentos de fatiga existencial de la sociedad francesa posmoderna en Final de agosto, principio de septiembre; o Fernanda Montenegro alentando con riquísimos matices gestuales y verbales a Dora en Estación central. Acorde a inminentes consideraciones, entrego el premio a Fernanda, tal y como lo hicieron los jurados del Festival Internacional de Berlín, cuando le otorgaron el Oso de Plata en 1998. Y para terminar dos últimas entregas: Cabeza de Palenque a Mejor Fotografía y Cabeza de Palenque a Mejor Música. Para mejor fotografía otorgo el galardón a Vittorio Storaro por su sorprendente manejo de la luz y el color en Tango, de Carlos Saura, sin olvidar a Sven Nykvist, aquel viejo camarógrafo de Bergman que recogió precisas imágenes de los agitados espacios neoyorkinos para El precio del éxito, ni a Russell Metty de la expresionista Sombras del mal. Para la mejor música entrego la áurea cabeza palenquiana a Heil, Klimek, Potente y Tom Tykmer, autores de novedosísima y estrujante música score, de Corre Lola corre. Hasta aquí la entrega de lo que hasta ayer fue una Inminente premiación.