En el curso de la intensa discusión provocada por el Fondo Bancario de Protección al Ahorro (Fobaproa), la oposición parlamentaria mostró que la crisis bancaria estaba afectando el crecimiento del país, ya que la banca desde tiempo atrás había dejado de cumplir con una parte fundamental de su cometido: el otorgamiento de crédito. De hecho, los últimos reportes sobre la situación financiera de los bancos indican que menos del 60 por ciento de los ingresos por intereses se derivan del crédito y de ellos, casi el 45 por ciento se derivaban de los créditos vendidos al Fobaproa.
Así que el anuncio de las autoridades bancarias sobre la gravedad de la contracción crediticia, parece tardío y parcial. Ortiz señaló que ''el financiamiento privado está pasando por una de las peores crisis de su historia''. Armendáriz, de la Comisión Nacional Bancaria, fue más lejos al calificar que ''nunca en la historia del país había ocurrido un estancamiento crediticio de tal envergadura''.
Ciertamente, la contracción del crédito es dramática; pero lo realmente fundamental, no es señalarlo sino encontrar la explicación y actuar para resolver sus determinantes. El análisis de Armendáriz sólo se ocupa de un aspecto de la cuestión, el relativo a la gestión bancaria; se critica que los bancos son reticentes a tomar riesgos, están inseguros para realizar operaciones del préstamo, son reacios a entender que no tomar riesgos actúa contra su propia supervivencia, etcétera.
Armendáriz olvida que precisamente la política de los bancos ha sido sustituir sus inversiones en crédito por inversiones financieras, para reducir el riesgo y, por ello, la necesidad de crear reservas, volcándose a comprar papel de corto plazo. El resultado de esto ha sido exitoso para las instituciones bancarias, ya que mejoró su rentabilidad.
Además, también olvida que en el mercado se sigue operando con tasas de interés variable, lo que aumenta el riesgo, ya que un crédito contratado inicialmente al 30 por ciento puede crecer hasta duplicarse. El Banco de México para responder a ''choques inflacionarios'' puede, en cualquier momento, incrementar el corto, provocando un repunte en las tasas de interés, que demoran meses en regresar a sus niveles originales.
Esto, por supuesto, afecta a los acreditados, complicando sus posibilidades de cumplir las obligaciones de pago y, al mismo tiempo, desincentiva a quienes pensaban solicitar un crédito. Por ello, la política monetaria, como lo hemos señalado, castiga a los deudores, hace crecer la cartera vencida, con lo que golpea también a los bancos y frena la demanda de crédito.
La consecuencia lógica de una situación como ésta es la contracción crediticia. Los banqueros han sido claros: Gómez y Gómez ha señalado varias veces que el crédito se reactivará ''siempre y cuando se mantenga la tendencia a la baja en las tasas de interés''; para lograr esto se requiere que, dada la política monetaria vigente, mejore el entorno internacional, aumenten los precios del petróleo y las condiciones climáticas del país sean favorables a la producción rural. Como se entenderá, el asunto es complicado y depende de tantos factores que su evolución es incierta.
Por ello, lo que hace falta no solamente es que los bancos decidan tomar riesgos crediticios, sino que la política monetaria se reformule para contribuir a reducir la volatilidad de las tasas. Si con esta garantía el crédito no fluyese, la política monetaria debiera regresar a la determinación obligatoria sobre el crédito y su distribución sectorial; asumir, pues, una política monetaria promotora del crecimiento y del empleo.
Así las cosas, el financiamiento no sólo es responsabilidad de los bancos, también lo es de Banco de México. Se requiere, entonces, reconocer esto y actuar en consecuencia, lo que no se logrará criticando solo el desempeño bancario; los diseñadores de la política económica deben aceptar que se requiere otro planteo, ligado al crecimiento. De otro modo, la tragedia bancaria continuará y la preocupación oficial resultará no sólo ociosa, sino hipócrita.