Octavio Rodríguez Araujo
Imágenes partidarias

Los prolegómenos de la sucesión presidencial no sólo están resultando accidentados, sino que se han manchado de irregularidades que lejos de mejorar la imagen de los partidos la empañan todavía más de lo que ya estaba. El PAN podría salvarse, por ahora, de esta preocupante imagen.

Acción Nacional tuvo su gran crisis de división en 1975 y 1976, años en los que, como se recordará, no presentó candidato a la Presidencia de la República, precisamente porque se dio la gran pugna entre doctrinarios y pragmáticos. Esa crisis se acentuó como resultado de la reprivatización de los bancos y la salida de quienes se autodenominarían después los foristas ųahora más cercanos al PRD y a Cuauhtémoc Cárdenas que al PAN. Sin embargo, y a pesar de las anticipaciones de Vicente Fox Quesada ųanticipaciones que podrían provocar una crisis interna a la hora de escoger a su candidato para suceder a Zedilloų, el blanquiazul no está pasando en estos momentos por crisis de ninguna especie, aunque es evidente que en su interior también hay grupos y facciones poderosos que tratarán de influir a la hora de las definiciones por un candidato.

La preparación de los partidos Revolucionario Institucional y de la Revolución Democrática para la gran contienda ha puesto en evidencia que en su interior hay facciones y grupos con diferencias de tal magnitud, que con ellas bien podrían formarse otros partidos. Estas diferencias denotan pluralidad, lo que no está mal, pero también demuestran que, en el caso del PRI, ese partido está en crisis y, en el caso del PRD, que no se ha consolidado como partido.

Se entiende que un partido político es una organización de afiliación voluntaria y que ésta se da por afinidades con sus principios y programa de acción. Esta hipótesis no se demuestra en los casos del PRI y del PRD. En el tricolor porque para muchos su afiliación no es ni ha sido voluntaria, sino corporativa, y para quienes sí se afiliaron voluntariamente en el pasado tampoco se demuestra, ya que los principios y el programa de acción han cambiado sustancialmente, sobre todo en la práctica. El neoliberalismo hegemónico en la dirección del Revolucionario Institucional no tiene nada que ver con el nacionalismo revolucionario de antes, por mucho que en su XVII Asamblea se haya readoptado como referente ideológico.

En el PRD, tampoco hay demostración evidente de que sus miembros se hayan afiliado o se mantengan en él por razones de afinidades ideológicas. Si bien éstas se han venido decantando a partir de denominadores comunes que unen a sus miembros, grupos y facciones, salta a la vista que todavía hay diferencias grandes y métodos de trabajo político que no corresponden a un partido que aspira a hacer una revolución democrática. No hay correspondencia entre la aspiración democrática del perredismo y la muy cuestionada democracia en su interior. La crítica que se reserva normalmente para los camaradas, para los compañeros en un partido, se ha convertido con enorme facilidad en ataques reservados, como decía Lenin, para los enemigos. Este fenómeno, en un partido, no milita a favor de su imagen ante las bases y ante los electores ajenos a la organización.

Faltan todavía algunos meses para que la sucesión presidencial se encarrile formalmente, pero estos meses pueden no ser tiempo suficiente para que se limpie la imagen de los principales partidos ante los ciudadanos comunes, especialmente ante quienes no representan el tradicional voto seguro. Es más, las crisis en el PRD y en el PRI, además de que eventualmente pudieran favorecer al PAN, hacen pensar que en muchos militantes se han sembrado dudas suficientes como para que inclinen sus preferencias por otro partido o para que se abstengan de votar a la hora de los comicios.

El descrédito partidario, que es por cierto previo a la crisis por la que atraviesan el PRI y el PRD, podría acentuarse en los próximos meses si no se resuelven con claridad las pugnas entre grupos y facciones existentes en el seno de estos organismos políticos, y si no dan pronto la necesaria imagen de unidad que esperan los ciudadanos no comprometidos con sus partidos.