Representante, junto a otros importantes autores del 98, del modernismo español, amigo de Rubén Darío con quien compartió ideas estéticas e ilusiones teosóficas, Ramón del Valle Inclán un buen día le torció el cuello al cisne e inició su propia vanguardia, con los llamados esperpentos a los que calificó en principio de ''género estrafalario". En la primera obra que nombró esperpéntica, Luces de Bohemia, Max Estrella compara al esperpento con la tragedia reflejada ųdistorsionadaų por los famosos espejos cóncavos del madrileño Callejón del Gato, lo que es muy sabido y archicitado. A ello se podría oponer la idea de Pedro Salinas de que el reflejo del espejo cóncavo tiene un reflejo en otro espejo opuesto, que es el arte, y que nos da una realidad transfigurada. Aunque el Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte recogió en 1927 obras de diversas épocas, señaladamente El embrujado de 1913, que el autor califica de ''tragedia de las tierras de Sanginés" (y que rechazó Benito Galdós como asesor del Teatro Español, sirva el dato de consuelo para algunos), la inclusión de este texto ųque vertebra el tomo como un retablo medieval y también apoya la versión de Luis Mario Moncada, que lo ve como un antecedente de nuestro Pedro Páramoų junto a otros cuatro, escritos para teatro de sombras o de marionetas muy bien lo puede incluir dentro de la idea del esperpento y manejado como tal.
Moncada elige tres de las obras del Retablo... ųLigazón, El embrujado, La cabeza del Bautistaų y las desmembra en un rompecabezas que transcurre en una sola noche de brujas. Estas, que como la Ventera y la Raposa de Ligazón apenas insinúan su posible brujería, aquí aparecen del todo como tales, tanto en escenas de este texto como en los otros, con su constante presencia silenciosa en muchas escenas y en otras diciendo parlamentos de personajes del original que la adaptación suprimió (como lo hizo con la encantadora Isoldina de El embrujado sin duda para despojar a la tragedia inicial de lo que no fuera esperpéntico). El ciego de Gondar y su inseparable María Virula también aparecen en los tres textos elegidos y también sustituyen a otros personajes, pero la verdadera liga que establece la versión entre las historias es la de las tijeras de La mozuela, que se vuelven trueque entre María Virula y la Nacora, muerte para el niño de Rosa Galans, arma en lugar de cuchillo para Don Igi, siempre llevada y traída por esa bruja que es y no es La Raposa, por momentos la Abuela, prediciendo como Diana de Sálvora.
De las posibilidades que le daban las obras, Luis Mario Moncada eligió la línea de las leyendas mágicas gallegas, que es una de las vertientes subterráneas de dos de los textos, como la que dará estructura al espectáculo, con lo que desdeña una realidad social que hoy día ya no es la del autor y forjando las historias de manera intemporal e inespacial (motivo confeso en el programa de mano, en donde habla de Valle Inclán como la prehistoria del posmodernismo y viceversa). Por otro lado elige un tercer texto en donde resalta la vertiente iberoamericana del autor gallego.
Iona Weissberg es una directora que elige y levanta sus proyectos personales. Y, con todo, yo me atrevería a afirmar que es con este Retablo embrujado con el que ha corrido mayor riesgo artístico al dar su visión del esperpento, muy propia y muy actualizada, estilizando al máximo su escenificación. Es muy posible que no tenga el mismo éxito que con sus anteriores montajes, pero es de celebrarse que la joven directora (quien, por otra parte, nunca ha desdeñado al público) vuele con tamaña audacia y se encamine a lo que puede ser su sello definitivo. Sus soluciones son tan eficaces y creativas como siempre, con el movimiento de un actor dando lugar a la escena siguiente. En esto la apoya de manera excelente la escenografía concebida por Jorge Ballina, con esos muros que se mueven y cuyos elementos, al caer, abren una puerta o una ventana, cubren de ruinas un espacio. Ramón J. Sender ofrece su testimonio de que Valle Inclán veía el teatro ''como masas de colores". Así lo ven la directora y Karen Young, la diseñadora del vestuario atemporal (siglo pasado en casi todas las vestimentas, balandrón medieval para don Pedro) que marcan en azul la historia de Ligazón, en beiges y rosas la de El embrujado y de rojos la de La cabeza del Bautista. La directora consigue momentos muy bellos plásticamente e impregnados de sentido, como el de las hilanderas que junto a Malvín recuerdan tanto a las Parcas. Por otro lado, cada uno de los textos está entonado de manera diferente y cada personaje mantiene sus características esperpénticas, quizá a excepción de don Pedro o de los danzarines enamorados, La mozuela y El afilador.
Un excelente reparto encabezado por Julieta Egurrola, Luis Rábago y Verónica Langer, encarna a veces dos y tres papeles. Destaca también la gracia de Silverio Palacios y la constatación de que Carlos Torrestorija es cada vez mejor actor. La música de Mauricio Beltrán y la coreografía de Ruby Tagle complementan este montaje muy cuidado y de múltiples virtudes que, quizá por ser dramáticamente tan abierto, no logra penetrar en el ánimo de todos los espectadores.