La Jornada jueves 1 de abril de 1999

Adolfo Sánchez Rebolledo
El PRD: dos pasos atrás

El Partido de la Revolución Democrática acaba de aprender en carne propia cuál es la diferencia que media entre el ideal democrático y las condiciones para su realización. Se propuso dar una prueba de fidelidad al principio de mayoría eligiendo a sus dirigentes mediante el sufragio universal, pero hoy está a punto de anular las elecciones debido a las irregularidades acumuladas durante el proceso.

Lejos de servir como modelo para la sociedad, el último experimento electoral perredista se convirtió en un fracaso de la nueva democracia mexicana, que no acaba de enterrar al pasado. La lección no puede ser más negativa. El partido que nació combatiendo el fraude electoral resulta incapaz de asegurar la limpieza de sus propios comicios internos, y eso es grave y muy desalentador. A pesar de las protestas de los principales candidatos, los órganos electorales han renunciado a proclamar un ganador, así fuera por un solo voto, precipitando una crisis política e institucional que puede comprometer el futuro de ese partido.

En los próximos días el PRD tendrá que hacer una serie de ingentes esfuerzos para explicar qué pasó y cómo pasó, a fin de buscar una solución que no lesione la legalidad ni la voluntad mayoritaria de sus miembros ni tampoco su unidad. La situación afecta a los órganos electorales, a los candidatos y sus equipos de campaña, pero también a los grupos dirigentes que no supieron reaccionar a tiempo ante las reiteradas señales de alarma.

El fundamento de la vida interna de un partido democrático es la confianza así como el respeto a la legalidad interna. Esta, a su vez, descansa en una serie de normas y requerimientos organizativos sin los cuales es poco menos que imposible practicar la democracia. Estas normas son más y más importantes ha medida que crece la influencia del partido, y el peso de los intereses atraídos por el hecho de que el PRD es ya un partido nacional que pugna por el poder del Estado.

Se repite que, no obstante el desastre, el mérito del PRD consiste en haberse atrevido a elegir por segunda vez a sus dirigentes mediante el voto universal, pero esta insistencia no resiste la prueba de los hechos. No es suficiente con que voten todos los que así lo deseen para alcanzar resultados satisfactorios. Hace falta algo más, por ejemplo, que exista un padrón confiable que acote el universo de votantes; que la elección sea organizada por órganos electorales plenamente reconocidos e independientes de las instancias dirigentes del partido; que se garanticen los principios de equidad y legalidad a través de todo el proceso; que los fallos de las autoridades electorales sean inapelables.

Algunas de esas condiciones mínimas se cumplieron mal, a medias o de plano no se cumplieron. Prevalecieron la improvisación, el descuido, la ausencia de fiscalización, la desorganización propiciadora de la corrupción. La competencia estuvo viciada de origen por varios problemas, como la impugnación estatutaria al registro de varios candidatos, así como las denuncias de manipulación indebida del electorado mediante programas como el de la famosa leche Betty.

Pero hay otro aspecto que es, desde mi punto de vista, el más grave de todos porque alude a la naturaleza misma del partido. Me refiero, por supuesto, a ciertas formas de clientelismo y corporativismo que son plenamente aceptadas, a la existencia de cotos regionales caudillistas subsistiendo bajo la fachada de la afiliación individual y los liderazgos populares.

Tras las irregularidades hay casos de corrupción, sin duda, pero lo que domina el panorama es esa mezcla de "ciudadanos" y masas tras un líder, cuyos votos son la fuente de poder interno. Es allí donde radica el secreto de las casillas "zapato" que dieran tan buenos resultados en elecciones pasadas y que ahora se repiten para asombro de muchos.

El PRD tiene que hallar una solución que respete a la vez su legalidad interna y el derecho de la mayoría a elegir sus dirigentes, sin imposiciones disfrazadas de compromisos. Ser un partido, no una coalición electoral.