Liquidar la Conasupo y privatizar la electricidad son dos actos del presidente actual que deshacen (de-construyen, dirían los posmodernistas) lo que el presidente del periodo 1958-1964 llevó a cabo: nacionalizar la electricidad y crear Conasupo, a partir de instituciones prexistentes, como CEIMSA (Compañía Exportadora e Importadora Mexicana). Mientras la privatización eléctrica es un proyecto que todavía puede ser bloqueado o pospuesto por el Congreso, la Conasupo dejará oficialmente de existir este mes. Los dos constituyen actos de privatización, no tanto de la producción, sino más bien de la comercialización, ya que actualmente el sector privado participa ya de la producción eléctrica, pero tiene vedada su comercialización directa. Quien comercializa, controla (pregúntele a Wal-Mart).
Energéticos (el destino del petróleo estará marcado por lo que ocurra con la electricidad) y alimentos son los dos bienes estratégicos de mayor importancia. En ambos, el gobierno actual quiere ceder el control a las empresas privadas, eufemísticamente al mercado. Al desaparecer Conasupo, el mercado de alimentos básicos quedará en manos de pocas empresas privadas, como Maseca. Como además se ha liberado, hace ya varios años, el precio del maíz, y se ha eliminado (en 1998) el subsidio generalizado a la tortilla, la vulnerabilidad de campesinos y consumidores aumentará enormemente. Con ello se da un paso más en la desprotección de los campesinos, iniciada desde el gobierno de Miguel de la Madrid. Quedan solamente los ingresos transferidos vía Procampo, que subsidian a todos los productores, incluyendo a los más ricos, que reciben cantidades mucho más altas que los pequeños campesinos, puesto que el subsidio es por hectárea cultivada. Como señala Enrique del Val (El Universal, primero de abril), ex subsecretario de Desarrollo Social, hasta el presidente del Consejo Coordinador Empresarial recibe este subsidio.
La semana pasada cité, en este mismo espacio, un documento de la Corriente Renovadora del PRI que critica el pensamiento neoliberal por suponer inexistentes las asimetrías reales entre los agentes que intervienen en los mercados. Asimismo, dicho documento hace notar la ausencia de mecanismos interconstruidos en los mercados para compensar automáticamente dichas asimetrías. Conasupo era una institución (con fallas derivadas de su ubicación en un sistema autoritario donde, por tanto, el poder es un botín) construida a propósito para paliar las consecuencias negativas, para los débiles, de las asimetrías.
No hay, probablemente, más grave asimetría que la que existe entre un pequeño campesino, que vive en una localidad relativamente aislada, que carece de medios de transporte, y que necesita vender unos pocos bultos de maíz, y el único y monopolista intermediario local. Al desaparecer Conasupo, este campesino queda literalmente en manos del intermediario, del coyote, que le pagará no lo que ''indiquen las señales del mercado'', sino por debajo de ellas, tanto menos, mientras mayor sea su grado de poder sobre el campesino. La presencia de Conasupo y su poder comprador le daba al campesino la opción de venderle a éste a un precio de garantía (aunque en los últimos años estos precios se habían eliminado). Incluso, si vendía al cacique o al intermediario, la presencia de un comprador que recibía cualquier cantidad a un precio fijo, en efectivo, aumentaba su poder de negociación. Con la liquidación de Conasupo se agrava aún más la asimetría entre los participantes en los mercados agropecuarios.
Pero Conasupo no sólo protegía a los productores, sino también a consumidores, a través de la imposición de precios oficiales al consumidor, subsidiados en diverso grado. Los subsidios y los precios oficiales se han venido reduciendo sistemáticamente desde 1983, hasta que, a finales del año pasado, se anunció la eliminación del subsidio, y precio oficial, que quedaba: el de la tortilla. Los consumidores estaremos sujetos ahora a la dispersión en el precio de los básicos, a alzas especulativas, y al desabastecimiento cuando no resulte rentable.
La muerte de Conasupo es la crónica de una muerte anunciada. Se le fueron minando sus funciones durante 16 años hasta dejarla agonizante. Sin embargo, como dice Del Val, más pronto que tarde tendrá que reponerse una institucionalidad que defienda a los campesinos y a los consumidores. El final de Conasupo simboliza el final de una era de política de seguridad alimentaria en el país, que comprendía muchos otros instrumentos, como la política crediticia al campo y la formación de reservas estratégicas de alimentos. En su lugar, queda una política asistencial, parchada e insuficiente, enarbolada por Progresa.
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